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Obligada ‘cohabitación’ en ciernes

Asistimos hoy, por tercer año consecutivo, a un comicio electoral, esta vez de carácter inapropiadamente denominado “subnacional” (a nuestro juicio ese término no encaja con el declarado carácter “plurinacional” del Estado, pero ese es otro asunto). Ahora elegimos autoridades departamentales y municipales: gobernadores y alcaldes, cada cual con su respectiva instancia de fiscalización, integrada por asambleístas la una y concejales, la otra. Aunque ciertamente el panorama se complejiza, tanto por la autonomía regional vigente en el Gran Chaco, como por las autonomías indígenas de las que muy poco se habla, pese a la importancia que poseen precisamente para identificar al Estado como “plurinacional”.

Por otra parte, según denuncias que se han conocido, el principio constitucional de la equidad de género estaría siendo incumplido por varias de las fórmulas participantes, lo cual podría derivar incluso en un retroceso de los niveles de participación que las mujeres habían alcanzado en eventos anteriores. Del mismo modo, llama la atención la enorme e inusitada dispersión de las candidaturas, pareciera que a cualquier hijo de vecino, comprando o prestándose una sigla se le ha ocurrido postular, sin tener propuestas ni programas conocidos, menos agrupaciones sociales o políticas que los respalden.

Sin embargo, por encima de estas consideraciones y otras que puedan plantearse, se hace necesario resaltar el enorme significado que tienen las urnas para el funcionamiento del sistema democrático, también en los espacios regionales y locales. Más aún si partimos del hecho de que se arrastra la crisis desde el colapso de 2019. En tal sentido, lo que está ocurriendo hoy a lo largo y ancho del país podría considerarse otro eslabón fundamental en la recuperación y consolidación de la democracia, con el agravante de que tal proceso tiene lugar en medio de una pandemia con sus mortíferos efectos sobre la salud, la economía y el estado de ánimo de las personas.

No se necesita ser adivino para pronosticar algunos resultados gruesos que producirá la votación el día de hoy. El más importante de ellos será sin duda la no repetición mecánica de lo ocurrido en octubre de 2020. El partido de gobierno no logrará el 55% y tendrá una representación disminuida en departamentos y municipios con mayor densidad demográfica, pero podría obtener notables triunfos en áreas rurales y en ciudades intermedias. De hecho, esto plantea un escenario de obligada “cohabitación” o “convivencia” pluralista de unos y otros. Estuvo mal que algunas autoridades y el propio presidente Arce dijeran que si la gente vota por las candidaturas del oficialismo la coordinación entre los diferentes niveles sería más fácil y fructífera. Pero sería mucho peor, una pésima señal, si no se esfuerzan por hacer llevaderas las relaciones del Gobierno con gobernadores y alcaldes eventualmente opositores. Y éstos, a su vez, tendrían que abstenerse de utilizar sus puestos para enfrentar al Gobierno desde posiciones radicalmente opositoras. Se sabe que es el pueblo el único perdidoso a raíz de estos conflictos y rivalidades, a veces atizados artificialmente.

En la recuperación económica, en la batalla contra el COVID-19 y en la adaptación del sistema educativo a las nuevas condiciones existentes, el país tiene al frente enormes desafíos. Y las tareas no consisten solamente en pedir, reclamar y si es necesario incluso protestar (sin paralización de servicios esenciales). También hay que participar de forma activa y comprometida, acción que no se acaba cumpliendo el deber de votar. Especialmente debemos rescatar los espacios municipales para hacer nuestras propuestas en la planificación participativa y para ejercer el verdadero control social, aspectos que ninguna pandemia puede hacernos olvidar.

 Carlos Soria Galvarro es periodista.