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Terra incógnita

El rápido retorno a la “normalidad” está resultando un espejismo, el virus circula entre nosotros, la economía y la paciencia social se están agotando y las opciones para enfrentar las crisis son inciertas. La política aparece empantanada en un escenario plagado de premisas contradictorias y sin soluciones definitivas. En esas aguas desconocidas tendremos que navegar.

A fines de 2020, pasada la primera ola de la pandemia, parecía que lo peor había pasado y que, tomando previsiones sanitarias, la humanidad transitaría hacia una etapa de reactivación de la economía y de paulatino retorno a la normalidad. La aparición de varias vacunas contribuyó a esa expectativa. Sin embargo, la realidad es tozuda, el rebrote virulento de la enfermedad, con sus segundas e incluso terceras olas desestructurando otra vez las actividades humanas, obliga a un recálculo de expectativas y a replantear sustantivamente los escenarios de la gestión política.

Si bien la vacunación aporta una luz en el horizonte, no hay que engañarse, su despliegue será lento y logísticamente complicado. Para una inmunidad colectiva se precisa vacunar al menos al 60% de la población, meta que no se logrará en pocos meses. Mientras tanto, la enfermedad seguirá circulando y matando al ritmo de las intensificaciones o restricciones de las interacciones sociales, las cuales, por otra parte, no pueden cancelarse indefinidamente.

Así pues, la política, en todo el mundo, seguirá enfrentando su escenario más temido: la gestión de una incertidumbre casi estructural y de largo plazo, frente a la cual sus posibilidades de resolución definitiva son limitadas, una batalla tortuosa sin victoria clara.

No hay “mejor opción” en este universo, las disponibles son todas imperfectas y tienen costos altos. La relación es, por ejemplo, casi proporcional entre intensidad de interacciones sociales, fundamento de la economía y de la estabilidad social, y la difusión de la enfermedad. ¿Qué privilegiar? ¿Hay realmente posibilidad de elegir?

Parecería que la tarea del liderazgo político es, por tanto, seleccionar las acciones menos disruptivas o con un mínimo de viabilidad social, sabiendo de antemano que haga lo que haga será criticado y que la efectividad de esas medidas podría variar por la aparición de nuevas cepas o porque la gente no puede o decide no acatarlas. No hay soluciones milagrosas, es prueba y error permanente. Fregada la cuestión.

Llegados a este punto, no pretendo concluir con un llamado a la resignación o con un listado de “lo que hay que hacer”, porque estoy igual o más perplejo y con poca información que los decisores. Me animo apenas a reflexionar en voz alta sobre ciertos aspectos a considerar.

El primero de ellos es sobre la necesidad de superar las premisas y suposiciones que sostienen el espejismo de que hay soluciones rápidas, consensuales y a la mano para el problema. Una de ellas es la idea de “retorno a la normalidad”. Estamos, creo, condenados a vivir un largo “periodo especial” que exigirá ser muy realistas sobre lo que se puede hacer con lo que tenemos y en el cual lo crítico es entender y adaptarse a restricciones que no podemos remover. Momento excepcional que exige medidas de similar calibre enfocadas en lo urgente y nada más, las cuales paradójicamente deberían combinar una lectura prudente y sin ilusiones del contexto con una heterodoxia y pragmatismo en los instrumentos de política económica y social que se utilicen. No son tiempos de encerrarse rígidamente en ideologías o certidumbres coyunturales.

Pero eso no es suficiente, no basta con actuar sabiendo que el camino al final del túnel estará plagado de “sangre, sudor y lágrimas”, parafraseando al Churchill de inicios de la guerra, sino también de conversar, acompañar y persuadir a la población al respecto, compartiendo sus angustias, diciéndole la verdad sobre lo difícil que es el panorama, dándole información sobre a dónde vamos y haciéndole entender que será cuesta arriba pero que se puede salir del pozo con algo de esfuerzo, paciencia y esperanza colectivas. Ese es el rol central de la política.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.