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El ‘ajayu’ del gobierno de Arce

Más allá de sus intenciones o de sus orientaciones ideológicas, los Gobiernos suelen ser prisioneros de sus circunstancias. Serán evaluados y recordados, mal o bien, por su capacidad para leer y responder a los problemas y sentimientos sociales nodales del momento histórico. En el caso de Luis Arce, parece que estos se concentrarán en la manera como manejará la salida de la crisis. 

No siempre los gobernantes logran entender las señales que les envía su contexto, de ahí que aparecen desperfilados, sin ese ajayu que acompaña a los grandes liderazgos políticos. Haciendo o hablando cosas, pero sin que estas conmuevan o interesen a los ciudadanos. Por supuesto, la cuestión no es solo entender las voces y necesidades de la gente, sino compatibilizarlas con las restricciones que impone la realidad. Es, pues, tener empatía y al mismo tiempo saber dónde estás realmente parado, en caso contrario, la disyuntiva será entre demagogia o inoperancia.

En sus largos años de gobierno, Evo Morales tuvo la habilidad de conectar en dos momentos con el sentimiento popular y resolverlo de manera concreta y creíble. La mitología del masismo sigue nutriéndose de esos aciertos. El primero fue el tiempo de la nacionalización de los hidrocarburos y la nueva Constitución, la ruptura con la “vieja Bolivia”. El segundo tuvo que ver con el ansia modernizadora, neodesarrollista y de movilidad social de las mayorías, que tuvo su culminación con la ampliación de los estratos de ingresos medios durante un quinquenio.

No únicamente por la pandemia, el país que recibió Arce en noviembre es un concentrado de angustias, de temor por el retroceso social, de frustraciones y de rechazo a la insensibilidad y prepotencia de los poderosos. Ese es el sentido, desde mi punto de vista, del 55%. No parecería que el reclamo sea por grandes épicas ideologizadas o transformaciones institucionales ambiciosas, se trata de recomponer seguridades personales, familiares y comunitarias.

Algunos dirán entonces que es el tiempo de “las cosas pequeñas”. Y la verdad, sí, de eso se trata, de preocuparse por las experiencias prácticas de los ciudadanos en un tiempo de estrés agravado. Y en esa tarea, harto complicada, por cierto, importan mucho los resultados concretos: una prueba diagnóstica del COVID-19 gratuita, un ingreso adicional para la familia, alguna opción para que los hijos sigan educándose o una vacunación que llegue a todos.

Esa agenda deberá realizarse con un Estado con todas las ineficiencias que ya se conocen, que ningún voluntarismo podrá resolver en el corto plazo y que resulta inocuo intentar reformar estructuralmente en medio de una crisis que exige moverse rápido. Por eso, el gobierno de Arce debería concentrarse en algunos pocos objetivos y a pensar en maneras ad hoc y novedosas de evadir las inercias de un Estado que responderá mal si se siguen sus pautas de organización tradicionales. Circunstancias excepcionales, instrumentos igualmente excepcionales, valga la redundancia.

Así pues, el devenir de la primera parte del mandato del nuevo Presidente estará inevitablemente vinculada a su posibilidad de alcanzar una “nueva normalidad”, en la que las mayorías quizás no ganen mucho más, pero en la que se tranquilicen y sientan que no han perdido sus esperanzas de un mejor porvenir. Se puede resumir en vacunas, sostenimiento del consumo y reactivación de la economía. El resto de los juegos retóricos o narrativas confrontativas son, en el mejor de los casos, complementarias, sino intrascendentes o incluso dañinas en un momento de búsqueda de solidaridad y tranquilidad social.

El talante del Presidente, un hombre de las finanzas públicas y de la economía, que gestiona lo concreto, conoce las entrañas del Estado y que parece interesado lo justo en la retórica política, es a priori una oportunidad. Pero su posibilidad de éxito dependerá de la reorganización pragmática de la institucionalidad estatal y de la capacidad de movilización de la fuerza partidaria que lo sostiene para cumplir con mucha eficacia esas pocas, pero trascendentales, tareas.

   Armando Ortuño Yáñez es investigador social.