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Monday 18 Mar 2024 | Actualizado a 00:52 AM

Educación de Alasita

/ 27 de enero de 2021 / 01:52

Sabemos que la educación nos puede salvar de la desigualdad en la que vivimos. Sabemos que la educación es un derecho humano. Sabemos que quien se educa puede pensar en un futuro mejor. ¿Realmente creemos en estas afirmaciones? ¿O quizás son solo enunciados, frases hechas que repetimos y escuchamos en los discursos de campaña? Parecería que esto último es más cierto que cualquiera de las declaraciones sobre educación que constantemente leemos en informes de Naciones Unidas, o cualquier otro organismo internacional.

Lo cierto es que si la educación es un derecho, en Bolivia no está al alcance de todos, más aún desde que la pandemia del COVID- 19 se ufana de su poder por cuanta calle, casa, pasillo o escuela se le apetezca. La clausura del año escolar en 2020 significó justamente una negación de ese derecho que va más allá de pasar de curso por decreto.

¿Qué implica el derecho a la educación? Acceder a la enseñanza de “manera universal, productiva, gratuita, integral e intercultural, sin discriminación”, como señala la Ley Avelino Siñani. Pero más allá de la letra muerta, quiere decir que el derecho a la educación tiene que ver con gozar adquiriendo conocimientos, el camino para llegar a ser personas pensantes, la vía para aprender determinadas destrezas que en definitiva conduzcan a quien accede a la educación, a beneficiarse con la mejora de su vida en forma permanente, de sentirse útil, de acceder a oportunidades para trascender como un ser productivo en favor de su entorno y de los demás seres humanos.

La realidad es que el derecho a la educación se ha visto confundido en el engaño de pasar de curso aunque no se hayan adquirido los conocimientos suficientes. En entregar trabajos a los que se dedica el tiempo que lleva hacer un click en copiar y pegar desde cualquier sitio donde exista internet. Se debe declarar una guerra al conformismo tan arraigado, tan apreciado (aunque esto nunca sea reconocido públicamente) como parte del paquete en la oferta de mentiras que se compra a diario en nuestra sociedad, acostumbrada a coleccionar leyes y normas para archivarlas mientras se encuentra la mejor manera de quebrantarlas.

A nuestra sociedad le falta franqueza para afrontar todos los problemas que se presentan. No se toma al toro por las astas, se da vueltas, se miente sobre las verdaderas intenciones, se toma acciones o se recurre a la violencia y el enfrentamiento llevados, generalmente, por quienes tienen la intención de sacar partido del conflicto. Visto de este modo, la educación no es ningún derecho. Es un juego de engaño al que nos prestamos esperando que el azar resuelva la partida. El 24 de enero fue el Día Internacional de la Educación, triste coincidencia con la educación de Alasita que nos ha tocado.

       Lucía Sauma es periodista.

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¡Qué linda clase, profesor!

Lucía Sauma, periodista

/ 7 de marzo de 2024 / 06:51

A un mes de la gestión escolar 2024 podemos preguntarnos: ¿Qué tal las clases? ¿Qué tal los estudiantes? Indudablemente el primer mes es fundamental para diseñar el resto del año. Si un profesor logra captar la atención, el interés de sus alumnos en estas primeras semanas, quiere decir que tiene ganado el camino o al menos un gran trecho del mismo. Si sus estudiantes son nuevos, si no los conocía antes, este tiempo ha sido suficiente para llamarlos por su nombre, para tener una evaluación de sus reacciones y aptitudes, no estamos hablando de prejuicios, sino de haber observado e interactuado con cada uno, al menos una vez en forma directa.

En este tiempo el maestro sabe quiénes tienen el liderazgo de la clase, tomando en cuenta que existen diferentes formas de liderar un grupo. Está el líder natural que es seguido por la mayoría de sus compañeros, es la persona que suele concentrar las reacciones de la clase, la aceptación de determinados valores a seguir, es quien marca el derrotero del curso.

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Está quien encabeza un grupo por sus conocimientos, que pueden ser tímidos o aislados pero que se llevarán la representación del curso por lo que saben, por su cumplimiento, su aplicación. El reconocimiento de estas personas suele depender de los valores que se alienten desde los liderazgos naturales. Es decir que los demás lo valoren y no lo llamen despectivamente nerd. Ahí es donde los maestros pueden incidir si actúan con criterio y permiten que ambos liderazgos convivan y sean reconocidos por toda la clase.

