Veinte años sin Gunter Holzmann
Un día habló con el cineasta francés Jean Luc Godard mientras buscaba oro cerca de Chulumani en los Yungas paceños. Un año trabajó en las minas de Huarón de Perú a 4.800 metros de altura. Una tarde conoció a Mauricio Hochschild y se hizo amigo del embajador gringo Kennneth Wasson con quien rodó documentales. Fue compañero de expedición del inolvidable Noel Kempff Mercado e impulsó la creación de la Casa de la Cultura de Santa Cruz. Donó un millón de dólares al periódico Le Monde Diplomatique, del cual era un lector asiduo y comprometido. Lo hizo para que la publicación no cerrara, lo hizo en nombre de la justicia y la igualdad. Su nombre era Gunter y su apellido Holzmann. Nos dejó hace 20 años pero su memoria sigue viva hoy.
De ideas socialistas, acabó sus días como un millonario que odiaba el lujo, la ostentación y la riqueza. “Me siento mal cuando tengo más de seis camisas”, le contaba a su amigo Jean Claude Guillebaud. Ingeniero de minas, representante comercial, buscador de metales preciosos, gerente de una empresa de helicópteros, arquitecto de caminos, médico, investigador y descubridor de la vacuna inyectable EPT, un bloqueador inmunológico que ha curado a miles de personas del veneno de insectos y reptiles, Holzmann —nacido en Breslavia, actual Polonia, como su amigo librero Werner Guttentag— fue sobre todo un querendón de Bolivia en general y de Santa Cruz en particular.
Su rica vida —hasta que un paro cardiaco dijo basta el 7 de enero de 2001— fue recogida en el libro Más allá de los mares: memoria de un sobreviviente del siglo XX, traducido al alemán, francés y portugués y publicado en castellano por la editorial catalana Icaria. Es una autobiografía de 300 páginas entretenida y plagada de anécdotas, aventuras y sinsabores, escrita a través de una pluma ágil y mordaz.
Don Gunter vivió en carne propia el ascenso de Hitler y huyó a Inglaterra en 1935 tras promulgarse las leyes antijudías de Nuremberg. Más tarde se embarcó hacia Sudamérica y un año después arribó a Lima aunque la capital peruana nunca le agradó. “Cuentan que cuando Pizarro buscaba dónde ubicar su residencia, los indios maliciosamente le recomendaron el peor lugar y allí fundó Lima”. Para Holzmann, “la clase alta peruana es engreída, fatua, ridícula, arrogante e ignorante; la clase media, huachafa; y los cholos, la gran masa, arrastra sus complejos de inferioridad y odio contra todos los demás en su afán vengador”. El judío errante respiraba por la herida: en 1938 el gobierno del hermano país había impedido el desembarco de un buque cargado de compatriotas semitas. La excusa: los visados eran truchos y habían sido autorizados por un cónsul boliviano que cobró mil dólares por cabeza en París.
Después de nueve años en el Perú, don Gunter llegó a Bolivia por primera vez invitado por el embajador de Estados Unidos en La Paz, Kenneth Wasson y su esposa, Anita. La primera impresión de la “hoyada” no fue buena: “al descender desde El Alto, la ciudad me pareció un vasto hacinamiento de paupérrimas chozas indígenas, entreverada con construcciones pretenciosas estilo fin de siglo, cuyo centro habían usurpado algunos rascacielos truncados. La Paz se encontraba desparramada, como buscando refugio en el fondo de una inmensa cantera de óxidos color ocre, rojo y gris, desprovista de toda vegetación, erosionada por los vientos, calcinada por el sol, agrietada por los aguaceros y el hielo. En aquella heterogénea mezcla solamente advertí una implacable voluntad de sobrevivir y proliferar. Únicamente las lejanas moles del Illimani y el Illampu conferían al panorama una majestuosidad impresionante”. El embrujo de Chuquiago Marka a veces también falla.
En 1954 Holzmann (“hombre de madera” en alemán) se estableció para siempre en Santa Cruz, “la bella durmiente” (como la llamaba), llegando a ser toda una institución en la vida cultural y social cruceña. De sus gentes dijo al inicio: “viven sin prisa, ni tensiones, alegres, francos, hospitalarios, olvidados del mundo moderno, en una orgullosa pobreza”. Los sembradíos de yuca en su quinta de Los Totaíses extrañan todavía a don Gunter. Cumplió todos su sueños excepto uno: colocar un gran letrero a la entrada de su casa a orillas del río Piraí que dijera: “Amor mater ómnium rerum” (El amor, la madre de todas las cosas”).
Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo