Es muy generalizada la opinión de que basta tener estudios en Diplomacia o Relaciones Internacionales y en el mejor de los casos, haberse formado en una Academia Diplomática para ser considerado diplomático de carrera. Esto es parte de una verdad mucho más compleja, por no decir que es un reduccionismo de la esencia de quienes se dedican a la Diplomacia.

Quienes son diplomáticos de carrera no lo son porque un título o cartón lo acredite, ni siquiera porque sus nombres estén al interior de un escalafón diplomático, son diplomáticos de carrera porque sobre todo han optado por sacrificar su bienestar material a nivel individual y responder a su vocación de servicio público, obligándose a circunscribir sus actos dentro de los parámetros de la probidad y la ética pública, tarea nada fácil en las sociedades líquidas en las que vivimos.

Un diplomático de carrera es un servidor público que a través de la constante y permanente actualización de habilidades, conocimientos y herramientas trata de atender un oficio que requiere de práctica, experiencia y pensamiento crítico a lo largo de la vida, para poder llegar a cumplir con el fin mismo de su actividad que es servir a la comunidad con la que se identifica de manera integral. El diplomático de carrera no trabaja para unos u otros; más bien, dedica su vida y energía a buscar el bien de todos.

Como gestores del bien común, los diplomáticos de carrera construyen a lo largo no solo de su trayectoria profesional sino a lo largo de su vida una autoridad moral que se cimienta en la satisfacción de haber dado todo lo mejor de sí para alcanzar el bien de los demás. Para ser diplomático de carrera se debe tener un accionar íntegro y consecuente al menos con los derechos humanos, con la vida, con la cultura de la paz. Es decir se requiere ser: íntegro, honesto, transparente, desprendido de corazón, digno (no ser servil al poderoso), rebelde con causa.

Cualquiera puede jugar a ser diplomático de carrera, y está en todo su derecho, pero quien conoce verdaderamente este oficio sabe que sobre todo es entrega, sacrificio, saber que no siempre se gana y que en el ceder se logran mayores beneficios que estando siempre atrapados en el territorio del odio y la revancha. Un diplomático de carrera sabe de manera consciente, internalizada y reflexiva, que no hay mejores ni peores (ni por la raza, ni por lo que fuera), sino que su función es generar mayores oportunidades de vida digna para la comunidad.

Incomprendidos, casi siempre son juzgados de manera ácida e injusta por diversas razones y habitualmente discriminados por quienes no entienden verdaderamente lo que es ser un funcionario de Estado y obligan a ser militantes de un partido político o subalternos mansos a un gobierno de turno.

Varios gobiernos han llegado a cooptar la Cancillería boliviana haciendo pasar a militantes de sus facciones políticas como diplomáticos de carrera o, en el peor de los casos, tratando de corromper con “carguitos en el exterior” a quienes incluso egresaron de la Academia Diplomática. Sin embargo, ni con esa saña pudieron quebrantar la diplomacia de carrera que, aunque escuálida, existe y existirá en Bolivia más allá de los gobiernos.

Un diplomático de carrera no es nunca conformista, siempre busca ir más allá en su compromiso por trabajar a favor del país. Sabe que su carrera tiene formalmente un fin pero su entrega en favor de su comunidad es infinita. Siempre está presto a cumplir en las tareas que el bien del Estado le demande incluso por encima del cuidado de su propia familia o en algunos casos sacrificando a sus seres más próximos (esposa e hijos), no para que le den un reconocimiento o una condecoración al mérito, sino como expresión de su compromiso y lealtad con su gente. Son otros, y no los de carrera los que han hecho diplomacia de cóctel.

Quienes optamos por seguir este oficio, no creemos en absoluto que solo por egresar de la Academia Diplomática estemos de por sí preparados para defender los intereses del país. Somos mucho más humildes que quienes piensan que solo por títulos se puede ser un diplomático de carrera.

Un diplomático de carrera es quien tiene tranquilidad de consciencia de que todo lo que ha logrado, en su vida personal y en la profesional, ha sido actuando con integridad, en base a su esfuerzo y de buena fe. No ha tenido padrinos de ningún tipo y no ha debido lealtades a nadie que puedan poner en entredicho su juramento de defender “los más altos intereses de la Patria”.

Quienes por muchos estudios que tengan en Diplomacia y RRII, pero no han respetado normas, jerarquías y procedimientos, nunca podrán ser considerados diplomáticos de carrera porque para ello se debe ser íntegro, honesto y consecuente en todo momento, tiempo y lugar.

 Boris Céspedes Muñoz es cientista político.