Por supuesto que están los liderazgos por habilidades, sean artísticas o deportivas, estas personas también deben demostrar sus talentos, sus aptitudes. El profesor o los profesores tienen que incentivar estas prácticas. Estos líderes son muy importantes en el momento de equilibrar lo tradicional con lo menos conservador, son fundamentales para abrir debate, formar argumentos y tener un curso con gente pensante.

El conocimiento de estos liderazgos es una pieza clave si el profesor tiene interés en la educación integral de sus alumnos y no solo contar con cajas para almacenar datos. A esta altura del inicio de clases ya se puede captar mayor atención e interés en aprender, en generar sed de conocimientos. Es tiempo de retar al debate argumentando las posiciones contrarias.

Por supuesto que para lograr todo ese despliegue de búsqueda de conocimiento, previamente es necesario nutrirse de argumentos para defender una posición, es necesario que el profesor se prepare absolutamente más allá del texto oficial de la materia, que no se informe únicamente por las redes sociales, que tenga pasión por el conocimiento y le dedique tiempo a la creatividad cuando está preparando su clase, sabiendo que hacerlo es imprescindible, que no puede improvisar o, peor aún, leer la lección del día como un dictado sin siquiera levantar la vista del papel. Hay profesores que saben lo importantes que son en la vida de sus alumnos y se preparan para ser una buena y querida influencia, esos son los que uno recuerda a lo largo de la vida.

(*) Lucía Sauma es periodista

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El peligro monta una motocicleta

Lucía Sauma, periodista

/ 22 de febrero de 2024 / 06:59

Cada día es más frecuente que un motociclista aparezca a toda velocidad en contrarruta y el transeúnte que está cruzando la calle salte asustado y se quede quieto, atónito, pensando que acaba de librarse de un grave accidente. Tampoco es de sorprender que el conductor de una moto repartidor de pizzas o cualquier otro encargo se suba a la acera para pasar por sobre todos, esquivando una trancadera. Tocan bocinas, pasan por el carril derecho cuando los pasajeros de un transporte público están descendiendo del mismo. Los motociclistas están por todo lado, siempre apurados, siempre otorgándose prioridad absoluta, siempre creyendo que lo que sea que transportan es parte de Misión Imposible y como Tom Cruise tienen pase libre para arrasar con lo que o quien tengan por delante.

En el primer semestre del año pasado se registraron más de 4.000 accidentes ocasionados por motociclistas, según datos proporcionados por UNIVida, es el motorizado con mayor siniestralidad; la aseguradora estatal pagó Bs 17 millones por los siniestros cometidos principalmente por motociclistas entre enero y julio de 2023.

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Detrás de los accidentes ocasionados por los conductores de motocicletas están las víctimas, personas que sufrieron golpes de los que se recuperaron relativamente rápido; otras más graves por golpes en la cabeza, que tuvieron que ser intervenidas y terminar con una placa de platino en la cabeza; están quienes perdieron una pierna o un brazo, y finalmente quienes perdieron la vida. Entre estas últimas están las personas que dejaron huérfanos o personas dependientes que quedan en el desamparo

El problema tiene aún mayores agravantes, muchos de estos motociclistas no tenían permiso de conducir en el momento del accidente, no tenían SOAT, eran menores de edad y en un número preocupante se dieron a la fuga, dejando a sus víctimas sin auxilio, con absoluta irresponsabilidad, amparados además en lo engorroso que se convierte el trámite de la denuncia, la verificación en cámaras de vigilancia si es que existen en el lugar del accidente y la buena voluntad de las autoridades para continuar con la investigación hasta dar con el autor.

Tienen que tomarse medidas serias frente al peligro que representan los motociclistas irresponsables. Tiene que aumentar la vigilancia en las calles, hay ausencia total de personal de tránsito, no se ven patrulleros que controlen la velocidad ni detengan a los infractores, como los que hacen caso omiso de la luz roja, el que conduce en contraflecha, los que no tienen placas en sus vehículos, los que usan su celular mientras conducen, etc., etc. Todo esto es parte de la seguridad ciudadana, que por los datos conocidos está a la zaga de quienes se creen superhéroes de dibujos animados mientras están montados en una motocicleta.

(*) Lucía Sauma es periodista

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Por un mínimo acuerdo

Lucía Sauma, periodista

/ 8 de febrero de 2024 / 09:45

El trufi circula el centro de La Paz, son las 10 de la mañana, sol radiante, últimos días de enero. Por fin el conductor deja de hablar por su celular. El pasajero que iba a su lado lo sorprende con la pregunta “¿joven, está permitido hablar por teléfono mientras conduce?” Los demás pasajeros atentos a la respuesta esperan, se hace un silencio, el aludido responde a media voz: “No”. Cada uno piensa en lo que significa esa respuesta, cada uno en su fuero interno dice: ¿y entonces por qué lo hizo? Segunda respuesta: “Estaba en rojo”. Todos los demás piensan: primero, no es verdad; segundo, la luz roja no dura seis minutos; tercero, mientras hablaba estuvimos en movimiento. El pasajero cuestionador concluye en representación de todos: “Joven, reconozca que no ha hecho bien, expone su vida y la de los pasajeros”.

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Hacemos reglas, normas, leyes. Empleamos mucho tiempo en elaborarlas y aprobarlas, mientras que contravenirlas no cuesta nada, ni tiempo, ni escrúpulos. Es como estar frente a un rompecabezas: armarlo es difícil, requiere pensar, buscar la pieza exacta. Una vez hecha, damos un manotazo, con el simple afán de destrozarla sin haber terminado de admirarla. ¿Para qué hacer una norma, una regla, si el objetivo es no cumplirla?

Cada vez que una persona permite que otra contravenga acuerdos sociales y no la cuestione, no le dice nada, no le objeta, está consintiendo vivir en una sociedad sin ley, sin pacto social, donde cada quien haga lo que quiera sin que importe el daño que su actuación pueda ocasionar a los demás. ¿Esa es la sociedad que queremos, que soñamos, que deseamos?

Esta es la primera semana de clases en escuelas y colegios del país. Si pensamos que es allí el único lugar donde se educa, estamos muy equivocados porque la casa, la calle, son las escuelas sin vacación que educan o deforman todos los días y a toda hora, 24/7 como dirían quienes apuntan a estar siempre ocupados. El problema radica precisamente en que en estos lugares que es donde todos se forman primero, todos los días y a toda hora se contravienen todos los acuerdos en función de bien personal.

¿Cómo sería una sociedad donde los pactos sociales se cumplen a rajatabla? Seguramente sería una sociedad más respetuosa de la convivencia. Por ejemplo, las personas que la integrarían acordarían cumplir con el horario establecido por respeto al tiempo del otro. O tomando otro ejemplo, en la calle cada quien recoge la basura que genera por respeto a los demás y a sí mismo. Acuerdos simples, cotidianos, capaces de cambiar la convivencia y hacerla más amable, más digna. 

(*) Lucía Sauma es periodista

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Aquí no, en la otra esquina…

Lucía Sauma, periodista

/ 25 de enero de 2024 / 07:18

“No, no quiere, dice que ella entregó en dólares cuando firmamos el contrato anticrético y ahora le debemos devolver en dólares”. Esta conversación se parece a muchas otras que se escuchan en la calle, en el transporte público, en las filas frente a las puertas de un negocio o un banco. La persona de la conversación también argumentaba que había recurrido al Banco Central y allí le dijeron que debía registrarse vía internet para adquirir dólares al precio oficial. Lo había intentado por meses, pero completar el registro era imposible, siempre le salía la odiosa frase “intente más tarde”. En el banco le aconsejaron que ingrese entre 07.00 y 09.00 porque solo aceptan a 200 personas por día en ese horario, insistir después es inútil.  El consejo no surtió. También envió una carta al BCB para que atiendan su pedido de compra de la moneda estadounidense con el respaldo necesario, pero no obtuvo respuesta. Sin embargo, ella constató que quienes estaban en la fila de compra al precio oficial de Bs 6,97 en la entidad estatal son librecambistas, quienes luego revenden los dólares a más de Bs 7.

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Otra persona en las puertas del BCB con la misma necesidad de adquirir dólares, decía que necesitaba comprar esa moneda porque, si bien el boliviano es una moneda fuerte en el país, en el exterior nadie recibe bolivianos y él tiene programado un viaje a Estados Unidos. Hablaba así con el pasaje en mano para demostrar que no era un invento o pretexto. Como respuesta en la caseta de entrada al BCB le dijeron que “haga la prueba de enviar una carta con fotocopia del pasaje, no es seguro pero quizás consiga algo”.

