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La A de agüita (segundo vaso)

Como en la cueca, no hay primera sin segunda en el esfuerzo por dar a nuestras hijas e hijos el acceso a una educación de calidad y cálida. Por eso en este rincón de papel anotamos las batallas contra las frustraciones acumuladas en este castillo de naipes que es la famosa educación virtual. Virtual, si hay señal de Internet. Educación, las narices.

Agüita pidió a su madre ese niño de primaria que no entendía lo que pasaba en la computadora durante una clase Zoom. Angustia y sed además de la impotencia de su mamá, la modista con trabajo hasta el cuello. Agua para educar con tanto en contra. Mirando estos días con cierto detenimiento, se dibuja con ternura cómo corre el agua de nuestra determinación.

Como el agua que transpiró una foto que La Razón publicó en su página editorial hace algunos días: una niña sentada en su banquito con su libro abierto y una minúscula pantalla al frente. Al lado, la madre vendiendo pan en la calle. El periodista Ricardo Bajo nos regaló un hermoso texto: “Esta es una clase presencial. La niña está aprendiendo el valor del trabajo y el esfuerzo de su madre. No hay Zoom que valga para tanta dignidad”. Inolvidable.

Así también corre el agua en la pequeña cartera de esa profesora de la Unidad Educativa San Gerardo, en Tupiza. Metió su mano de maestra/madre al bolsillo para arrancar a su salario el dinero suficiente para levantar sencillos cubículos de plástico blando y madera y así aislar un estudiante del otro. “No me interesa lo que haya gastado, lo que me interesa es que mis niños puedan aprender y estar sanos”, dijo a la prensa. El periódico Extra nos mostró a una de sus alumnas escribiendo dentro de su burbuja de amor. Entrañable.

Al lado de un mercado en Cochabamba, el Sindicato de Transporte Villa Pagador decidió hacerse a un lado para que su sede se convierta en un centro de educación a distancia donde estudiantes de escasos recursos hoy tienen conexión gratuita. Señal de Internet, sillas, par de mesas, distribución de barbijos y a estudiar se dijo. Eso es dotar de agua a los que más la necesitan. Sorprendente.

Y el agüita más dulce, más colorida y más aromática es la de esta abuelita del cruceño barrio Los Claveles que puso una gastada mesa de madera en la puerta de su casa para que su nieto Fabricio, de nueve años, despliegue las alas de sus libros, los cuadernos cuadriculados, un estuche con lápices a medio usar. Es el claro retrato del universo casi solitario de la educación en pandemia. Es “casi” porque los ojos bondadosos y pacientes de la abuela (que estudió hasta el tercero de primaria) lo acompañan desde su silla de plástico. “Si no tengo crédito, estoy en la obligación de conseguir dinero de donde sea para que al otro día pueda recargar mi celular”, dice a Extra desde allí. Guardiana de chinelas en calle de tierra, madre al cuadrado, ángel de la guarda. Celestial.

Agüita helada tiene que ser la que corre, nueve grados bajo cero, en esa clase presencial. Es el occidente rural donde sí hay clases cuerpo a cuerpo. Hay pocos estudiantes, varios kilómetros por caminar y la mañana trae ch’ullos valientes que aprenden contra el frío porque hay disciplina y porque hay ganas. Aves infinitas.

¿Y el agüita de la buena vecindad? Sí, corre, va de la casa menos pobre a la casa más pobre. Es sencillo como pan con queso: la vecina que tiene Internet abre su casa a estudiantes del barrio que no tienen señal, a los Chavos del ocho, del nueve, todos esos niños que no creen en la solidaridad, dependen de ella. Solidaridad. Muy parecida a la de las radioemisoras de los sindicatos mineros que emitirán clases a distancia.

Niña que lees al lado del pan recién horneado de tu madre, profesora verdadera profesora, chofer que sueñas con tu hijo recibiendo su diploma, abuelita eterna que haces buñuelos cuando termino mis tareas, imilla que alzas vuelo de cóndor cuando despiertas al sol, vecinos y vecinas de la pobreza, pequeño que aprenderás al son de la máquina de coser, pueblo soñador, pueblo creativo, pueblo decidido, venga a nosotros tu lucha, hágase tu buena voluntad en la tierra como en la tierra, dadnos hoy el agua de cada día, perdona a las autoridades y organismos internacionales, no te dejes caer en la impotencia y líbrate de la educación virtual. Amén.

   Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.