Un asesino y una víctima
El hombre que habla en la concentración pro-Palestina en la Plaza del Estudiante se llama Aymán. Su apellido es más complicado: Altaramsi. Me costó varios años aprendérmelo y decirlo de corrido. La primera vez que vi llorar al doctor Aymán fue en la radio. Lord Anthony colocó una canción en castellano y árabe titulada Yo quisiera. En el tema de Karla y Samir se habla de lágrimas, venganza y esperanza, “frente a los ojos del olvido”. Venganza por los cientos de niños y niñas asesinados bajo las bombas de Israel; esperanza por el retorno y la paz: sentimientos agridulces en medio de los campos de olivo.
“Volveré a mi casa / cuando volveré yo a mi tierra / donde nací, donde crecí / donde viví mis más preciados momentos. / Yo quisiera caminar libre por la franja de Gaza / yo quisiera ir a rezar a la mezquita de Al Aqsa. / Yo quisiera visitar mi familia y mi hogar / Yo quisiera contemplar las calles de la Tierra Santa”, dice la canción que habla de volver a pisar las avenidas de Al Quds (Jerusalén, en árabe) nuevamente.
El doctor Aymán Altaramsi nació en Gaza y nunca pudo visitar la capital, nunca pudo rezar en la mezquita de la Cúpula Dorada, lugar sagrado para el Islam. Israel prohíbe que los ciudadanos de la franja, el lugar más densamente poblado del mundo (dos millones de personas en apenas 40 kilómetros por diez) viajen a Jerusalén, la ciudad de las tres religiones monoteístas.
Cuando estuve en Palestina en los años 90, me alojé en un modesto hostal de la parte árabe de Jerusalén y sus aromas especiales. Desde el quinto y destartalado piso se veía la magnética cúpula y todas las mañanas, a las cinco de la “matina”, se escuchaba al imán por megáfono llamando a la primera oración del día. A partir de esa hora, uno ya no podía dormir por el calor pegajoso de agosto. Los minibuses que salían desde la Puerta de Damasco hacia Ramallah o Hebrón (Al Halil, en árabe) me harán recuerdo años después a los minibuses bolivianos. Los voceadores, también.
Viajar por tierra por la Cisjordania ocupada era/es una agonía. Los constantes controles del Ejército israelí tienen como única función humillar al palestino en su propia tierra. Las “intifadas” (levantamiento, en árabe) eran y son la única respuesta, el orgullo y la dignidad en forma de piedra. Cuando en Ramallah, cerca de la Mukata de Arafat, me compré una pequeña bandera de Palestina, mi compañero de viaje, un cuate canario que sabía hablar árabe y hebreo, me dijo que estaba loco. Tenía miedo a que me requisaran la bandera en uno de los check pointmilitares. El miedo es la victoria del usurpador, del abusivo, del genocida.
Cualquier persona en el mundo puede visitar Jerusalén y la Tierra Santa menos los palestinos de Gaza. Ellos no pueden, son todos “terroristas”. Cuando el doctor Aymán Altaramsi, licenciado en Medicina en Sucre y cabeza visible de la comunidad musulmana de La Paz, estuvo en el programa Contextos Salvajes de Red Patria Nueva y lloró, el Estado infanticida/terrorista de Israel llevaba ya varias semanas bombardeando la Franja. En total, murieron más de 2.000 civiles palestinos. Dicen que Israel —“el pueblo elegido”— tiene el derecho de defenderse de los misiles caseros de Hamás pero destruyen edificios enteros matando a mujeres y niños inocentes con la excusa de que éstos son usados como escudos humanos para ocultar sedes y armamento de la resistencia. La verdad es la primera víctima.
Lo que vemos cada cierto tiempo en la región geopolíticamente más importante del mundo, no es un conflicto, no es una guerra, no es un enfrentamiento. Es la aplicación de una política sistemática de ocupación de tierras árabes, es el cálculo premeditado para hacer desaparecer al pueblo palestino (la “solución cero”). Es la violación permanente del derecho internacional que ha condenado una y otra vez al sistema de apartheid israelí, al más puro estilo de la Sudáfrica racista. Todo con la aquiescencia de EEUU, monta tanto/tanto monta.
¿Por qué el mundo calla? ¿Por qué los niños de Gaza juegan con los ángeles y las mariposas como escribía el poeta más grande de Palestina? “Cadáveres anónimos / ningún olvido los reúne / ningún recuerdo los separa / olvidados en la hierba invernal / sobre la vía pública / entre dos largos relatos de bravura y sufrimiento. ‘¡Yo soy la víctima!’. ‘No, ¡yo soy la única víctima!’. Ellos nos replicaron: / ‘Una víctima no mata a otra. / Y en esta historia hay un asesino y una víctima’” (del poemario No pidas perdón de Mahmud Darwish).
El hombre que habló en la concentración en la Plaza del Estudiante de ayer martes agradeció la solidaridad de Bolivia hacia el pueblo palestino: ambos sabemos de guerra y robo, ambos todavía cantamos, todavía pedimos, todavía soñamos.
Ricardo Bajo es periodista y director del periódico mensual Le Monde Diplomatiqueedición Bolivia. Twitter: @RicardoBajo