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El silencio de las palabras

El horóscopo chino anunciaba que el 2020 llegaba con la rata de metal: un nuevo gran ciclo, como el que vivimos el 1900, así, con sus turbulencias e inesperadas transformaciones. Vaya que sucedió. Pero no hace falta conocer ni creer en esta visión e interpretación china del tiempo. A estas alturas del 2021 quedó negro sobre blanco que ingresamos a un nuevo siglo y éste puso sobre la mesa un nuevo y desafiante gran capítulo de la historia universal.

Más allá de las consideraciones del debate científico sobre cómo actuar frente a esta pandemia, sale a flote la certeza de que esta enfermedad vehicula las fuerzas del poder y con ellas, los enormes desequilibrios económicos. Los núcleos políticos mundiales siguen ejerciendo la presión de sus respectivos intereses en su gestión de la enfermedad. A su vez, la economía del globo está siendo zarandeada por los vientos indolentes del sistema financiero predominante hasta quedar desnuda, sin escudos, sin un salvavidas que garantice un mínimo bienestar para las grandes mayorías. Hemos quedado a expensas de las medidas de un sistema sorprendido y acorralado. Estructuras estatales de todos los colores sumidas en múltiples crisis, empresas privadas en sus propios túneles sin luz, desigualdades obscenas en las cuatro esquinas, pobreza a secas a lo largo y ancho. Los medios de comunicación transmiten cifras, multiplican consignas, dan cuenta de las decisiones de autoridades, ponen gasolina a nuestros miedos. Las sociedades todas han sido sacudidas y no salen del aturdimiento.

Sin tardar, este sacudón llega a nuestras casas. Toca las puertas de nuestra intimidad. Toc, toc, toc. Y sin esperar, las abre de una patada. Nos encuentra con más o menos información, con más o menos consciencia, con más o menos vocación solidaria, con más o menos ahorros, con más o menos familiares vulnerables, con más o menos temores. Y promete dar lecciones.

Nuestro sistema de creencias amanece y anochece en un constante tambaleo. Nuestras economías familiares han sido perforadas. Nuestra salud tiembla bajo los truenos. Nuestro bienestar está en entredicho. Nuestros sueños quedaron suspendidos. En esta larga tormenta, ni los periódicos, ni los canales de televisión, ni las estaciones de radio, ni las redes, ni los discursos políticos ponen a nuestro alcance las palabras sanadoras. Esas que necesito para cerrar el abrazo a mi amiga del trabajo cuando despide a su mamá. Esas otras que quiero decir a mi hijo cuando su compañero de curso pierde a su padre. Y ésas que quisiera inventar para ese compañerito, niño que vi crecer y que hoy no tiene el abrazo de su papá. También las palabras para el mío, hace un año encerrado en un departamento viendo pasar un día después del otro, arrancado de todo, ahuyentando la tristeza. Nadie me regala las palabras que me hagan entender la partida de un amigo/hermano que se fue en estos días y que a fin de año había sellado en la pantalla de mi teléfono un: “Abrazo y donde sea que nos encuentre el año, estaremos en la misma trinchera”. ¿Y quién inventa las palabras portadoras de los nuevos sentidos que hacen falta para seguir respirando? ¿Quién escribe en una pared cómo hacemos para amanecer con tanto en contra? ¿Dónde se fueron las palabras que nos hagan sentir que todo es posible? No tenemos las letras suficientes para tejer y abrigarnos del frío en el que nos dejan los que se van. No hay mantas que reemplacen la piel de nuestro ser querido, el trabajo del cineasta que nos marcó, la agudeza del autor que nos esculpió, la urgencia del poeta que inventó mundos para hacernos más felices, el trazo de la mano creadora que se acaba de despedir. Estamos inertes frente a la foto de periódico del empresario que admiramos, impotentes vemos a los hijos de aquella mujer humilde que se fue en medio de sus carencias, mudos quedamos frente al líder indígena que se fue pateando el racismo. Día tras día sabemos que mueren más. Personas con nombre y sin nombre que componen las cifras de la pandemia. Números vacíos que dejan las plazas sin alma. Números que no saben contar el dolor de las ausencias, no saben traducir la pena.

Habrá que imaginar nuevas letras para inaugurar un nuevo abecedario. Uno capaz de parir las palabras que nos hagan entender lo que estamos viviendo, lo que estamos muriendo. Habrá que moldear nacientes sentidos que nos ayuden a pararnos, que acaricien nuestros corazones que quieren con todas sus fuerzas seguir latiendo.

Mundo perplejo. Mundo con barbijo. Mundo sin sonrisa. Mundo sin palabras.

        Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.