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Hablar con propiedad mejora la comunicación

Jamás olvidaré una muy saludable charla ofrecida hace muchos años por Isaac Sandoval Rodríguez en el viejo Sindicato de Trabajadores de la Prensa de La Paz (todavía me cuesta llamarlo “Federación”), acerca de la utilización apropiada de conceptos, especialmente en el trabajo periodístico. El prominente abogado, catedrático e investigador del desarrollo histórico social boliviano, se refirió a semejanzas y diferencias entre términos como “Estado”, “nación”, “nacionalidad”, “patria”, “territorio”, “país” y otros afines a veces utilizados desaprensivamente como sinónimos. Nos remarcó también, según creo recordar, que no es lo mismo decir “casa superior de estudios” que “casa de estudios superiores”, o “sesión por tiempo y materia” que “sesión permanente por tiempo y materia”, o peor aún, “ciudad del pagador” en vez de “ciudad de (Sebastián) Pagador”. Por supuesto, Sandoval hizo mención además a la carga histórica que frecuentemente expresan los conceptos y los enconados debates que se producen en torno a ellos.

El tema viene a cuento estos días no precisamente de la irresuelta polémica entre “golpe de Estado” y “fraude” que tiene visos de nunca acabar. Haremos énfasis más bien en los conceptos que encierran “1 de mayo” y “genocidio” con sus correspondientes baños de actualidad. Vayamos por partes. El primer día del quinto mes del año, ayer en el calendario vigente, está dedicado al mundo del trabajo y tiene su raíz histórica en Chicago, cuando en 1886 se desató la lucha por la jornada laboral de 8 horas y culminó con el ahorcamiento de un grupo de dirigentes, los Mártires de Chicago, condenados injusta e ilegalmente. Fueron las organizaciones socialistas que años después propusieron y extendieron a casi todo el mundo la celebración de esta fecha como Día Internacional de los Trabajadores (y de las Trabajadoras, le añaden ahora los movimientos feministas). Se la considera como una jornada de lucha y de reafirmación de las propuestas políticas de igualdad social y fin de la explotación. Pese a la pandemia, esas voces han sido las predominantes en esta ocasión. Claro que también están los que desde siempre buscan limitar la fecha a un inocente “Día del Trabajo”. En su libro El poder minero, Juan Albarracín relata cómo el periódico El Diario elevó el grito al cielo porque los trabajadores paceños decidieron dar el “temerario paso” de conmemorar el 1 de mayo de 1907 y calificó de “criminal” la “igualdad soñada”.

Pasemos al otro tema. Hace pocos días el presidente Biden, por primera vez como política oficial de los Estados Unidos, admitió que Turquía había practicado un genocidio contra el pueblo armenio. Los hechos ocurrieron nada menos que hace ¡106 años! en momentos en que se desmoronaba el Imperio Otomano, pero mantienen una sorprendente actualidad, no otra cosa significa que el presidente turco Erdogan se haya enfurecido y le exige a Biden una urgente retractación, atenido a su rol de potencia intermedia en la región y su posición prominente en el seno de la OTAN, razones que hacen que otros países se abstengan de seguir los pasos de Estados Unidos. Apelamos a una “Guía para Estudiantes” del Museo Memoria y Tolerancia de México para recordar que el caso de Armenia es el más mencionado después del Holocausto, provocado contra el pueblo judío por la Alemania nazi. Pero están también los casos más o menos recientes de Camboya, Guatemala, Antigua Yugoslavia, Ruanda, Sudan, que ingresan a la definición de la “Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio” adoptada en 1948 y se reconocen como genocidio o están en vías de serlo por tribunales o comisiones de la verdad. Cuando hablamos de genocidio, entonces, no nos estamos refiriendo a cualquier acto de violencia criminal o masacres tan frecuentes en el mundo de hoy, sino a la aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos.

   Esito sería.

 Carlos Soria Galvarro es periodista.