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Domitila por siempre

“Puedo resistir cualquier cosa —dijo alguien una vez—, menos la tentación”. Y así, a pesar de que traté de no ceder a la provocación de las últimas semanas, me veo obligado, impulsivamente, a escribir sobre Domitila.

Recién fue este año que leí su famoso testimonio Si me permiten hablar, y al igual que muchas personas que lograron hacer de tripas corazón a través de sus páginas, no pude evitar maldecir mis años universitarios, en ninguno de los cuales se me habló de este coloso. Pensadora profunda sin pretensiones de intelectual, luchadora resuelta y valiente, ejemplo paradigmático de lo que debe ser un dirigente bajo toda circunstancia. ¿Por qué nunca supe de ella?

El estudio introductorio de Albó me da, al menos, un consuelo. Resulta que este libro, publicado por primera vez en 1977, recién vio su primera edición boliviana en 2016. Antes, fue traducido a más de 15 idiomas en todo el mundo, y acá ni nos dimos por enterados. No me sorprende que mis docentes me hablaran de quién sabe qué en vez de contarme sobre ella. De seguro ni la leyeron. Una edición de la Biblioteca del Bicentenario publicada en 2018 redimió esta injusticia, aunque todavía queda mucho por hacer para extender su vital pensamiento.

Sin más preámbulo. Leí un homenaje a ella que me dio la impresión de que se trataba de una mártir abnegada que sufrió los peores tormentos para que Bolivia recuperara su democracia de las botas militares. Y sí, sin personas como ella, seguramente cierto orden constitucional nunca hubiera sido restablecido, pero de ninguna forma puede ser recordada como un manso ejemplo de resistencia democrática, sino como una de las más grandes revolucionarias (socialistas) de nuestro país. La mujer tenía dientes, puños y una boca todavía más contundente.

Le pidió armas a Torres, consciente de que la Asamblea Popular del 71 estaría condenada al fracaso sin los medios para defenderse; estuvo dispuesta a volar por los aires junto con su familia durante una toma de rehenes gringos a cambio de varios dirigentes mineros secuestrados por el movimientismo nacionalista; se enfrentó directamente a las dictaduras de Barrientos y Banzer, pagando un precio altísimo por su valentía, la vida de tres de sus hijos en su vientre. Y si no llegó a pelear con Meza fue porque no la dejaron volver a Bolivia después de que ella denunciara internacionalmente desde Copenhague a la más repugnante de las dictaduras. Y podría dar más ejemplos.

No hablaré de las torturas físicas y psicológicas que tuvo que soportar, porque me resulta demasiado doloroso incluso escribir al respecto. Si no hubieran ocurrido de verdad, jamás hubiera resistido esas páginas. Hubiera creído que se trataba de fantasías morbosas de una mente retorcida. Pero sí, sucedieron.

No, ella no era una mártir de la democracia liberal. Lo mismo le hicieron a Marcelo, trataron de robárnoslo. ¡Búsquense sus propios héroes señores, si encuentran alguno! Una vez recuperada (la dizque democracia), ella denunció ese pacto de élites como lo que era, una pseudo democracia, llamando siempre a la unión de todos los oprimidos, obreros y campesinos, de toda Latinoamérica, contra el imperialismo yanqui. La radicalidad y profundidad de su pensamiento iba más lejos, sin embargo. Su idea acerca de la mujer en el proceso de explotación capitalista se adelantó décadas a muchas pensadoras feministas… y… y mejor paro ahora, o no lo hago nunca.

No exagero, la vida de ningún boliviano está completa hasta haberla leído.

Carlos Moldiz Castillo es politólogo.