Tres dolores para un Oscar
Los cines lucen desiertos. Los dueños de las multisalas pierden plata cada semana pero mantienen las funciones como una luz de esperanza. Tres grandes películas han llegado a nuestras pantallas oscuras en medio de la clandestinidad y el miedo. Los y las trabajadoras de los cines están más amables que nunca con los pocos que nos animamos. El aire se renueva cada función pero en la sala estamos los de siempre. He visto tres grandes películas con el dolor de leit motiv. En cada función de noche, no había más de cuatro espectadores, todos en una punta diferente, tratando de no estornudar.
Uno, Nomadland (Tierra de nómadas): dicen que Frances Louise McDormand repite personajes y modales. ¿A quién le importa? Yo estoy enamorado de ella desde que la vi en la brillante/primera película de los hermanos Coen, Blood simple (1984). Los personajes en aquella joyita del cine negro —perdedores por naturaleza— no pueden huir. En Nomadland, MacDormand no para de escapar y sabe que todos nos encontraremos (a nosotros mismos) en el camino. La carretera es la verdadera protagonista. Fuera del mundo consumista, también hay vida y redención. El tono documental mezclado con la ficción (el neorrealismo italiano siempre vuelve en época de crisis) nos trae el modus vivendi de miles de personas mayores en Estados Unidos, abandonados a su suerte tras la crisis estructural capitalista de 2008: son los nómadas, es la otra cara del sueño norteamericano. Frances compone su papel más hermético, más asceta, más esperanzador, bajo la dirección de otra mujer, ChloeìZhao que mete la cámara en su furgoneta. En una cartelera repleta de películas para adolescentes, Nomadland nos regala una obra crepuscular sobre la dignidad, sobre los abrazos compartidos en los momentos más difíciles, sobre lo efímero, sobre la belleza de las pequeñas cosas. Caminar o morir es el lema de las autoproclamadas Badland bitches. La redención está en la ruta. El tiempo no duerme el dolor —ante la pérdida de personas y lugares— pero sí lo adormece.
Dos, The father (El padre): dicen que Anthony Hopkins es el más grande actor vivo. Y es cierto. Con sus 83 años, el galés nos ofrece una película dura, desconcertante y compleja sobre el olvido que seremos. Jamás la demencia senil había sido retratada desde la primera persona, desde la vejez del Alzheimer y sus dolorosas consecuencias para el círculo familiar (la actriz Olivia Colman merece también el Oscar a mejor actriz secundaria). Con un envoltorio teatral de salidas y entradas en escena, el director francés Florian Zeller mete su cámara dentro de la cabeza del personaje principal y traslada la confusión a la platea. La vida, caída ya todas las hojas, solo tiene sentido en una vieja manía, en un chiste repetido hasta la saciedad. Vivir y aprovechar el hoy es el lema. El dolor no existe más allá de la muerte.
Tres, Promising Young woman: dicen que la venganza —producto del dolor infinito— es un plato que se sirve frío. Y es verdad. La película dirigida por la inglesa Emerald Fennell nos habla de forma inquietante sobre sexo, consentimiento expreso, violación, trauma y valentía. Y sobre el papel de las víctimas, la culpa y la justificación del agresor. En la tradición de las rape and revenge movies, la protagonista (interpretada genialmente por una inexpresiva/herida Carey Mulligan, en un rol alejado de las típicas “mujeres fatales”) exhibe una fortaleza sin igual que rima siempre con crudeza. Con guiños a Nastassja Kinski en Paris, Texas de Wim Wenders o al Tarantino de Kill Bill, a esta Caperucita Roja no se la va a comer más el lobo. Promising Young woman es una película que refleja/marca una época y Hollywood —al calor del movimiento Me too— la elegirá este domingo como el filme del año. La pregunta inicial de la “peli” sigue dando vueltas en el espectador abandonada la sala oscura: ¿cuántos de nosotros nos aprovecharíamos de una mujer borracha para violarla si nos garantizan impunidad?
Son tres dolores para un Oscar. Un dolor convertido en gran maestro para una mujer libre, en un medio para despertarse ante un mundo en crisis; un dolor —el más cruel— sufrido en silencio por un padre en su ocaso; y un dolor que no puede soportar otra mujer ante el asesinato/violación de su amiga. Decía Dante Alighieri que “quien sabe de dolor, todo lo sabe”.
Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique.Twitter: @RicardoBajo