La larga noche
En la novela de Humberto Costantini que hace referencia al título de este artículo se plantea el dilema moral que alguna vez confrontamos como seres humanos respecto a nuestra indiferencia o pasividad frente a la desgracia ajena. Es un fenómeno recurrente en la vida que debamos elegir entre actuar o mantener una prudente distancia, de alguna forma y haciendo un paralelo con la economía, este hecho se explica por el grado de aversión al riesgo que tengamos.
En un mundo simplificado en función al riesgo, las personas podrían dividirse entre las que prefieren tomarlo, aquellas a las que les resulta indiferente y finalmente las que procuran evitarlo; por supuesto que esta clasificación no debería utilizarse para medir sus méritos respecto al nivel de ingresos a los que puedan acceder o hayan accedido. La práctica cada vez más común en Bolivia de defender los derechos de los “prósperos arriesgados” frente a los “pobres cautos”, agregando además connotaciones regionales y hasta étnicas, denota una miopía preocupante, muestra además que no hemos superado por completo las barreras que impiden consolidarnos como país y sociedad.
Respetando nuestras diferencias, en una situación límite como la presente, es necesario que reflexionemos en relación al mañana, que el mundo como lo conocemos cambió y seguramente cambiará, que los privilegios de los más afortunados no pueden estar por encima de la sobrevivencia del resto y que los más necesitados requieren mejorar sus oportunidades en todos los ámbitos para alcanzar una sociedad más humana y solidaria.
El reconocimiento de nuestra propia debilidad ante la pandemia, y la crisis que ésta ha desatado, ha generado una nueva conciencia en la que incluso un organismo internacional reconocido por su ortodoxia en términos económicos y por la aplicación a ultranza de recetas, el Fondo Monetario Internacional, recomiende un análisis renovado del cumplimiento tributario, de impuestos más altos a las personas más acaudaladas y del ajuste de aquellos dirigidos a las empresas con mayor rentabilidad; el fin de esta sugerencia es la aplicación de medidas redistributivas que beneficien a los sectores más pobres.
En esta línea, el Gobierno proyectó la creación de un Impuesto a las Grandes Fortunas (IGF) que grava la fortuna de personas con una riqueza mayor a los Bs 30 millones, el objetivo es generar ingresos que puedan llegar hacia la población en su conjunto a través de medidas redistributivas, que alivien de alguna manera las dificultades a las que todos nos vemos expuestos.
La redistribución no es mala en sí misma a pesar de que motiva un temor infundado de parte de ciertos sectores, basta ver que algunos de los países con mayor desarrollo humano en el mundo, como son los nórdicos, han aplicado políticas fiscales redistributivas que le permiten a la mayor parte de su población acceder a niveles de bienestar que no se ven ni siquiera en los países de tradición capitalista más arraigada.
No se trata de un acto injusto o perverso contra el esfuerzo o trabajo individual, se trata del reconocimiento de que la vida en comunidad conlleva una obligación moral para con los demás, y que la subsistencia no puede depender únicamente de la buena voluntad del libre mercado, cuyas manos suelen ser cortas en los tiempos difíciles y particularmente largas en la bonanza.
Franco Guzmán Bayley es economista.