Los libros peligrosos de don Werner
Una de las primeras palabras que don Werner aprendió a leer fue heimatlos, que en alemán significa “sin hogar/ desamparado/sin patria”. Era el título de un grabado que había en su casa natal en Breslavia, actual Wroclaw (Polonia). Cuando los nazis anunciaron la quema pública de libros “judeo-marxistas” en la noche del 10 de mayo de 1933, Werner Guttentag apenas tenía 13 años pero las novelas ya incendiaban su cabeza, como El libro de la selva (el cual llegó a aprender de memoria). Todavía no sabía que su vasta cultural general iba a llegar gracias a los libros. En la primera lista negra de los volúmenes prohibidos por el III Reich —130 autores “anti alemanes” o “judíos”— estaba uno de sus escritores favoritos, Stefan Zweig.
El chango Werner comenzó a buscar el resto de libros vetados y así arribó a escritores que no correspondían a su edad como Mann, Brecht o Marx. La prohibición lograba el efecto contrario, una vez más. Guttentag recuerda en su magnética biografía escrita por el suizo/boliviano Stefan Gurtner y publicada por la editorial Kipus de Cochabamba que aquella primavera del 33 fue especialmente cálida.
Don Werner quiso ser bibliotecario, historiador, escritor famoso, poeta, librero “o algo relacionado con los libros”. Las leyes nazis impidieron que cursara una carrera universitaria y su primer anhelo se esfumó. Su venganza sería tan poética como justa y bella: vendería libros prohibidos, editaría libros censurados, escondería libros peligrosos y armaría bibliotecas secretas. No fue algo que escogió. Los libros fueron una adicción incurable acompañada por otra manía: hacía resúmenes de todo lo que leía.
La segunda vez que Guttentag vio arder páginas fue en su propia casa y a manos de su mismísima madre: por miedo a los nazis, su biblioteca clandestina quedó reducida a cenizas. Era la primera vez que caían lágrimas por su rostro, lloraba por libros que todavía no había podido leer. Werner solo pudo salvar unos pocos. Entonces el chango de 16 años —que había perdido el sentido del olfato por una enfermedad infantil— comenzó a contrabandear libros en la frontera germano-checoeslovaca, entre ellos una novela de gran influencia en los grupos antifascistas de Europa, Fontamara del italiano Ignazio Silone. Largos meses después, partía al exilio boliviano con apenas 19 años, cinco dólares, una bicicleta —su querida Mercedes—, una máquina de escribir Urania y un solo libro, El idiota de Dostoievski.
El primer volumen peligroso que consiguió en Bolivia fue escrito por un hombre con boina vasca y lentes de montura negra. Su nombre era Jesús Lara y el libro, prohibido en 1937 por ser muy crítico con la Guerra del Chaco, se llamaba Repete. Tras fundar Los Amigos del Libro en 1945, Guttentag decidió continuar la lucha a nivel literario y escogió trinchera, la de la cultura. Así comenzó a publicar, no solo a vender. El elegido volvió a ser Lara: Surumi y Yanakuna fueron los primeros títulos editados.
Pero los libros prohibidos no dejaron de perseguirlo nunca. Cuando en los años 70 llegaron a su librería los primeros ejemplares de Mi campaña con el Che de Inti Peredo y Guerrillero Inti de Lara se dio cuenta otra vez que la mejor publicidad para un libro era su prohibición. En una noche de febrero de 1972, 3.000 copias del libro de Jesús fueron incineradas por paramilitares a orillas del río Rocha a las afueras de Cochabamba.
Su postura contra la censura fue siempre valiente: “Nada debe ser prohibido, pero debe ser explicado. Siempre publiqué libros de ambos lados, para que el lector pueda formarse su propia opinión. Edité libros de Lora y también libros cercanos a la Falange. La censura es el primer paso al asesinato, es siempre un signo de debilidad”. Guttentag siempre recordaba aquella frase de Heinrich Heine: “Cuando quemas libros, terminas quemando gente”.
Don Werner publicó 1.200 libros, recibió el Cóndor de los Andes en 1986 —su mayor alegría— y fue un eterno agradecido con Bolivia. De su país de nacimiento, nunca pudo olvidar el Holocausto ni la complicidad de parte de la sociedad alemana. Heimatlos significa “sin patria/ sin hogar/desamparado”. Para Guttentag, su patria, la verdadera, fueron los libros.
Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo