Nadie es la Patria, ni siquiera los símbolos
Este título periodístico se extrae de un fragmento del poema Oda escrita en 1966 de Jorge Luis Borges que se abre con una ráfaga: “Nadie es la Patria”. Agrega, “ni siquiera las estatuas ecuestres de las plazas, ni los rostros que nos miran desde el mármol, ni los que dejaron sus cenizas en los campos de batalla o dieron a la posteridad algún verso y una hazaña”. Y añade, “ni siquiera los símbolos”.
Este poema escrito sobre el rompimiento de las cadenas del yugo de los ibéricos “que —según Borges— prodigaron su bélica ceniza por los campos de América”, se erige en una crítica a los falsos profetas de patriotismos anacrónicos que pululan en los mares de la hipocresía nacionalista. Esta alusión borgeana es a propósito de la denuncia del expresidente Carlos Mesa de que existiría desde las esferas gubernamentales una campaña sistemática orquestada para barrer de la simbología estatal el escudo patriótico que representaría la identidad nacional.
En esta cruzada “patriótica”, el exmandatario señaló que en la “marca país” del Gobierno se sustituyó el escudo nacional por la chakana (cruz andina que milenariamente representó a los pueblos indígenas) y ordenó a su bancada parlamentaria a interponer un recurso constitucional contra este atentado a los símbolos patrios y, luego, denunció con aspaviento que, en los billetes nuevos, a diferencia de los antiguos, no aparece el escudo.
Obviamente, las denuncias cayeron en un saco roto. En el caso de la “marca país” es parte de una estrategia marketinera para posicionar la imagen del país y, en consecuencia, no implica sustituir los símbolos patrios. Y en el caso del billete, según la explicación de las autoridades del Banco Central de Bolivia, fue por la incorporación de los otros símbolos (patujú o kantuta) y en el caso específico del escudo permanece en el billete perceptible con luces ultravioletas.
¿Qué hay más allá de este arrebato patriótico del exmandatario? Este debate ya fue zanjado con la incorporación de varios íconos —nacionalistas e indígenas— como parte de la simbología del Estado Plurinacional. O sea, el escudo no solo es el único símbolo patriótico. Mesa no es la primera vez que ingresa en estas discusiones bizantinas en torno a los símbolos patrios, ya lo hizo con la wiphala rechazando su inclusión en la simbología estatal: argumentó que “es un arbitrio, pues solo representa a una parcialidad indígena andina”. Sin percatarse que la flor de patujú, otro símbolo patriótico, es un ícono vexicológico que representa la identidad de pueblos indígenas del oriente boliviano.
Quizás, lo que genera escozor en el exmandatario, al igual que sucedió con la wiphala, sea la presencia de otro símbolo indígena, la chakana, como parte de la simbología gubernamental, en la pretensión de volver al orden republicano que está anclada en el imaginario de los sectores oligárquicos bolivianos. La exmandataria interina Jeanine Áñez, frente a los empresarios agroindustriales cruceños, aseveró enfáticamente: “Yo creo en la República y en los valores republicanos”. Obviamente, reivindicar la simbología republicana, entre ellos el escudo, forma parte de ese intento de retorno a esa república aristocrática, excluyente y negadora del indígena y sus emblemas. Entonces, como dice Cicerón en su “dilatada república de luces”, Mesa que a nombre de la identidad nacional se aferra al escudo, negando a esa Bolivia diversa y plural que se expresa, entre otras cosas, en su simbología estatal abigarrada, inclusive el propio Borges ya advirtió: “Nadie es la Patria, pero todos lo somos”.
Yuri F. Tórrez es sociólogo.