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Los libelos inflamatorios

En 1979, el periodista Raúl Rivadeneira publicó un estudio sobre el manejo lingüístico de los candidatos y su verbosidad para descalificar a sus oponentes, tituló su texto La guerra de los Insultos. La propaganda política en Bolivia. El escenario conflictivo de entonces, derivado por un virtual empate entre Paz Estenssoro y Siles Zuazo, incitó a provocar una cruenta masacre militar en noviembre de ese año, encabezada por el Coronel Natusch Busch, coludido con el infamante Guillermo Bedregal. El libro fue mal recibido por los políticos, porque desnudaba sus limitaciones y su total falta de ética.

Si bien esta vieja manera de “hacer” política a partir de la diatriba y el insulto no cambia, percibimos ahora que tenemos un escenario democrático, una floja performance de los postulantes y sus equipos de campaña para engendrar deliciosos y ocurrentes calificativos y, por lo menos, divertir a los electores. Creo que esta esterilidad se debe a los millones de usuarios del Facebook que tienen la oportunidad de insultar ensuciando el lenguaje, y arrastrándole por la esterilidad que devela la crisis educativa, sobre todo en cuanto a la instrucción en lectura y escritura.

El uso desenfrenado de las redes constituye un foco de irradiación de las idioteces repetidas y mal escritas por otros seguidores; sin embargo para nuestro pobre consuelo, el ejército de ágrafos no atañe solo a nuestro Estado.

Los debates fecundos siempre son —precisamente— sobre política y religión, interminables peroratas que generalmente conducen hacia la dispersión, porque nadie cede, solo la realidad, más poderosa que ninguna, pone en su sitio a todos.

En 1920, Belisario Díaz Romero, un prominente intelectual positivista, se enfrascaba en una dura polémica con un oscuro cura que lanzó duras diatribas contra su posición sobre la creación y la evolución. Después de largas batallas en los periódicos de la época, Díaz Romero publicó un libro que encendería mucho más la polémica y develaría la posición altamente conservadora de la élite paceña criolla coligada con la iglesia. En el libro Ecclesia versus Scientia, publicado en 1921, en parte del preámbulo el autor anota: “Forzosamente tenemos que hablar recio y claro, empleando frases duras y, por cierto, desagradables a los oídos castos o delicados. (…) En la lucha tenemos que emplear todas las armas, “en la guerra como en la guerra”, le habíamos anunciado al enemigo, por lo tanto este no tiene que tomar con extrañeza que esgrimiremos calificativos amargos o cáusticos para él. Nuestras expresiones serias unas veces, ya recatadas, ya iracundas, servirán de placer para todos los gustos”

Díaz Romero se preocupaba por el goce del lector, y consideraba su campaña a favor de la ciencia como un acto estético. El libro es delicioso y merece una reedición por la Biblioteca del Bicentenario, del cura que incitó el libro ya nadie se acuerda.

José María Vargas Vila (1860-1933), novelista colombiano, tuvo su época de gloria con novelas calientes que buscaban los jóvenes de la época (Flor de fango, Ibis), pero en el texto La muerte del cóndor desata su furia y enjundia de alto vitriolo por el asesinato de su amigo, el liberal ecuatoriano Eloy Alfaro (1842-1912), en manos de una turba encaminada por Leónidas Plaza. Este acudió a sus zalameros para descalificar el libro. Vargas Vila respondió: (…) los bonzos gelatinosos del capitolio de Quito, se volvieron hacia su amo para desagraviarlo, balbuceando cosas ineptas contra mí. Los niños mamantones del Tiberio ecuatorial, soltaron aquello que les servía de biberón, para vomitar sobre mi sus prosas escrofulosas, y, se dispersaron por las repúblicas del Pacífico para polucionar las prensas con sus dicterios de foliculares vergonzantes… fetos de la prostitución.

Plaza, es la enorme vaca andrógina, hecha para desconcertar por igual, todos los cálculos de la Zoología y todos los postulados de la Ética…. En la escala teratológica, no pertenece a los felinos, a los carniceros,… pertenece a los rastreros, a los vertebrados inferiores, anfibio extraño que busca la sombra violácea de las aguas del pantano, mitad hiena, mitad boa, esperadlo en la noche, en el silencio, a la hora de devorar los cadáveres… Un día el apogeo del insecto tuvo su fin, como larva coronada…

Aquellos tiempos de libelos inflamatorios dirigidos al hígado del adversario ¿han muerto?

 Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.