Mi desacuerdo con Colanzi
¿Existe lo blanco en Bolivia? Mi negación hacia esta categoría no es, por supuesto, accidental. No omito su existencia, la niego deliberadamente, en lógica respuesta a la negación de lo indio por aquellos que se creen blancos. Es una postura defensiva ante la abierta ofensiva del racismo exacerbado. Si lo blanco existe en nuestra tierra, dicha identidad representa más un obstáculo que una solución al problema del racismo en Bolivia.
¿Dónde ésta lo blanco, me preguntan? Veamos a Poppe, y ahí nos daremos cuenta de por qué dicha identidad es tan problemática. Lo blanco es la obsesión dentro de las cabezas que no tardaron en aplaudir las masacres de Senkata y Sacaba y que llamaron “bestias humanas” a otros ciudadanos. Es el complejo de aquel exministro de los ojos verdes. Una fijación patológica.
En Bolivia, lo blanco no es una identidad cultural, ni una nacionalidad. Es un fetiche, incompatible con una ecuación de sociedad verdaderamente democrática. Por eso, debe extinguirse toda forma de privilegio asociada a esta pseudo-identidad construida socialmente como una forma de capital que aceita la vida de algunos mientras asfixia la de otros.
Desde mi punto de vista, la única forma de ser auténticamente progresista e incluso de izquierdas en nuestro país pasa necesariamente por el rechazo a la idea de blanquitud. A partir de ahí todo me resulta válido, desde “raza cósmica” hasta quechua o guaraní. Y lo digo porque, es obvio, soy zurdo.
Hay pues, izquierdas y derechas en Bolivia. No son nociones ajenas a nuestra realidad o imposiciones eurocéntricas, porque hay personas que creen que las cosas están bien como están, mientras que otras creemos que es necesario un cambio urgente. Bobbio señaló que dichos conceptos eran todavía útiles incluso después de la caída de la URSS, porque las personas pueden dividirse de acuerdo a su posición frente a cuestiones como la igualdad, la justicia y la libertad, con diferentes grados de radicalidad, claro.
Y por ello mismo, desde mi vereda, el racismo no solo debe ser denunciado sino ferozmente combatido, porque desde noviembre de 2019 una parte de los bolivianos ha decidido quemar wiphalas y agredir a mujeres de pollera. No hay diálogo posible con eso. Nadie nace facho, claro, pero aquellos que se sienten en libertad de asumir cínicamente tal identidad, la de facho, como Poppe, le declaran la guerra a todo un país. No creo que hubiera sido posible redimir a Hitler, ni tampoco trataría de razonar con alguien del Ku Kux Klan.
“Buscar y descontextualizar expresiones discriminatorias —y forzadamente vincularlas a una región— para culpar, es ideologizar; y, como tal, la ideología es per se FALSA CONCIENCIA”, interpretación forzada de Alejandro Colanzi. Cuando denuncié el vulgar racismo de Calvo y los muchachos que quitaron la wiphala de una plaza, fui particular en mi acusación. Fueron Calvo y los dos muchachos. Santa Cruz es más que el barrio Equipetrol y ciertamente ninguna de estas personas representa ni por asomo la cruceñidad. Qué terrible sería, se imaginan, que personas como Yassir Molina fueran todo lo que Cochabamba puede ofrecer. Capone no representa a New York.
Debo aclarar que mi respuesta no alberga hostilidad alguna hacia Colanzi. Por lo que entiendo de su artículo, se trata de alguien que desprecia el racismo tanto como yo. Pero tengo la impresión de que él cree que la mejor forma de superarlo es ignorándolo, mientras que yo creo que es combatiéndolo o, por lo menos, denunciándolo. Con cariño.
Carlos Moldiz es politólogo.