De tigres pititas y tigres masistas
Preludio: el 8 de abril, a las 8h45 se va Berta, la madre de la exdiputada masista en la línea de sucesión constitucional (antes que Áñez) a la presidencia, Susana Rivero. A las dos horas se va el hermano de Berta Guzmán, padre del ministro de Áñez, hoy preso, Rodrigo Guzmán. En dos horas Bolivia se sintetiza ante nuestros ojos.
El mismo 8 de abril. Un Achumani soleado cae sobre el estadio del Club The Strongest y las montañas paceñas parecen querer abrazar a los muchos invitados que llegaron a la celebración del 113 aniversario de Los más fuertes.
Este año se sopla la vela con dos vientos diferentes: el primero es la alegría del reencuentro. La pandemia que nos tiene arrinconados por el miedo de la frontera entre la vida y la muerte también ha rediseñado nuestra normalidad: confinamiento, barbijos cubresonrisas, distanciamiento, lluvia de alcohol, el temor de la cercanía de ese otro u otra. Sin embargo, cuando los tigres incondicionales llegan a su campo deportivo y se encuentran con sus pares, nada detiene el abrazo abarbijado; estos barbijos no saben ocultar las lágrimas que humedecen las miradas del reencuentro. Así se encontró mi papá, stronguista desde sus dos años por decisión de mis abuelos, con el gran jugador que se salvó de morir en el accidente aéreo de Viloco (dejándonos vacíos de nuestro equipo y haciéndonos así resilientes a lo peor). Néstor Benavente se abraza con Rolando Vargas, El Perro, mientras la banda de la Policía nos hace vibrar con la melodía de Collita. Este momento no tiene precio.
El segundo viento es el que se niega a llevarse las cenizas del quiebre institucional y peor aún, el quiebre social que también nos ha arrinconado en el miedo, el odio y el racismo desde la crisis poselectoral de 2019. Los policías no están agitando sus armas sobre los techos de sus regimientos, las cambiaron por sus instrumentos musicales y hoy están tocando las cuerdas de nuestros corazones paceños. Llega el presidente Luis Arce y está sentado al lado de las principales autoridades del Club y del alcalde Luis Revilla. Los dos resultaron ser poderosos stronguistas. Minutos después, cuando Arce recibe la distinción, una señora muy elegante de la fila de atrás le dice a su amiga de gafas de sol: “Para qué lo invitan a él”. Cuando, acto seguido, Revilla recibe la misma distinción, la misma voz comenta airosa: “A él sí”. A él, no; a él sí. ¿Pensarán lo mismo pero a la inversa las autoridades de sombrero, ponchos y chicotes en el pecho que miran todo de parados pero juntos, rodeando a la única mujer de pollera que los acompaña? ¿Por qué estos representantes indígenas no se sientan al lado de los invitados citadinos menos morenos? Me paro y les pregunto de dónde vienen y si son atigrados. “De Río Abajo” y “claro” son las dos respuestas. Ellos sí intentan acercarse al Presidente cuando sale a todo vapor perseguido por los lentes mediáticos. No logran saludarlo. Se quedan en su cancha a saborear una brocheta de carne.
Pese a las fronteras invisibles e injustas en medio de ese terreno de fútbol cumpleañero que finalmente nos reúne a moros y cristianos en la panza de mi tierno Tigre unificador, nadie grita “Bolivia dijo no”, nadie grita “Ahora sí, guerra civil”, nadie grita “Evo de nuevo, huevo carajo”. El tricampeón del fútbol boliviano ha logrado juntar a un presidente masista, a un alcalde solboísta, a un ministro masista, a un exviceministro añista, a señoras pititas, a indígenas de Río Abajo, a jugadores de todas las edades, a periodistas de todos los colores, a atigrados de todos los rincones. Pero no hay reconciliación, mi Tigre lo sabe porque no se miente. La muerte espera justicia, las heridas siguen abiertas, los temores se cruzan en la otredad, el racismo se pasea. Mi Tigre lo sabe y sabiéndolo nos abraza a todos entre sus amorosas patas tibias, nos pega a su cuerpo que conoce de heridas, que mordió derrotas, pero sobre todo que logra pararse cuando todo parece perdido y cortado con la muerte de los hermanos. Sobre su pelaje oro y negro nadie se atreve a decir “guerra civil”, nadie se atreve a decir “Evo de nuevo, huevo carajo”. La reconciliación no está cerca pero esa cancha de fútbol me hace gritar “¡Viiiivaaaaa el Strongest” mientras mi corazón me susurra “Viva Bolivia, carajo”.
Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.