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A dos años de la ley de libertad religiosa

El 11 de abril de 2019, casi desapercibida, fue promulgada la Ley 1161 de Libertad Religiosa, Organizaciones Religiosas y de Creencias Espirituales. Su construcción, debates y consensos duraron cerca de ocho años, pues se trataba de un diálogo desde lo más profundo que tienen las y los bolivianos: su religiosidad y espiritualidad. También, la construcción de esta norma muchas ocasiones devino en peleas, amenazas y, sobre todo, incomprensiones de los actores religiosos y espirituales que estuvieron involucrados en su redacción. Fue como un espejo a lo ocurrido con la aprobación de la Constitución Política del Estado Plurinacional en 2009, pero también esta ley es resultado de algo que se inició mucho antes de lo que la historiografía nacional da cuenta: El proceso hacía un mundo de la convivencia pacífica. La finalidad de la norma se establece en su artículo II, inciso a): “Reconocer y respetar la libertad de religión y de creencias espirituales de acuerdo a sus cosmovisiones, de culto, de conciencia y de pensamiento, con la finalidad de promover la convivencia pacífica y coexistencia de diversas religiones y de creencias espirituales en el Estado Plurinacional de Bolivia”, que además define el espíritu de la ley que, paradójicamente, tuvo en el mismo año en que se promulgó talvez su mayor escenario de crisis o su mayor transgresión, es decir los hechos de noviembre de 2019.

Antes de revisar lo ocurrido en Bolivia, se requiere la referencia a la idea de “la maldición que pesa sobre la ley”, que es una tradición originada en Pablo de Tarso (5-10 a 58-67 d. C.), que da cuenta de la existencia de tal “maldición”, a la que justamente se opone Jesús en diferentes pasajes de los evangelios. Esta maldición no aplicaba para los ciudadanos romanos, sino especialmente era para judíos y demás pueblos dominados y sometidos en el tiempo de Jesús. Pero, asimismo, la ley en la tradición romana siempre fue en favor de los “ciudadanos” y en contra de los demás pueblos. La pax romana se basó en una naturalización de la discriminación cultural, incluso racial, que claramente fue la base para las sociedades grecorromanas y, posteriormente, las occidentales tal cual se las conoce hoy en día, de tal forma que la búsqueda de la justicia por medio de la ley devenía siempre en injusticia, tal cual se presentan hoy en día las paradojas del mundo moderno. En todo caso, la Ley 1161 promulgada en Bolivia representa justamente lo contrario, pues no es una “maldición” para el pueblo, no está escrita solo para unos grupos y, de ese modo, cuando habla de “convivencia pacífica” es una apuesta incluso histórica.

Cuando se definía que esta norma pueda ser entendida como de convivencia religiosa y espiritual, los poderes estructuralmente coloniales del país buscaron una salida demagógica, y se resguardaron en lo jurídico, en casos bastante concretos. Por ejemplo, la Iglesia Católica romana y algunas corporaciones de iglesias evangélicas fundamentalistas no aceptaron abiertamente esta ley y argumentaron que no les atinge. Una por el poder, las otras quizás por interés, no se termina de comprender. El resultado es que no repararon ni un segundo en transgredir la convivencia religiosa, el respeto a la coexistencia de espiritualidades, el respeto constitucional a sus cosmovisiones y por razones ya conocidas, ocurrió lo siguiente: El 12 de noviembre de 2019, por la noche, mostraron la representación más colonial de la Biblia, como si Dios pudiera avalar las pugnas políticas, por las que además se terminó con la vida de más de 30 personas. Sus palabras resuenan siempre: “Dios y la Biblia vuelven al palacio”. Pero en 2015, todavía las comisiones de trabajo conformadas por diferentes iglesias evangélicas y organizaciones espirituales habían logrado comprender que la Biblia es un símbolo cristiano, así como los pueblos indígenas tenían sus propios símbolos se debía proponer una fórmula que incluyera a todos; ese diálogo costó bastante, fueron meses para poder comprender que la Biblia puede ser lo más sagrado para unos, pero no necesariamente lo es para los pueblos indígenas, que no se ganan almas con armas ni espadas, que la colonización es un hecho inhumano. Es por ello que se puede afirmar que también ocurre que la maldición, por tanto, no está siempre en la ley que, si se la lee y estudia, se terminaría coincidiendo que es un avance histórico que quizás sirva más para las generaciones futuras, pero que no quita que el germen o semilla de su perspectiva fue hecha por los y las bolivianas del presente, razón más que suficiente para pensar en la esperanza de un mundo que realmente conviva pacíficamente.

 Nelson Gutiérrez Rueda es teólogo.