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Silencio (pos)electoral

Como en el largo adiós, luego de un agitado periodo electoral, al filo de su culminación, sobreviene el silencio. El supuesto es que la ciudadanía, que ha estado expuesta durante meses al ruido de la campaña y la propaganda electoral (guerra sucia incluida), tiene derecho a disponer de 72 horas para concentrarse, libre de presiones, en su voto. “Periodo de reflexión”, se dice con optimismo.

La veda electoral está vinculada a una serie de restricciones. Tres días antes de los comicios, por ejemplo, están prohibidos los actos públicos de campaña y la propaganda electoral en medios de comunicación. Algunas limitaciones rigen con anterioridad: no se puede difundir propaganda gubernamental un mes antes. Y el plazo para la difusión de encuestas vence el domingo previo a la votación.

Todas son reglas establecidas en la normativa. No siempre se cumplen. O se quebrantan con atajos. Cesa formalmente la campaña, el proselitismo permanece. Los operadores mediáticos continúan su faena. Deja de difundirse propaganda gubernamental, pero el aparato del Estado, en sus diferentes niveles, inclina la cancha. Y ni hablemos de la cantidad de mensajes que circulan en las redes sociales.

Como sea, la premisa es resguardar la voluntad de las y los electores. Entre otros ideales democráticos (o falacias), se espera que el voto sea informado, sin condicionamiento. Y se presume que las 72 horas de silencio sirven para reafirmar o, en su caso, decidir las preferencias electorales. Lo que sigue, en la jornada de votación, es ruido. Tanto, tanto ruido. En especial en torno al resultado.

¿Y después del agitado proceso, con sus actividades y plazos, su paréntesis de mutismo, el rumor de datos e interpretaciones, las autoridades electas? Nos espera una suerte de resaca: el silencio poselectoral. ¿Hasta los siguientes comicios? (ahí están, en el horizonte sin enmienda, las elecciones judiciales 2023). Creo que, pese al agotamiento, esta vez, en lugar de espera, se requiere amplio debate.

A punto de concluir el mega-ciclo- electoral, es fundamental asumir como necesidad democrática el examen participativo y posterior reforma de la normativa: del régimen electoral, de la institucionalidad, de las organizaciones políticas. Si bien las leyes vigentes contienen importantes innovaciones (como la democracia intercultural), revelan también grandes boquetes (excesos regulador y sancionatorio).

Mientras tanto, celebremos hoy un nuevo ejercicio de sufragio. Que se respete el silencio electoral, que haya reconocimiento monumental de los resultados, que se renueve el campo político, que la voluntad ciudadana, en fin, no dependa de un conteo rápido. 

FadoCracia carroñera

Vean las imágenes: “El instante preciso de la tragedia”. Hay muertos. “Estupor, rabia y pesar en El Alto”. He ahí la foto con los cuerpos en el piso. “Así se rompió la baranda en la UPEA donde cayeron alumnos”. Algunos fallecieron. “Son penosas imágenes que pueden herir su sensibilidad”. Que circule el video… Y así.

Los carroñeros, algunos de ellos profesionales en la materia, están de fiesta. Nos advierten que hay sangre. Hablan de cadáveres, cuerpos mutilados, rostros deshechos. Y los muestran. Se regodean en las imágenes. Es parte de los submundos mediático y de las redes sociales. Una forma de manipulación.

Todos los mensajes citados son obra de periodistas. ¿Y el Código de Ética, colegas? Leamos: los medios/periodistas “NO DEBEN acudir al sensacionalismo ni exhibir en ningún medio periodístico imágenes de cadáveres, de heridos graves o de personas en situaciones extremas; de manera morbosa y reiterativa”.

#Último. #TragediaUPEA. «La noticia da la vuelta al mundo». Periodismo morboso, carroñero. Que siga el festín de imágenes: el instante preciso en que se rompe la baranda y el oficio se hace mierda.

   José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.