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Germán en la memoria

Recuerdo febrero de 2003. Ese “febrero negro” por la represión que segó la vida de más de 30 personas que protestaban contra un impuesto. El prolegómeno fue un motín policial que derivó en enfrentamientos entre policías y militares en la plaza Murillo. Entre las explicaciones sobre las causas acerca de lo acontecido en esos trágicos días recuerdo una que fue, en realidad, una premonición vertida, días antes, por Germán Choquehuanca, diputado por el Movimiento Indígena Pachakuti. Fue la primera vez que cautivó mi atención. A fines de enero había caído un impresionante trueno sobre la estatua de Pedro Domingo Murillo y el representante indígena advirtió: “Es una mala señal, van a ocurrir hechos terribles en la sede del poder”. Cuando leí la nota periodística esbocé una sonrisa condescendientemente racionalista pero cuando veía las imágenes televisivas en esos terribles días recordaba sus declaraciones. Tal vez por ese motivo usé la figura de “efecto mariposa” para destacar la importancia de la marcha de los estudiantes del colegio Ayacucho que, casualmente, cruzaron por el Palacio Quemado y, al verlo desguarnecido, destrozaron algunas ventanas provocando la escalada del conflicto entre policías y militares. Varios años después tuve la suerte de conocer a Germán Choquehuanca y conversamos sobre esos acontecimientos: “Hay que prestar atención a las señales que manda la Pachamama”, me dijo.

Estos días recordé mi encuentro con él, puesto que estuve pendiente de recoger una wiphala en forma de estandarte y porque su nombre —y tarea política e intelectual— está imbricado a la recuperación de la bandera indígena como símbolo de identidad, resistencia y propuesta.

Nos conocimos en un viaje a Atlanta, Estados Unidos, donde participamos en un encuentro de intelectuales, políticos y empresarios de los Andes con el expresidente Jimmy Carter. Una de esas típicas iniciativas para fortalecer la democracia y establecer puentes de diálogo. No obstante, ese evento adquirió otra connotación cuando Germán tomó la palabra: “Hablo en nombre de los indígenas de Abya Yala, del sur del continente, pero también represento a los sioux, cherokee, apaches, cheyennes que fueron sometidos por los colonialistas…” Con la mirada en el vacío, con la cabeza cubierta con un sombrero y una chalina enroscada en el cuello, Germán levantaba la voz y su reclamo retumbaba en el recinto. Por casualidad, yo estaba sentado al lado de Carter y pude ver las reacciones de sorpresa y admiración del expresidente. Varios celebramos su templanza y lucidez.

En otra ocasión nos reunimos en Perú, pero en esa oportunidad salió a relucir el racismo que impera en nuestras sociedades. El grupo convocado por el Centro Carter fue invitado a una cena en el Club Social de Lima, pero la etiqueta señalaba que el uso de corbata era obligatorio. Germán, camisa bordada y sin cuello, dijo que no asistiría bajo esas reglas porque implicaba negar su identidad cultural. Varios participantes nos sumamos a su rechazo. El anfitrión, un empresario liberal, realizó gestiones para que el club acepte una excepción y fuimos al evento, cada quien con su atuendo, y Germán, obviamente, con sombrero altivo. Empero, cuando llegamos al lugar, fuimos conducidos por la puerta de servicio. Ya en el salón, todas las miradas del personal se posaban en él porque un invitado había roto esa estúpida regla de baja aristocracia. La anécdota parece trivial pero no lo es; Germán era marca de orgullo y lucidez y nunca olvidaré su voz pausada, jovial y rotunda.

Fernando Mayorga es sociólogo.