La calle Harrington
Para Elba ese jueves 15 de enero de 1981 era un día normal. Llevó el almuerzo a su hermana y cuñado; almorzó y se quedó a tomar el té allí, a pocas casas del lugar de la masacre de los dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR). Esa tarde encapotada se reunían clandestinamente a las tres de la tarde en el número 730 de la calle Harrington, barrio de Sopocachi, La Paz. Bolivia respiraba angustiada bajo la dictadura del militar Luis García Meza, se había anunciado una serie de medidas económicas y este grupo de militantes de izquierda se organizaba para resistir. La calle estaba callada. Elba recuerda que la Harrington era una calle vacía, muy quieta, ni siquiera se percibía que gente vivía en esas casas, apenas se notaba el movimiento de un par de tienditas entre cuadra y cuadra. La calle guardaba silencio como guardaba izquierdistas en sus entrañas. A las cinco de la tarde, se escuchó la llegada de dos Jeeps; bajaron efectivos paramilitares para asaltar abruptamente el lugar rastreado. Se escucharon rugir estruendosamente las metrallas durante unos minutos después de que el agente gubernamental infiltrado en el MIR, Adhemar Alarcón, confirmara las identidades de los emboscados. Los vecinos de la calle levantaron colchones contra las ventanas. El terror abría la boca. Elba recuerda que conversaba con su hermana hasta que llegaron los disparos. Almohadas en las ventanas y a masticar miedo bajo la mesa del comedor. Minutos. Una eternidad. Se preguntó si esta pesadilla ocurría en toda la ciudad. Pensó en sus familiares pero esperó la llegada del silencio para tomar el teléfono. Sus parientes no la dejaron salir hasta el día siguiente y cuando lo hizo, las tienditas estaban firmemente cerradas. Hubo matanza, decían por ahí. Elba recuerda, después de 40 años, que para ir a casa de su hermana en lo posterior ya no pasaba por la Harrington, la bordeaba. “Había mucho olor a sangre, había mucho olor a pena”.
Solo Gloria Ardaya sobrevivió a esa masacre y escuchó de cerca el festín militar. Algunos de ellos fueron torturados antes de ser asesinados por orden de Luis García Meza y de su ministro Luis Arce Gómez. El Ministerio del Interior informaba después de enfrentamientos armados con “delincuentes subversivos”. Cierta prensa los llamó terroristas cuando recibió la foto de los cuerpos acomodados junto a armas de fuego, cuenta una de las hijas. “¿Hay esperanza?” preguntaba una y otra vez otro de los pequeños hijos hasta que una tarde la respuesta fue: “no, lo han matado, está aquí conmigo”. Las esposas caminaron mundos para ver los cuerpos. Los entierros y las misas se llevaron a cabo entre las botas y los gases de los militares. El resto se ha ido escribiendo a retazos cosiendo ocho caminos, ocho vidas, ocho familias: Artemio Camargo, dirigente minero; Jorge Baldivieso, responsable Regional del MIR en Chuquisaca; Gonzalo Barrón, responsable del Frente Estudiantil Universitario y dirigente de la CUB; Arcil Menacho, responsable Regional del MIR de Pando; Ricardo Navarro, dirigente del Frente Universitario; José Reyes, responsable Regional del MIR en La Paz; Luis Suárez, responsable del Frente Docente-Universitario; y Ramiro Velasco, directivo del Colegio de Economistas.
En estas cuatro décadas hemos visto en los medios cómo organizaciones políticas quisieron convertir esta masacre en su bandera. Fue el MIR incluso después de su alianza con el dictador Banzer y en el último tiempo hasta Sol.bo. Más de una vez los familiares de las víctimas limpiaron de las tumbas la basura proselitista que horas antes habían dejado militantes en plena campaña electoral. Y en verdad es tan sencillo comprender que después del 15 de enero de 1981, aquella lucha que arriesgó y entregó la vida por un país con más igualdad y justicia no puede pertenecer a ningún partido político. Solo puede ser la bandera íntima del pueblo boliviano. La masacre desgarradora de la calle del silencio solo puede ser la promesa viva de la calle de la democracia. La calle del compromiso inamovible.
Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.