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La búsqueda del poder

Corría 1918 y la casa editora Talleres Gráficos “La Prensa” del recordado dirigente gráfico y polemista boliviano Don José Calderón, puso en circulación un libro de historia que era muy peculiar, pues trataba de describir, de una forma por demás detallada, un fenómeno muy boliviano: la revolución, el golpe, la asunción al poder y para ser más precisos, en cuanto a la exactitud del término, habría que remitirse a otra obra que se publicó en 1983 con el título Teoría del Motín y las Sediciones en Bolivia, bajo el sello editorial de “Los Amigos del libro” y cuya autoría pertenece a René Canelas López, en ella se ocupaba de establecer una clara distinción entre una palabra y la otra, para de este modo podar esa maleza semántica que el lenguaje político sembró en el imaginario popular.

“Para este estudio debemos esbozar ciertos marcos conceptuales que responden a hechos, situaciones y procesos sociales recogidos del acontecer histórico de nuestro país”, afirma el señor Canelas y seguidamente separa y caracteriza seis instancias que desestabilizan gobiernos, aquí solo vamos a citarlas: revolución, motín o sedición, conmoción, golpe de Estado, asonada y conato.

Si bien se ha exagerado en el ámbito internacional acerca del número de revueltas, golpes de Estado y todas sus variantes que acaecieron en Bolivia, situándonos en un récord demencial como el Estado con más presidentes de todo el continente: 200 y más, cuando en los hechos apenas llegamos a 67, si los fanáticos de la estadística echan mano de los últimos acontecimientos que hace muy poco tuvieron en vilo a todo el país, las cifras sin duda crecerán.

Pero volviendo al libro Historia de las Revoluciones de Bolivia editado en 1918, cuyo autor si no lo mencioné, ya es tiempo de hacerlo, se trata de Don Nicanor Aranzaes, notable clérigo y escritor paceño cuya obra es la primera que se ocupa de este tema y no solo en nuestro ámbito. Su libro pionero se adelanta a estudios más densos y trabajados con mayor prolijidad, como el de Michel Ralea, Revolutión et Socialisme (París, 1923) o el de Alfredo Poviña, Sociología de la Revolución (Córdoba, 1933); sin embargo, ninguno cuenta en sus folios con el realismo maravilloso del que habla Alejo Carpentier, como es el caso de la narrativa histórica del canónigo.

En sus páginas relata, por ejemplo, cual pesadilla infernal, una por una, las 25 revoluciones que se produjeron en distintas regiones del país con el objetivo de derrocar al tirano Mariano Melgarejo que gobernó desde el 28 de diciembre de 1864 hasta el 15 de enero de 1871, haciendo un promedio de cuatro revoluciones por año, causando miles de muertos y heridos.

Los periodos presidenciales del mariscal Ballivián, Belzu, Tomás Frías y los más recientes, Hugo Banzer, Luis García Meza, Gonzalo Sánchez de Lozada, Jeanine Áñez, entre otros, no estuvieron exentos de repetirlos como sangrientos levantamientos contra sus respectivos gobiernos. El cronista Aranzaes pone énfasis en algunos caudillos, como es el caso del ya citado Melgarejo y su curioso ascenso al poder, asegurando que en la mañana del 28 de diciembre, éste era solo un soldado en combate (un elemento secundario que gozaba de cierto prestigio por su valor temerario) de una revolución planificada para que asuma el poder el general Adolfo Ballivián, pero por la tarde el esbirro ya era presidente.

Yo prefiero otra versión, la que Arístides Moreno le atribuye al historiador chileno Sotomayor y refiere que el origen de la revolución de 1864 era una broma pactada entre el entonces presidente José María Achá y Mariano Melgarejo, que para divertirse en el día de los inocentes, aburridos el general presidente y su favorito de la modorra pueblerina de Tarata, decían: “Echaremos unos tiros, movilizaremos a la tropa y la población correrá espantada tratando de salvar sus vidas, abandonando sus posesiones. Usted excelencia se ocultará en una celda mientras dure el chascarrillo, en la noche comunicamos al pueblo que todo era una broma de inocentes”, argumentó el futuro Dictador. La madrugada siguiente el general Achá, que marchaba ya al exilio, entendió un poco tarde que el “Tigre de Tarata”, ese que se perfumaba con tabaco y pólvora, no estaba para burlas, ya era el nuevo presidente.

Don Nicanor Aranzaes, allí por la segunda década del siglo XX no imaginó que su obra señera solo iba a ser el aperitivo de un menú de platos muy fuertes, capaces de destrozar el estómago de una ya frágil democracia que hasta el presente no termina de afianzarse, porque revoluciones, motines, conmociones sociales, golpes de Estado, asonadas y conatos son el pan que muerde la historia de Bolivia.

Milton Mendoza M. es abogado y presidente de la Fundación Juntos por los Derechos Humanos.