Icono del sitio La Razón

Desarrollo productivo

¿Acaso hay un desarrollo que sea improductivo? Me puede cuestionar cualquiera. Evidentemente no, cualquier tipo de desarrollo que quiera ostentar tal denominación, debería ser productivo. Si no, no es desarrollo y punto.

En mi muy particular interpretación, basada en mis experiencias personales, creo que la ambigüedad del término tiene que ver con la terminología usada por la CEPAL entre 1950 y 1970 o, más bien, con la caída en desuso de dicha terminología cuando las ideas neoliberales entraron en boga durante la década de 1980.

Hace ya 70 años, en su Manifiesto de La Habana, el primer secretario ejecutivo de la CEPAL, Raúl Prebisch, expuso la tesis del deterioro secular de los términos de intercambio de los países exportadores de materia prima, inspirado en el trabajo de su colega Hans Singer.

En una cáscara de nuez, la tesis indica que existe un desequilibrio estructural en la evolución de los precios internacionales de las materias primas versus los de los productos industrializados (más aún si éstos tienen un alto componente de desarrollo tecnológico) y que, a la larga, los países exportadores de materia prima tienen que exportar cada vez más productos para sostener sus importaciones de bienes manufacturados. En el caso de Bolivia esto significa que, a lo largo del tiempo, deberíamos exportar cada vez más gas para importar la misma cantidad de vehículos o computadoras.

Las consecuencias prácticas de la tesis de Prebisch/Singer eran evidentes: la sustitución de importaciones y las políticas de industrialización debían ser priorizadas para contrarrestar la tendencia del deterioro de los términos de intercambio y corregir la divergencia en los niveles de riqueza de los países primario/exportadores versus los países industrializados.

En ese entonces, mal que bien, la idea de desarrollo económico basado en la industrialización era parte del sentido común. Incluso Naciones Unidas creó una agencia —la ONUDI (Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial)— dedicada a tal fin. Este sentido común orientó las políticas de desarrollo durante tres décadas.

En la década de los 80, sin embargo, los países latinoamericanos se encontraban endeudados, quebrados y —a causa de la verificación de la tesis Prebisch/Singer— con enormes déficits comerciales. Para entonces, el sentido común era dejar al mercado que asigne los recursos eficientemente, sin intervencionismo estatal y dejando de lado las políticas de desarrollo industrial.

Y así fue cómo el término “desarrollo industrial” abandonó el discurso y el sentido común de las políticas públicas. Recuerdo bien que, cuando en algún encuentro de colegas alguien reflotaba el concepto, los académicos del momento lo señalaban como “cepalino”… frunciendo la nariz un poquito.

Es en ese contexto que la CEPAL opta por hablar de “desarrollo productivo”, que es más abarcador y menos conciso, pero que carece de las connotaciones negativas que los seguidores de la corriente neoliberal le habían dado a la discusión sobre desarrollo industrial.

Y es un término que pega. En Bolivia, en Argentina y Paraguay existen entidades públicas que se denominan de desarrollo productivo y tienen que ver con lo que antiguamente se llamaba política industrial.

¿Se puede decir que ahora desarrollo productivo es “desarrollo industrial” pero smart? Aún no lo sé. Pero, siendo un concepto más abarcador, nos permite discutir el tema repensando el rol del Estado y recalibrando el rol del sector privado en esta lógica de desarrollo.

La hermana gemela del término de desarrollo industrial, la sustitución de importaciones, ha sido recientemente invocada en la política económica nacional. Hay un fondo de crédito para tal fin. Yo quisiera poner un par de elementos de mi cosecha al asunto: personalmente me parece pertinente sustituir importaciones. Pero más pertinente me parece sustituir ese abanico de bienes intermedios e insumos que se llevan un tercio de nuestras escasas divisas cada año. Finalmente, es más fácil producir resinas o placas, que producir un smartphone.

Pablo Rossell Arce es economista.