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Las olas

La regularidad de los ciclos de exuberancia, crisis, depresión y recuperación económica ha sido objeto de la atención de mis colegas economistas a lo largo de varios siglos, dando lugar a un frondoso abanico de “teorías del ciclo”. Los ciclos económicos, de largo y de corto alcances, usualmente se entrelazan con los ciclos políticos.

A veces decimos ola como un sinónimo de ciclo. En el caso del COVID-19 ya vamos por la tercera ola, que amenaza con ser más agresiva que las anteriores, debido a las variopintas mutaciones (multi) nacionales. En particular —nos dicen las noticias— debemos cuidarnos de la mutación brasileña.

Las pocas veces que una pandemia se presenta, el ciclo económico se ve afectado inmediatamente. La aparición de nuevas olas del COVID podría llevarnos a experimentar “miniciclos” económicos, en función de la severidad del ataque de la pandemia.

Ahora estamos viviendo una miniola económica de alivio porque los niveles de contagios son relativamente bajos, comparados con los meses anteriores. La gente se siente confiada y sale, usa transporte, compra, consume servicios y hace planes.

Incluso el campo político está relativamente tranquilo porque la gente está más preocupada por mantener sus fuentes de ingreso (quienes las tienen) o recuperarlas (quienes las perdieron); la gente está preocupada por los niveles de (in)seguridad ciudadana, porque la pandemia no golpee a las familias y, principalmente, la gente está preocupada por tener acceso a las vacunas.

El revuelo desatado por el encarcelamiento de la expresidenta Áñez y de varios de sus colaboradores, y el posterior llamado de unión del Comité Pro Santa Cruz para lidear a las oposiciones al MAS (llamado que no prosperó) no llegaron a ninguna reacción callejera significativa.

Pero si la cepa brasileña (que probablemente ya está en el país) se descontrola, entramos en la fase depresiva de la miniola; la gente se cuida más, consume menos y guarda lo que buenamente tiene o puede para enfrentar la contingencia de los tratamientos contra el COVID —que pueden hacer tambalear la economía de cualquier familia. Es simple: si la ola de la pandemia crece, la ola económica se deprime.

De nuevo, una economía deprimida y golpeada por sucesivas olas de pandemia no llega a pararse; la gente sufre y eventualmente busca un culpable. Entonces se genera un caldo de cultivo para conflictos de pequeña o mediana magnitud, que no necesariamente estarán relacionados con la respuesta del Gobierno ante la pandemia. Pueden estallar en lugares inesperados, por causas inimaginadas.

La vacunación masiva es la única salida estructural que nos permitirá —como humanidad— convivir con el virus sin que se nos vaya la vida en ello. Si la vacuna llega a los millones de personas que están destinadas, las preocupaciones sociales se liberan de los temores por la salud, la gente deja de pensar en el peor escenario y dedica sus esfuerzos y sus recursos para buscar un camino de salida a la situación económica, ya con más libertad.

De momento, el ritmo de vacunación está muy por debajo de lo previsto y esto no hace más que demorar la recuperación económica. El ritmo de inmunización hará la diferencia para que sepamos si lograremos recuperar los niveles de actividad de 2019 en dos o tres o cuatro años.

La confianza de sentir que las amenazas han sido superadas y que nuestra salud está mínimamente (énfasis en mínimamente) garantizada, hace la diferencia en las sensibilidades sociales y —por supuesto— se traduce también en un clima político más libre de conflictividad. Hoy por hoy, este elemento es crucial para ir superando de a poco la polarización regional y sociocultural que sufrimos ahora y con la que cargaremos hasta que se reinstale un conjunto más grande de sentidos comunes para nuestra sociedad.

 Pablo Rossell Arce es economista.