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Vargas Llosa en el laberinto caribeño

Cuando en 1962 nos recibió en visita oficial en Caracas el entonces presidente Rómulo Betancourt, aún tenía las manos vendadas por las quemaduras que sufrió en el atentado contra su vida, sucedido poco tiempo antes. “Te tenés que cuidar Víctor”, le dijo a Paz Estenssoro. “Trujillo nos lleva en su mira”, añadió. Eran, efectivamente, tiempos recios, como titula la última novela de Mario Vargas Llosa, quien en 351 páginas (editorial Debolsillo, 2020) retrata los vericuetos de aquella época en que, como efecto colateral de la guerra fría, los dictadores patriarcales del Caribe recibían la bendición de los Estados Unidos para sostenerse en el poder, a cambio de aplastar cualquier brote de rebelión popular que pueda aparentar connivencia con aquel enemigo principal: el comunismo soviético. Sobre esa línea difusa Vargas Llosa reivindica la pasantía del coronel Jacobo Árbenz por la presidencia de Guatemala (1951-1954), a quien lo retrata como víctima de una intriga externa. Con esa excelsa maestría que es la suya, Vargas Llosa nos lleva de la mano por las alcobas, los lenocinios, los palacios y los sórdidos callejones donde espías, sicofantas, sicarios, generales, politicastros, proxenetas y casquivanas señoras recorren por turno la pequeña historia de los países ribereños del Caribe. Detrás de bambalinas los intereses mercantiles de empresas multinacionales como la United Fruit nutren con su angurria la caricatura más elocuente del americano feo. Tampoco está ausente la inefable red de agentes de la CIA, derramando dólares para obtener informaciones relevantes o invenciones verosímiles. Ovaciones al autor, por su meticulosa investigación histórica de aquella región, por condimentar sus diálogos con los modismos usados en cada país aludido y por la descripción somatológica de personajes reales o imaginarios. Empero cuando al final el lector asume que se ha embebido en una agradable ficción, se sorprenderá que como epílogo, Vargas Llosa recopila un reportaje a la otrora bella pizpereta Martha Borrero Porras, heroína de la novela, que en verdad es Gloria Bolaños Pons, ahora octogenaria, quien ratifica, en parte, sus aventuras. Entonces queda la duda si la realidad contada era pura ficción o si la enervante ficción fue, más bien, la pura realidad.

Habiendo trabajado y vivido, durante tres años próximos a aquella época en esos lugares como colaborador estrecho del presidente costarricense José Pepe Figueres en la Escuela Interamericana de Educación Democrática, que fue semillero de dirigentes políticos contrarios a las dictaduras tropicales, tuve oportunidad de frecuentar a varios de los dramatis personae de la novela, estudiar sus estrategias conspirativas e incluso ser testigo del incesante tráfico de armas entre las capitales centroamericanas y las naciones insulares de la cuenca caribeña, por ello, me cautivó el relato de Mario, particularmente en los pasajes cuando la mano peluda del generalísimo Rafael Leónidas Trujillo llegaba a los rincones más inesperados. Y, ciertamente, se extendió también hasta Bolivia, financiando —según testimonios fehacientes— (con un maletín repleto de dólares) el alzamiento falangista donde el 19 de abril de 1959 perdió la vida su místico jefe Óscar Únzaga de la Vega.

  Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.