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Espejito electoral

El proceso electoral subnacional aún no ha concluido pero las interpretaciones sobre sus resultados ya se perfilan en el especulativo mundillo del análisis mediático. En muchos casos, el ejercicio consiste en llamar la atención sobre la parte del vaso, la media llena o la media vacía, que ratifica los prejuicios o intereses de cada sector.

La naturaleza de los comicios subnacionales, una conjunción de numerosas batallas políticas a lo largo del territorio, cada una con sus especificidades y dramáticas propias, hace más fácil que existan varios “espejitos” que nos pueden decir “que somos los más bonitos”, la cuestión es saber elegir el adecuado y olvidarse de los otros.

Por ejemplo, es obvio que los opositores y sus inefables aliados mediáticos proclamarán un gran cambio de preferencias a partir de la probable derrota del MAS en las ciudades, la reducción de su caudal electoral agregado con relación a los comicios presidenciales o su fracaso en lugares emblemáticos como El Alto.

Por su lado, los azules enfatizarán que su partido ganó más gobernaciones y alcaldías y recordarán que solo ellos van con la misma sigla en todos los territorios, mientras sus circunstanciales rivales serían un conglomerado variopinto de liderazgos locales, uno que otro partido con pretensión nacional y un largo etcétera de fuerzas disímiles en talla e ideología, es decir, un voto no-masista más que anti-masista.

Y lo entretenido del caso es que ambos puntos de vista tienen alguna razón, aunque pecan por igual de exageración y de ceguera selectiva. No hay que ser muy pitoniso para suponer que ese será el debate pues las tendencias descritas anteriormente ya sucedieron en las elecciones subnacionales de 2010 y 2015, y todo indica que se repetirán en una semana.

Lo cierto es que los comportamientos políticos de una apreciable proporción de bolivianos son más volátiles de lo que suponemos, dependen de valoraciones coyunturales y juicios racionales y emotivos, bastante cambiantes, sobre los candidatos y las ideas que se les ofrecen. Nadie es, pues, dueño de sus votantes, ni los que consiguieron su preferencia en octubre pasado, ni los que las obtendrán el 7 de marzo. Cada elección es diferente y cualquier victoria o derrota será siempre relativa y no permanente, lo que implica que hay que esforzarse, respetar al ciudadano y prestarle atención.

Esto es también una ratificación de que el campo político es mucho más complejo que la simplificación que generaliza los clivajes polarizados nacionales a todos los ámbitos. Al contrario, muchas veces, la hegemonía de algún actor en un nivel no se replica de igual manera en otro. Por tanto, resulta azaroso sacar conclusiones políticas subnacionales a partir de una correlación de fuerzas nacional, como también creer que un resultado electoral local impactará necesariamente en el lejano horizonte de las elecciones presidenciales.

Estas contiendas locales son seguramente las que mejor muestran que la política moderna es cada vez más una cuestión de liderazgos personales, de la capacidad de ciertos actores para representar algo relevante para los ciudadanos en un momento dado y de la debilidad de las estructuras partidarias tradicionales y las ideologías rígidas. En ese sentido, los candidatos victoriosos serán quizás los que mejor hayan sabido combinar las lógicas propias de la polarización, que tampoco se pueden obviar y siguen presentes con intensidad variada entre los votantes, con cualidades personales bien trabajadas y comunicadas, y una adaptación inteligente de sus propuestas y maneras de hacer campaña a las particularidades del territorio y del momento.

En suma, los comicios subnacionales nos podrían informar bastante acerca de las formas mutantes en que se expresa en este momento la diversidad y complejidad del juego político, y las continuidades y contradicciones que están determinando las preferencias de los votantes. Y sobre todo debería ser una oportunidad para entender de una vez por todas que estamos transitando a una nueva etapa inevitablemente más pluralista y menos hegemónica de nuestra democracia.

  Armando Ortuño Yáñez es investigador social.