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La protesta no tiene rostro de mujer

Svetlana Alexievich, ganadora del premio Nobel de Literatura de 2015, escribió La guerra no tiene rostro de mujer, una de sus obras más importantes. En este libro, trabajado a la luz de la memoria histórica, la autora escudriña en los recuerdos de cientos de mujeres que vivieron la guerra del comunismo contra el nazismo de Hitler. Uno de los aportes más valiosos de esta investigación es haber evidenciado el contraste existente entre el relato oficial y la realidad respecto del rol de las mujeres en la guerra. El primero, pues, es un relato constructor de monumentos de mujeres heroínas; la realidad, en cambio, podría representarse con una fotografía de una mujer llena de cicatrices, un rostro de guerra.

En el siglo XXI, donde teóricamente no hay más guerras, al menos en Latinoamérica, los rostros de las mujeres en resistencia siguen siendo negados. Pero no se podría continuar este texto sin hacer énfasis en que, si bien las guerras de corte moderno, aquellas que enfrentaban a dos o más ejércitos nacionales, han sido erradicadas de la región, hoy en día el espacio público en tanto campo de lucha es también un verdadero campo de guerra. Y es que, aunque los Estados se declaren —inclusive formalmente— pacifistas, las instituciones coercitivas hoy tienen como franco de sus balas a la población organizada. No se han terminado las guerras, únicamente han cambiado su forma de presentarse; y habrá qué ver qué dice la historiografía dentro de un par de décadas de esta ola de violencia, instruida por los poderes fácticos y ejecutada por las denominadas “instituciones del orden”.

Sin embargo, aunque haya cambiado la forma de la guerra, se sostienen muchas de las formas que se apoderan de las versiones oficiales, tanto del análisis político como de la Historia. Uno de esos elementos es la hegemónica masculinización de la protesta, en tanto guerra. Alexievich, en La guerra no tiene rostro de mujer, recopila el relato de una mujer que manifiesta haber vivido dos vidas, una durante la guerra, donde compartía responsabilidades con sus camaradas hombres en aparente igualdad; y otra, acabada la guerra, donde toda esa eventual igualdad se esfumaba para dar paso a los roles tradicionales de género, en la que, por supuesto, las mujeres siempre quedaban en desventaja.

¿Estará sucediendo lo mismo en los distintos espacios actuales de resistencia? Pareciera que es conveniente plantearlo como preguntas. ¿Las mujeres que perdieron los ojos por disparos policiales o militares en Chile o Colombia, terminadas —o pausadas— las olas de protestas, volverán a sus rutinas en igualdad de condiciones que los hombres que también perdieron un ojo? Temo que las relaciones humanas actualmente ordenadas por roles de género construidos, no están siendo trastocadas por los efectos de las violencias estatales. La ebullición de los levantamientos y la fuerza de las protestas generan espacios de mayor igualdad y hermandad entre hombres y mujeres, pero en los desenlaces, lamentablemente, no se sostienen esas formas de relacionamiento.

En Latinoamérica, el siglo XXI ha visto cuajar nuevos “contratos sociales” emergidos de levantamientos populares, levantamientos en los que las mujeres han asumido tareas fundamentales, aunque son todavía escasos los cambios en clave de género. En la protesta, hombres y mujeres se dejan el cuerpo por igual; en la cosecha, los réditos casi siempre son privilegios masculinos. Esta era, valorada comúnmente como “el tiempo de las mujeres” debería poder resguardar las voces de las mujeres rebeldes, pues no sería justo que la presente ola de levantamientos populares quede en la historia, contada solo por hombres, triunfantes o derrotados.

Las protestas en Colombia hoy dibujan un contexto para las mujeres tan extremo como el de una guerra de trincheras. Las represiones fascistas siempre encuentran en los cuerpos de las mujeres al botín mejor fetichizado, es Colombia una fehaciente prueba de esto. Las violaciones sexuales perpetradas por policías contra las manifestantes, por ejemplo, aún no despiertan importantes alertas ni en los medios de comunicación ni en la comunidad internacional. Colombia es tendencia hoy en las redes sociales y es uno de los temas preferidos en los medios de comunicación; no obstante, parafraseando a Svetlana Alexiévich, la protesta no tiene rostro de mujer.

Valeria Silva Guzmán es analista política feminista. Twitter: @ValeQinaya