La fuerza de romper el silencio
Con asombro e incredulidad, recibí la noticia que Felipe Quispe, el Mallku, había muerto. Y con su muerte, como reguero de pólvora, resurgieron en las redes sociales los traumas irresueltos en torno a la indianidad de nuestra identidad nacional. Y es que, como nadie, El Mallku puso el cuerpo y la palabra para confrontar el colonialismo interno que opera en silencio para mantener el orden de la segregación racial y encubrir prácticas jerarquizantes. Fue ese silencio cómplice el que Felipe Quispe voló en pedazos con la irreverencia irónica que lo caracterizaba. Con él supimos cómo se incuba la furia en los espíritus rebeldes.
Múltiples mensajes se escribieron comentando su muerte. Miles tenían una historia que contar, un encuentro que recordar o simplemente compartían una frase de El Mallku que les había marcado la vida. Lo imagino con una media sonrisa en el rostro, desconfiado de la explosión de simpatía que su muerte provoca incluso en quienes lo despreciaban. Su sola presencia invocaba los odios y miedos de quienes creen que “estos salvajes, que ni se bañan, se van a meter a nuestras casas y se lo van a llevar todo”. Y en el fondo creo que él disfrutaba infundir ese miedo con el poder de quien domina el arte del performance político.
Y es que Felipe Quispe, con todas sus contradicciones, era un maestro en provocar espanto a lo políticamente correcto; y si bien sabía cómo encantar o irritar con su lenguaje brutal y directo, también lograba infundir respeto a la fuerza de lo desconocido que todavía es el mundo indígena andino. A fines de la década de los 90, irrumpió en la escena política como secretario ejecutivo de la CSUTCB, con los temidos bloqueos campesinos. “Yo no soy pongo político”, sentenció en la mesa de negociaciones con autoridades del gobierno de Banzer en 2001. Fue varias veces candidato y llegó a ser representante nacional, curul al que renunció porque se sintió asqueado de la gestión parlamentaria.
Para desarmar la ficción oficial de la república mestiza multicultural, nos habló de las dos Bolivias para referirse a un país formal y un país real sumergido e invisible. Proponía —para pavor de nuestras clases medias— “indianizar a los q’aras”. Sus ideas ponían de vuelta en el centro del conflicto político la histórica desigualdad, el racismo y discriminación imperantes, que buscaban ser ignorados por una modernidad/tecnocrática/ liberal igualadora en auge neoliberal de Gonzalo Sánchez de Lozada.
Hay que decirlo. El Mallku era un hombre de su tiempo (y de su espacio) en temas de violencia y discriminación aymara contra las mujeres. Agudo e implacable para señalar las marcas de la discriminación racial y clasista, prefería hacer de la vista gorda frente a las desigualdades que sufren mujeres y niñas en las comunidades indígenas. Testimonio de ello es la entrevista de María Galindo en Radio Deseo, en julio de 2013.
Todos recordamos el efecto electrizante de su respuesta cuando una periodista lo increpaba por su opción armada como miembro del Ejército Guerrillero Túpac Katari (EGTK). “A mí no me gusta que mi hija sea empleada de usted. Entonces, ¿cómo puedo protestar? No voy a pedir una limosna para que mi hija no sea su sirvienta”. Era la declaración pública de la rabia como fuerza política. Tal vez no había nada de novedoso en la declaración, y seguramente reflejaba el sentimiento de muchos migrantes indígenas que en las ciudades se sentían explotados; sin embargo, el silencio que estaba rompiendo era el silencio cómplice de la jerarquía colonial.
La construcción del discurso público del orgullo de ser indio, tanto como el sentido social de la ruptura del silencio son marcas que nos deja Felipe Quispe en su lucha indianista. No se puede entender la política contemporánea de Bolivia sin su liderazgo y por ello nos quedamos con sus palabras de hace tan solo seis días: “Por principio estoy luchando y voy a seguir luchando hasta mi muerte, si es posible debajo de la tierra voy a seguir gritando”. Vuela alto, Mallku, como toda fuerza protectora de los espíritus rebeldes.
Lourdes Montero es cientista social.