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Yassir Molina y el lumpen

En Los Orígenes del Totalitarismo, Hannah Arendt señala de forma precisa la distinción entre pueblo y populacho, observando un fenómeno que emergía con claridad en las postrimerías del siglo XIX: la sociedad de masas. Confundido entre las multitudes actuaba ya desde entonces este sujeto sin forma que, muy a menudo, se presenta a sí mismo como el pueblo, pero que, a diferencia de éste, no aspira a la construcción de ninguna forma de organización política, sino a la más licenciosa anarquía.

Arendt nos dice: “El populacho es principalmente un grupo en el que se hallan representados los residuos de todas las clases. Esta característica torna fácil la confusión del populacho con el pueblo, que también comprende a todos los estratos de la sociedad. Mientras el pueblo en todas las grandes revoluciones lucha por la verdadera representación, el populacho siempre gritará en favor del ‘hombre fuerte’, del ‘gran líder’. Porque el populacho odia a la sociedad de la que está excluido tanto como al Parlamento en el que no está representado”.

También podemos llamarlo lumpen proletariado, baja sociedad o aquellos que están de sobra, y que generalmente viven no en los intersticios de la formalidad del Estado, sino en la más franca ilegalidad. Pandilleros, narcotraficantes, pequeños matoncitos de barrio y proxenetas. Todos aquellos elementos execrados por el mundo civilizado, y con toda razón, porque de entre sus filas emergieron personajes tan funestos y detestables como Pablo Escobar, Al Capone y demás mafiosos.

¿Por qué la reflexión? Recuerdo cuando en el preludio del golpe de Estado de noviembre, Luis Fernando Camacho llamaba a la sociedad cruceña a “sacar la agenda como hacía Pablo Escobar, para anotar los nombres de los traicioneros de este pueblo”, invitando con ello a comportarse como un mafioso de baja laya como fue, justamente, Pablo Escobar.

No faltaban, por supuesto, oídos receptivos para tal mensaje, y poco después bandas de pandilleros organizados en la Unión Juvenil Cruceñista y la Resistencia Juvenil Cochala asaltaban comunidades enteras a bordo de motocicletas y armados hasta los dientes, como las hordas de Gengis Kan a lo largo del norte de Asia. ¿Quiénes resultaron ser los vándalos?

Entre sus líderes destacó el infame Yassir Molina, en cuya página de Facebook puede apreciarse su inclinación hacia la cultura gangster, tal como ese otro abogadillo que tenía un afiche de El Padrino en su oficina. ¿Debe sorprendernos, entonces, que todo el movimiento “pitita” se haya comportado en el gobierno como estas bandas de “motoqueros” lo hicieron en las calles, como verdaderos criminales?

Pero su elección de ídolos no podría ser más desacertada en un país como Bolivia, cuya tradición sindical y comunitaria, o la impronta de lo nacional popular en nuestra historia, hubieran puesto en su lugar a Escobar, Capone y demás personajillos, seguramente decorando algún poste de luz en cualquiera de nuestras calles.

No se puede construir sociedad con el hampa, porque sus elementos todavía viven en el belicoso estado de naturaleza temido por Hobbes. Bolivia no es país para gangsters y Yassir está donde debe estar. El desafío de nuestro tiempo se encuentra, ahora, en purgar esta justicia que parece estar al servicio de cualquier poder tal como lo estaría un sicario. No me preocupa la detención de este hombre, sino que aquellos que lo encerraron fueron los mismos que perseguían a masistas durante la dictadura de Áñez.

 Carlos Moldiz es politólogo.