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Estaño, metal del diablo

Siguiendo la temática de mi columna anterior sobre las perspectivas de la minería boliviana tocaré un tema de coyuntura que tiene que ver con lo que podemos esperar en el futuro cercano. Hace algunos días una publicación de la International Tin Association (ITA) daba cuenta que en 2020, Bolivia dejó de estar entre los Top 10 productores de estaño metálico del mundo; puede sonar baladí por las características colaterales que vivió el mundo, pero para los bolivianos hablar de estaño es hablar de la “Provincia Estannífera” más importante (Tin Belt en el léxico especializado), de la epopeya de Simón I. Patiño que colocó a Bolivia, Llallagua y a la mina Siglo XX en la cúspide de los negocios mineros globales. Es también hablar de la larga y dolorosa historia que precedió a la nacionalización de las minas y de la concreción de la primera fundidora de estaño en el país en Vinto (Oruro), en 1971, de su historia de avances y retrocesos y de una frustración muy grande al ver los límites a los que la minería nacional está llegando. ¿Qué está pasando en el país?

Las causas de la baja performance de la fundidora estatal son parte de una crisis estructural del sector minero que no encuentra el norte de lo que como país queremos hacer, vivimos pendularmente arrimados a políticas nacionalistas unas veces y liberales otras, y en cada caso hay repunte de la minería estatal o de la privada alternativamente, dependiendo además del mercado externo y sus precios de materias primas. La fundidora estatal ha tenido dos picos importantes de producción, uno en 1981 y otro en 1994, en ambos casos se llegó a la capacidad máxima de producción (20.000 toneladas de estaño metálico); en el primer caso alentados por la subida de precios (más de $us 6/lb fina) y en el segundo por la apertura al capital privado (Joint Venture) que permitió un considerable aumento de la producción de estaño de minas de la Comibol y también de empresas privadas. En años recientes la producción fue de aproximadamente 12.000 t/año pese a los planes de ampliación de la capacidad productiva con la instalación del Horno Ausmelt (Datos Empresa Metalúrgica Vinto). La fundición de estaño concebida como un revolucionario intento para añadir valor a nuestras exportaciones, en medio siglo de existencia demostró que el remedio a nuestros males no va por ese camino. ¿Por qué?

Como reitero en mis escritos, la minería es un negocio global, debemos definir si nos insertamos a la globalidad o si no queremos hacerlo —como parece—; si seguimos con los paradigmas de los años 40, nos seguirá yendo como en la guerra, para usar una frase popular. Por eso fue importante lo hecho por Simón I. Patiño en los primeros años del siglo XX al lograr integrar sus minas al circuito mundial con operaciones mineras en Indonesia, Malasia, Australia, Europa y Estados Unidos, y entrar al circuito financiero manejado por Nueva York y Londres. Esto que pareciera un cuento capitalista clásico permitió crear una economía de escala con la Patiño Mines & Enterprises Consolidated Inc., con sede en Delaware y directorio en Nueva York. Esa transnacional soportó las desventajas de sus intereses en Bolivia y se proyectó a nivel mundial. Cuando en 1952 se nacionalizan las minas se rompe esta estructura y el país queda con las minas de Patiño, pero no con su imperio (D. Garzón, 2014 y 2017, De oro, plata y estaño, Plural Editores, La Paz Bolivia, pp. 46 y siguientes).

Así nos fue con el estaño, también con la plata, nos está yendo con el oro y seguramente nos irá con el litio, el potasio, el hierro, etc., si no cambiamos de chip, dejamos el lamento boliviano que tanto daño nos hace y actuamos en consecuencia.

  Dionisio J. Garzón M. es ingeniero geólogo, exministro de Minería y Metalurgia.