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Desiguales

Corren tiempos en los que todos los días parecen iguales. Pasan cumpleaños, nacimientos, vida y muertes casi como si no existiesen. La neblina de la rutina lo envuelve todo, tiñe de gris el afán de otras épocas en las que los días marcados de rojo en los calendarios tenían mayor exigencia en la cocina, las mesas debían vestirse de largo, días esperados con ansias, tenían aire de fiesta, venían con una gran cesta de ilusión, estaban hechos para regalar abrazos, largas charlas, para esos días se habían inventado bailes, fuegos de artificio. Esos días son cosa del ayer, lo que en los cuentos de ciencia ficción representan el hermoso pasado de un planeta destrozado. Aquí es donde la realidad nos golpea porque nada tiene de cuento y es lo que estamos viviendo a nivel global.

En este mundo encerrado, atemorizado, donde vivimos distanciados unos de otros, escuchamos y sentimos lo que no se puede ocultar, este mundo es desigual. Hay mucho para unos pocos y muy poco para una gran mayoría. En enero de este año los organismos internacionales advertían sobre la desigualdad en la distribución de vacunas contra el COVID- 19, según la OMS se habían inoculado 39 millones de dosis en 49 países ricos, únicamente 25 se habían administrado en uno de los países más pobres. “No 25 millones. No 25.000. Solo 25 vacunas”. Esta desigualdad no es culpa de quienes la sufren sino de quienes acumularon más dinero y ahora pagan aunque durante toda la pandemia pregonaron que científicos, laboratorios, productores estaban trabajando para el bien de toda la humanidad.

Al parecer hay normas que existen pero no están escritas, según las cuales cuanto más pagas, más humano eres y más derechos tienes. No nos mintamos, esas son las reglas y los relegados no tienen más que aceptarlas y acatarlas porque para eso se hicieron.

A pesar de tanto adelanto tecnológico, de tanto invento para dar confort, estamos viviendo en un mundo que sabiendo bien dónde está la solución para que millones de personas dejen de morir de hambre, para que otros tantos millones vivan decentemente, simplemente ignora esas posibilidades porque en equidad desaparecen los privilegiados de quienes hacen las reglas y pagan por ellas.

Mientras tanto, el mundo sigue marchando a su ritmo desigual, cansado, caduco, injusto. A ese paso quienes vivimos en él, claramente y sin temor a equivocarnos, sabemos de qué lado nos ha tocado nacer, del lado de quienes pueden pagar o de los que por no tener dinero, barbijo en boca, terminan encerrados, aislados y atemorizados.

Esta pandemia ha puesto en evidencia lo inmensamente injustos que podemos ser, lo fácil que nos pueden domesticar y someter. Aunque felizmente no es todo, porque también ha desenmascarado a quien pregona por una equidad en la que no termina de creer.      

Lucía Sauma es periodista.