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La guerra de las vacunas

Esta semana tuvimos en Bolivia varias buenas noticias. El ejemplo de cómo hacer las cosas lo dio la Caja Nacional de Oruro, que en un día logró vacunar a 1.500 adultos mayores. La hazaña, liderada por Ronald Cahuana, administrador regional y Roxana Claure, jefe médica, se logró con medio centenar de funcionarios que implementaron 10 puestos de vacunación en el Campo Ferial. Solo la ciudad que organiza el mejor carnaval del país podía darnos una lección así.

Tomando el ejemplo, en varias ciudades capitales finalmente se inició la vacunación masiva. En La Paz se establecieron ocho puntos de inmunización con 90 brigadas para alcanzar la meta de 6.400 personas cada día. Lo propio ocurrió en Cochabamba, con 12 centros de vacunación habilitados y un promedio de 1.200 personas al día, y Santa Cruz que está trabajando con 20 puntos de vacunación, con cerca de 8.500 personas vacunadas al día. Completa nuestro optimismo el anuncio del presidente Luis Arce, confirmando el compromiso de la llegada de 5,2 millones de dosis de la vacuna rusa Sputnik-V hasta junio de este año.

Necesitábamos esta bocanada de aire optimista en un momento en el que se habla de una tercera ola en Bolivia, con el agravante de la cepa brasileña.

Nuestra historia de lucha por la salud es tan solo una brizna en la gran guerra por las vacunas que enfrenta al mundo y que ha tensionado aún más la geopolítica. Veamos titulares: el presidente de EEUU, Joe Biden, ha intervenido en el mercado para forzar un pacto de fabricación entre dos farmacéuticas rivales. Está en juego no solo la salud de los norteamericanos, sino sobre todo su economía y la pérdida del primer puesto en su duelo con China. Mientras que, en el país asiático, la pandemia de coronavirus sirvió para que Xi Jinping consolidara un poder como no se veía desde los tiempos de Mao. China no solo ha logrado producir y exportar vacunas, sino que su economía ha crecido un 18% en el primer trimestre de 2021.

Al otro lado, la UE es un polvorín. No hay dosis suficientes ni se cumplen los plazos. Italia acaba de bloquear un cargamento a Australia para asegurarse las suyas. Hungría, Polonia y Eslovaquia, al margen de la UE, negocian con Rusia y China para garantizarse el suministro. Austria y Dinamarca buscan acuerdos con Israel, al que le sobran vacunas.

La escasez de dosis ha empujado incluso a la Comisión Europea a repensar la negociación con la vacuna rusa. La Sputnik V devuelve a Rusia al centro de un tablero pospandémico.

Mientras tanto en la India se desata el infierno. A pesar de ser uno de los mayores fabricantes de vacunas del mundo, no tiene suficientes para inocular a su propia población y actualmente vive una ola de contagios de 350.000 personas y cerca de 2.500 muertos al día.

Frente a esto, varios países de ingresos bajos y medios, liderados por Sudáfrica e India, están pidiendo a la Organización Mundial de Comercio que se establezca una exención de las patentes para poder producir masivamente y de forma accesible las vacunas. Los países ricos se oponen a la propuesta, argumentando que esos derechos son necesarios para incentivar la investigación y el desarrollo de medicamentos.

En el mundo, la guerra desatada (tan sucia como siempre) pone en juego todo su arsenal: los acuerdos bilaterales, las prohibiciones de exportación, acuerdos de compra anticipada y acaparamiento de los países desarrollados y, sobre todo, el nacionalismo han empezado a generar un abismo entre los países ricos y los más pobres. En nuestra región, solo siete países tienen negociaciones para asegurar la vacunación de su población y 17 no tienen ningún acuerdo bilateral para la compra, pues en su mayoría esperarán donaciones. Mientras tanto, nuevas mutaciones del virus amenazan retornar del sur al norte en una espiral interminable. Pero como en toda guerra, quienes cuentan los muertos siempre son los más pobres.

 Lourdes Montero es cientista social.