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¿Qué es de esos niños?

Incontinencia urinaria, problemas para dormir, pesadillas, ataques de ira, llanto, risa incontrolada, disociación, ansiedad, desórdenes psicosomáticos y comportamientos pasivos y agresivos. Estos son los trastornos que suelen sufrir los niños hijos de víctimas de feminicidio. Son los huérfanos de los que se sabe muy poco. Sus madres se convierten en estadística y sus padres, si están vivos, en presos carcelarios, pero los hijos son los desconocidos, los que irán a parar en la casa de los abuelos en el mejor de los casos, donde los tíos, vecinos, o finalmente en un hogar de acogida para mal de sus pesares. Finalmente terminan siendo los ignorados, los que padecerán en vida todas las consecuencias del feminicidio.

A la mayoría de estas pequeñas víctimas se les cambia la vida en minutos, quedan desprotegidas, expuestas a quienes deciden por ellas sin preguntarles, con quién vivirán, dónde lo harán, sin saber si mediará el amor que tanta falta les hace, en una palabra quedan a la deriva, obligadas a dar un salto al vacío.

Inmediatamente después del asesinato de su madre a manos del padre, se habla mucho de los huérfanos, se menciona cuántos quedaron, se dan sus edades, se publican fotografías familiares donde los rostros de los niños son cubiertos o como una premonición son borrados; luego de una semana o máximo dos todo desaparece y si alguna institución o persona quiere seguir el rastro de estos niños debe recorrer un camino sin final en el que el tiempo y muchas veces el cansancio borran toda huella.

En Bolivia, los huérfanos de los feminicidios anualmente pasan del centenar. ¿Dónde quedan esos niños? O mejor, la pregunta debería ser ¿cómo quedan esos niños? La respuesta la dan psicólogos, trabajadores sociales, médicos, paramédicos, policías, vecinos, familiares que cuentan las historias de estos niños, adolescentes o jóvenes, que en muchos casos presenciaron el momento en el que su padre mató a su madre. Los niños más pequeños quedan traumatizados, debiendo ser medicados para conseguir salir adelante en su vida. Los adolescentes se quedan con una tremenda carga de culpa e impotencia por no haber evitado la muerte de su madre, por no haber detenido a su padre o finalmente por no haberse puesto entre ambos. De cualquier manera y a cualquier edad sus vidas cambiaron de rumbo, sus recuerdos se oscurecieron, su infancia o adolescencia se quedó detenida en el día y la hora en que presenciaron o recibieron la noticia de tan nefasto hecho.

¿Qué obligación tiene el Estado con esos niños? ¿Qué obligación tiene la sociedad con ellos? ¿Qué es de esos niños?

Lucía Sauma es periodista.