Un rey chiquito
Elecciones democráticas no necesariamente producen resultados democráticos. Es bien sabido que Hitler llegó al poder impulsado por una ola de fanatismo antisemita que luego tendría consecuencias catastróficas para el mundo entero durante la primera mitad del siglo pasado. Creo no ser exagerado cuando afirmo que la victoria de Camacho en las últimas elecciones subnacionales encierra perspectivas sombrías para el futuro de nuestro país en el corto plazo. Con la victoria de Camacho, en Santa Cruz acaba de triunfar una élite económica retrógrada pero pujante, cuyo proyecto político está en las antípodas de los ideales republicanos que pretende defender.
Para sostener mi punto, me remito al excelente trabajo coordinado por Ximena Soruco, Los barones del oriente: el poder en Santa Cruz ayer y hoy, publicado en marzo de 2008, meses antes de que aquella misma élite se embarcara en una aventura golpista destinada al fracaso en septiembre de ese año, lo que no los detendría de intentarlo nuevamente en 2019, solo que esta última vez, con éxito.
En el primer capítulo de esta obra, Soruco parte de la premisa de que de aquella élite económica de tendencias endogámicas ha cambiado muy poco desde que se constituyó por primera vez a partir del auge de la goma a finales del siglo XIX, lo que explica la persistencia de su discurso excluyente, abiertamente racista y colonial, guiado siempre por una lógica extractivista y antinacional. Lo peligroso de este grupo social, concluye la autora, reside no tanto en su caducado paradigma ideológico como en que es capaz de poner en peligro la propia existencia de la comunidad boliviana para garantizar su supervivencia.
Y no se equivoca, a juzgar por su fugaz desempeño como clase dirigente durante el año pasado, tiempo durante el cual la desinstitucionalización y saqueo del Estado superó por mucho su discurso de los “14 años de despilfarro y corrupción”, llegando incluso a ponernos nuevamente en las manos del FMI y la Embajada de los Estados Unidos.
Pero lo que más me llamó la atención de este trabajo fue la afirmación de que en orden de imponer la narrativa de la lucha de regiones por sobre la lucha de clases, esta élite suprimió por la fuerza posibles proyectos populares en el seno de la sociedad cruceña, lo que me trae a la mente un concepto de mis años universitarios llamado “autoritarismo subnacional” que, grosso modo, se refiere a una situación donde un reducido grupo de familias controla la localización de recursos y oportunidades de una sociedad, vulnerando siempre los principios de convivencia democrática, como por ejemplo: no golpear indígenas en las calles. Poco importa en esto si su caudal de votos fue amplio o reducido. No es cómo entraron; es lo que hacen lo que los define.
Los autoritarismos subnacionales son, entonces, una suerte de feudos. Generalmente se contentan con reservarse ciertos privilegios dentro de su área de control territorial, pero puede darse la situación en la que los mismos busquen irradiar su influencia a nivel nacional y en contra del nivel central. Cuando esto sucede, la democratización de estos enclaves autoritarios es un imperativo para la sobrevivencia de la comunidad nacional como un todo, lo que puede suceder desde dentro de estas sociedades, o desde el nivel nacional.
Esto significa que Camacho no es más que un rey chiquito, con un apoyo nacional de solamente 14%, y poco más de la mitad de los votantes en el departamento de Santa Cruz. Espero no lo olvide.
Carlos Moldiz es politólogo.