Educación de Alasita
Sabemos que la educación nos puede salvar de la desigualdad en la que vivimos. Sabemos que la educación es un derecho humano. Sabemos que quien se educa puede pensar en un futuro mejor. ¿Realmente creemos en estas afirmaciones? ¿O quizás son solo enunciados, frases hechas que repetimos y escuchamos en los discursos de campaña? Parecería que esto último es más cierto que cualquiera de las declaraciones sobre educación que constantemente leemos en informes de Naciones Unidas, o cualquier otro organismo internacional.
Lo cierto es que si la educación es un derecho, en Bolivia no está al alcance de todos, más aún desde que la pandemia del COVID- 19 se ufana de su poder por cuanta calle, casa, pasillo o escuela se le apetezca. La clausura del año escolar en 2020 significó justamente una negación de ese derecho que va más allá de pasar de curso por decreto.
¿Qué implica el derecho a la educación? Acceder a la enseñanza de “manera universal, productiva, gratuita, integral e intercultural, sin discriminación”, como señala la Ley Avelino Siñani. Pero más allá de la letra muerta, quiere decir que el derecho a la educación tiene que ver con gozar adquiriendo conocimientos, el camino para llegar a ser personas pensantes, la vía para aprender determinadas destrezas que en definitiva conduzcan a quien accede a la educación, a beneficiarse con la mejora de su vida en forma permanente, de sentirse útil, de acceder a oportunidades para trascender como un ser productivo en favor de su entorno y de los demás seres humanos.
La realidad es que el derecho a la educación se ha visto confundido en el engaño de pasar de curso aunque no se hayan adquirido los conocimientos suficientes. En entregar trabajos a los que se dedica el tiempo que lleva hacer un click en copiar y pegar desde cualquier sitio donde exista internet. Se debe declarar una guerra al conformismo tan arraigado, tan apreciado (aunque esto nunca sea reconocido públicamente) como parte del paquete en la oferta de mentiras que se compra a diario en nuestra sociedad, acostumbrada a coleccionar leyes y normas para archivarlas mientras se encuentra la mejor manera de quebrantarlas.
A nuestra sociedad le falta franqueza para afrontar todos los problemas que se presentan. No se toma al toro por las astas, se da vueltas, se miente sobre las verdaderas intenciones, se toma acciones o se recurre a la violencia y el enfrentamiento llevados, generalmente, por quienes tienen la intención de sacar partido del conflicto. Visto de este modo, la educación no es ningún derecho. Es un juego de engaño al que nos prestamos esperando que el azar resuelva la partida. El 24 de enero fue el Día Internacional de la Educación, triste coincidencia con la educación de Alasita que nos ha tocado.
Lucía Sauma es periodista.