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Arrebatados

“Me llevó tres meses que una farmacia, muy conocida en la zona Sur de La Paz, cambie el triste, seco y roto pediluvio que ostentaba en su entrada”, así testimoniaba una mujer que, según contó, pasaba por dicha farmacia siempre que podía y pedía a los encargados que cambien ese desinfectante de zapatos. Se había convertido en una obsesión después de observar cómo pequeños establecimientos que habían permanecido cerrados durante la cuarentena, a partir de su reapertura se esforzaban por mantener todas las medidas de bioseguridad, mientras los negocios de medicamentos que nunca cerraron, que vendieron a precios de arrebato barbijos, aspirinas, omeprazol, paracetamol o ibuprofeno, ni siquiera ofrecen alcohol u otras medidas de bioseguridad a quienes hacen largas filas frente a sus puertas.

En estos centros de expendio de medicinas, el agio y la especulación son la primera batalla a vencer para quienes acuden a comprar una pastilla, una inyección o una pomada que alivie los males de estos días. A pesar de las advertencias de autoridades para combatir el sobreprecio y el ocultamiento, son muchas las farmacias que hacen caso omiso de esas exhortaciones y juegan con los sentimientos y los bolsillos de quienes, en su desesperación, no escatiman esfuerzos para surtirse con las recetas médicas que les obligan a peregrinar de un lado a otro hasta encontrar lo que les pidieron para curar o salvar la vida de sus familiares. Por supuesto que hay, y muchos, profesionales que prestan verdadera ayuda al suministrar medicinas sin subir los precios, ni recurrir a la escasez intencionalmente provocada. La modernidad ha hecho que poco a poco desaparezcan las farmacias “de la esquina”, que fueron fácilmente absorbidas por las cadenas que se comen todo y nos comen a todos, sin ofrecer la alternativa de laboratorios que producen a precios más bajos el mismo producto con otro nombre.

La pandemia ha dado paso a verdaderas minas de oro como son las clínicas privadas, los laboratorios y las farmacias que tienen en sus manos a los ciudadanos que se someten a verdaderos asaltos. En estos sitios los administradores se disfrazan de bondadosos salvadores y sin pudor se defienden nombrando a supuestos intermediarios siempre lejanos y anónimos.

Aparte de defendernos de la enfermedad también deberemos trazar verdaderas estrategias para combatir con los especuladores que durante esta pandemia nos esquilman sin compasión. Debemos exponerlos ante la opinión pública para que no se ufanen de su impunidad. Que el rebrote de la epidemia no sea un pretexto para volver a aprovecharse del dolor de las personas, especulando y ocultando medicinas o negando atención.

Lucia Sauma es periodista