¿Por qué la gente que tiene estas urgencias no puede conseguir dólares y sin embargo centenares de casas de cambio, que se reprodujeron como hongos, especulan con el precio y desesperan a la gente contestando de la forma más despectiva “no hay dólar”.

Hay otra situación que debe ser atendida: el envío de dinero a familiares que por razones de estudio o salud viven en el exterior y su manutención depende de esos giros. La primera traba es que las entidades financieras que deberían realizar esa operación reciben dólares para enviarlos en la misma moneda y no a la inversa. La segunda traba es que cobran una comisión del 9% o más. Esto es realmente inadmisible. ¿Por qué un padre de familia que debe enviar dinero a su hijo que estudia en otro país debe pagar una comisión leonina?  

Nada de esto es justo para la persona común y corriente que no es un especulador cuando solo pretende cubrir la devolución legal de un anticrético, o pagar los gastos de un viaje al que tiene derecho, o finalmente la necesidad de que su familiar pague la vivienda, la alimentación y el transporte en el lugar donde vive. Esta situación es como si al ciudadano lo arrojasen a una jaula de fieras y esperan que se las arregle como pueda, mientras los domadores y dueños del circo se regodean vendiendo las entradas y celebrando el festín que se están dando los leones.

(*) Lucía Sauma es periodista

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Periodismo vigente

Lucía Sauma, periodista

/ 11 de enero de 2024 / 07:45

Al paso de los años aumentan las voces agoreras que proclaman la extinción del periodismo y de los periodistas. Las opiniones al respecto están divididas, hay quienes respaldan abiertamente que ahora cualquiera puede ser periodista desde las redes; cualquiera puede enviar imágenes de lo que presencia, de lo que ve y quizás lo hace con mayor rapidez y entusiasmo que un periodista. Quienes disienten de estas premisas sustentan su opinión arguyendo que los  periodistas buscan las causas de lo que ocurre, contraponen fuentes y no divulgan una noticia sin verificarla. Ambas opiniones esgrimen razones y el debate podría alargarse al infinito, quizás termine en tablas emulando al ajedrez cuando ningún oponente tiene el juego ganado, convirtiéndose en imposible de continuar.

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Sin entrar en la discusión sobre la extinción o no del periodismo me remito a lo que está sucediendo en distintas partes del mundo, demostrando la vigencia de una profesión que suele exigir más allá de las fuerzas de personas que entregan todo por sacar a luz los hechos que hacen a la vida o la muerte de pueblos enteros. En México, el periodismo es la profesión más riesgosa. Desde 2000 llevan asesinados 163 periodistas. ¿Por qué será? Generalmente cuando algo está en extinción es porque deja de ser de interés público y se convierte en obsoleto, deja de ser peligroso para cualquiera. Parece que no es el caso.

Esta semana en Ecuador, un grupo de encapuchados irrumpió en un canal de televisión durante una transmisión en vivo, obligó al presentador, a los periodistas, a los camarógrafos a echarse en el piso, mientras en actitud de pandilleros dieron vueltas mostrándose ante las cámaras. La noticia dio la vuelta al mundo en un instante. ¿No es que casi nadie mira televisión, lee periódicos o escucha radio? Por lo visto parece que no es así.

En Gaza, cerca de 80 periodistas murieron desde que hace cuatro meses se iniciara el conflicto. Se trata de periodistas en su mayoría palestinos y libaneses que a costa de su vida decidieron mostrar al mundo lo que sucede en las calles, en los hospitales, en las escuelas atacadas por Israel, para que salga a luz algo que podría quedar oculto.  Parece que el periodismo, el verdadero periodismo, los verdaderos periodistas, aquellos que valoran su profesión no están en extinción. Son absolutamente necesarios.

Claro que hay un periodismo que ya se ha declarado extinto, rendido ante las redes sociales, reemplazado por las fake news, o por la realidad virtual a la que boquiabiertos y sin ninguna resistencia decidieron ceder sus puestos. A estos periodistas no necesitamos dedicarles más líneas. Todo el esfuerzo en hacer un periodismo de excelencia, de servicio, será para rendir un sentido homenaje a quienes lo dieron todo para que los hechos no queden escondidos, para acercarse lo más posible a la verdad.

(*) Lucía Sauma es periodista

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