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Baño de realidad

Una política es exitosa cuando el ciudadano siente o percibe que se le está efectivamente aportando bienes, servicios o satisfacciones psicológicas. Pocos se interesan en la manera cómo éstas son producidas y menos aún en las buenas intenciones de sus impulsores, son los resultados los que importan. Para lograrlos, se requiere pragmatismo, preocupación por las cosas concretas y una comunicación pensada desde las necesidades de la gente.

La vacunación masiva contra el COVID-19 se ha iniciado con tropiezos y críticas. Esto debería llamar la atención del Gobierno pues esta es una política que no puede fallar en este momento. Inquietud que crece considerando que en esta fase inicial el público objetivo alcanza a unas cuantas decenas de miles de personas en cada ciudad: ¿Qué pasará cuando se tenga que inmunizar a cientos de miles?

Algunos voceros del oficialismo han argumentado que hay exageración en las críticas, “narrativas” les llaman ahora, o han optado por transferir la responsabilidad, culpa le llamábamos antes, a los Sedes o a los tropiezos de una casi mítica “microplanificación”. Entidades y conceptos que para la mayoría son un misterio adicional. Pocas soluciones en verdad, paciencia, pues.

El problema para el Gobierno es que demasiadas explicaciones solo confunden más, no parece entenderse que el corazón del malestar es bastante práctico: irrita no saber con prístina claridad cuándo y dónde las personas se pueden inmunizar. Hacer fila es molestoso, pero es aceptable si se ve el punto de llegada y se considera que hay justicia y equidad en ese esfuerzo. Exasperan las esperas al cohete, los registros repetidos que sirven de poco o las idas y venidas buscando información.

Al final del día, a la gente le vale un rábano quién ejecuta específicamente esas políticas. Lo que cobrará es el resultado, es decir vacunarse con un mínimo de orden y certezas, ni siquiera ahora mismo, tal vez le baste saber clarito cuándo le va a tocar. Cuando eso falla, el culpable es el Estado, es decir el Gobierno nacional y el Presidente, punto. El ejercicio de tirarse la pelotita, irrita aún más.

Las soluciones tampoco son de ciencia ficción, se resumen a una mayor preocupación, prioridad y control de las autoridades por la mecánica detallada de la vacunación: por cómo la gente se informa en la vida real, por las condiciones para que la espera no sea incómoda o que el proceso se realice en ambientes seguros.

De hecho, desde el año pasado ya se sabía que no se podía esperar demasiado del actual sistema de salud pésimamente descentralizado y totalmente fragmentado. Es un problema estructural que además no se puede resolver en medio de una crisis. Lo ingenuo fue creer que ahora sí iba a funcionar bien. El papel aguanta todo pero la realidad es testaruda. Darse cuenta de eso y actuar en consecuencia es la obligación del liderazgo político.

Cuando un sistema es disfuncional, buscar resultados solo con “más coordinación” o “buena voluntad” se parece más a una cuestión de fe que a hacer política. Quizás es el momento de pensar en lógica “de guerra”, en maneras de liberarse un rato de las inercias de una institucionalidad inoperante, en “fuerzas de tarea” ad hoc con objetivos claros, ágiles y orientadas a un resultado.

La comunicación es la otra dimensión ineludible del desafío. Una inmunización es un tipo de servicio social que requiere, por un lado, una planificación minuciosa del proceso, desde el centro de almacenamiento del fármaco hasta el lugar de su inoculación, es decir buena logística. Pero igualmente, se precisa de ciertos comportamientos de los usuarios, los cuales deben ser inducidos mediante procesos comunicativos pensados desde las necesidades de información y los contextos de la gente.

Insisto, no se trata de buscar grandes tecnologías ni hacer reformas estructurales, hay que cumplir una tarea concreta en tiempo corto: vacunar en masa ordenadamente. Planificación, más control central, gusto por el detalle, comunicación y no propaganda, pensar pragmáticamente y por fuera de las camisas de fuerza institucionales, puede ayudar. ¿Se podrá?

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.