Mili y Pili
“Estoy más despistado que milico en biblioteca” dice el Papirri en su canción Un kusillo en Nottingham. Y claro, las dictaduras militares en nuestra casa latinoamericana pisotearon con sus pesadas botas las ganas de dibujar nuestros modelos de democracias impulsadas por fuerzas políticas extranjeras y engordadas por doctrinas simples y pobres de lo que para ellos es la patria. Mucho himno, mucha bandera, uniforme de gala, uniforme para la guerra, uniforme para trotar, gorrito con escudo, gorrito coqueto, casco para reprimir, accesorios de metal, balas por estrenar, botitas relucientes, todo en filas, todo a los gritos, cero ternura, cero derechos humanos, cero swing. La Policía, en más de un episodio de nuestras historias mestizas, se mostró como la hermana gemela, otra pero tan parecida. Como las gemelas españolas Mili y Pili, amorosas e imperfectas. Después de todo, inseparables.
Así, los copiados edificios de nuestras democracias, mitad calcados de los modelos todavía dominantes, mitad inspiradas en este continente moreno y sufrido, están esperando una respuesta inteligente y contemporánea sobre las fuerzas armadas y las fuerzas policiales a las que les podremos confiar no solo el orden, la seguridad sino la garantía del cumplimiento de nuestros derechos básicos. Pero la respuesta está en camino: hay borroneadas propuestas, gestos militares o policiales de transformación aislados, guiños individuales, hay deseos. El desafío es doble porque cualquier respuesta tiene primero que pasar por el diván de su estelar participación en las dictaduras y someterse al confesionario del pueblo. Las muertes, las torturas, las violaciones, el abuso o el racismo no se limpian con un patriota discurso en uniforme bien planchado.
La democracia boliviana plantea, a un año y tres meses de la sugerencia de renuncia del entonces presidente Evo Morales por parte del Comandante de las Fuerzas Armadas, la lucha de narrativas sobre “el golpe de Estado” o “la recuperación de la democracia” que hoy se debate esencialmente en los medios y redes. Lucha todavía por escribirse que, al margen de las posiciones, no puede mantener el antifaz al papel nuevamente protagónico y abusivo de militares y policías en la crisis poselectoral de 2019.
La semana pasada la Fiscalía libró una orden de apremio contra Williams Kaliman y Sergio Orellana, excomandantes de las Fuerzas Armadas y contra Yuri Calderón, excomandante de la Policía por el caso de la renuncia de Evo Morales iniciado por la exdiputada del MAS Lidia Patty contra Luis Fernando Camacho y su padre, entre otros. No son actores aislados y hoy estamos llamados a leer con mayor claridad la renuncia de Morales asfixiado por protestas cívicas, motines policiales y la sugerencia de renuncia de las FFAA, a lo que se suma un todavía debatido informe de la OEA sobre las denuncias de fraude electoral, de acuerdo. Pero que la complejidad de esa ruptura institucional y de país no nuble los procesos que están llamados a esclarecer y sancionar las muertes bajo represión militar y policial. Sacaba, Senkata, Huayllani.
Por lo anterior y porque vivir la llegada de la pandemia bordada a mano dura por militares y policiales en las calles no fue el mejor escenario; porque ver sus helicópteros y tanques recorrer nuestros cotidianos golpeados por la cuarentena, la crisis económica y el miedo a la muerte es un amargo recuerdo del gobierno de la segunda mujer presidenta en el país; porque sus lógicas arbitrarias contagiaron a ciudadanos a detener nuestros vehículos para inspeccionarlos y someternos a interrogatorios antes de acceder a un determinado barrio; porque abonaron el miedo en los dos polos enfrentados en Bolivia, cae como bomba que esta semana Amparo Carvajal, presidenta de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia, pida defender a los policías y militares investigados por los hechos de octubre y noviembre de 2019.
Sobre las masacres: no se mataron entre ellos, como afirmó Arturo Murillo, ministro de Gobierno de Áñez. Los mataron. Los mataron disparando por la espalda, los mataron disparando desde helicópteros, los mataron bajo la ausencia de periodistas y un ruidoso silencio de gran parte de los medios, los mataron en circunstancias que hoy se investigan. Pero los mataron. Y te están buscando, matador. Que te encuentren, que te pregunten, que te investiguen y que sea sin revanchismo político, sin mala fe, que sea conforme al cumplimiento equilibrado de la Justicia, que sea respetando tus derechos y respetando los derechos de tus compatriotas hoy ausentes.
Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.