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La supervivencia del más apto

Estamos tan acostumbrados a considerarnos el centro del universo, que olvidamos que los humanos somos apenas una especie, entre millones. Quizás seamos la más inteligente o la más hábil, seguro somos la más destructiva, pero de ninguna manera somos la única. Si vemos la presente pandemia desde el punto de vista de la otra especie involucrada, quizás entendamos mejor nuestras opciones para abordar el problema. Estoy hablando, evidentemente, del virus llamado COVID-19. No es una enfermedad, estrictamente hablando. Es un microbio: un ser vivo muy pequeño que, igual que todos los otros seres de cualquier tamaño, busca sobrevivir y reproducirse.

El COVID-19 sobrevive a través de sus organismos anfitriones: antes los murciélagos, hoy los humanos. Nuestro cuerpo le da un hogar amplio, cómodo y lleno de facilidades, que sería tonto de no apropiarse. Desde nuestro punto de vista, la tos es un síntoma de la enfermedad. Desde el punto de vista del COVID-19, es una forma de transmitirse de un humano al otro con la mayor velocidad y eficiencia posible: se instala en nuestra garganta, nos irrita y nos obliga a toser —lanzando nubes de virus que fácilmente se transportan al próximo anfitrión. Por eso los barbijos son tan importantes: crean una barrera física que evita que el virus se propague.

Una diferencia clave entre el humano y el COVID es que para ganar la batalla el microbio depende solamente de respuestas biológicas y físicas (suyas y nuestras). Las mutaciones del virus son su estrategia para contrarrestar nuestras medicinas. Nosotros, además de las respuestas orgánicas que nuestro sistema inmunológico genera, para derrotar a este enemigo tenemos laboratorios, microscopios, análisis, genomas, cientos de años de observaciones, pruebas y deducciones —eso que llamamos ciencia. Las vacunas son la estrategia más hábil que hemos desarrollado para sobrevivir y somos muy tontos (más tontos que el virus) si nos negamos a usarlas.

No: la vacuna no te cura. Lo que hace es enseñarle a tu sistema inmunológico los puntos débiles del enemigo microbiano, para que sepa defenderse mejor y tenga una ventaja táctica.

No: la vacuna no evita que te enfermes. Lo que hace es darte una armadura antes de mandarte a la batalla. Los golpes igual te van a llegar, pero serán mitigados por la vacuna. Si te vacunas, el COVID será derrotado por tu sistema inmunológico y los síntomas de su presencia en tu organismo serán más suaves.

No: que te hayan vacunado no implica que puedas dejar de usar barbijo o distanciarte de otros. Los virus pueden seguir en tu saliva y aunque a ti no te dañen (porque tienes la armadura) todavía pueden dañar a otro que no la tiene.

No: la vacuna no te modificará genéticamente. Solamente las vacunas de Pfizer y de Moderna (que en Bolivia se han usado muy poco) utilizan un código genético llamado ARN mensajero, que es una especie de “manual de instrucciones” que le indica a nuestro ADN cómo combatir el virus. El ARNm no entra al núcleo de nuestras células, que es donde está el ADN y por tanto no interactúa con él de ninguna manera.

No: la vacuna no ha sido desarrollada a la rápida y por tanto está hecha “como sea”. Cientos de institutos, laboratorios, universidades y empresas farmacéuticas han trabajado simultáneamente, con una muy importante inyección de recursos económicos y por primera vez compartiendo información técnica. Por eso se han podido desarrollar tan rápido sin tener que omitir ninguno de los pasos necesarios para que sean seguras.

Sí: hay un fin de lucro en la mayoría de esas entidades y hay quienes ganan cantidades obscenas de dinero gracias a las vacunas. Pero que haya quienes se benefician de este esfuerzo no significa que en sí mismo sea dudoso. Si así fuera, deberíamos dudar de todo lo que en el mundo se desarrolla con fines de lucro. O sea: todo.

Sí: existe la posibilidad de que estas vacunas generen efectos secundarios de algún tipo en el tiempo. Pero lo mismo pasa con el microondas, el plástico, los celulares, la margarina y casi todo lo nuevo. No ha pasado suficiente tiempo como para medir y descartar sus efectos a largo plazo. Es un riesgo que debemos sopesar: evito morir hoy, evito que mi familia sufra la desesperación y el costo de verme hospitalizado ahora o dejo de vacunarme por miedo a consecuencias que pueden —o no— venir dentro de quién sabe cuántos años.

El COVID-19, un bicho muy inteligente por lo que parece, claramente se vacunaría. Para preservar su vida, reproducirse y mantener su especie. ¿Seremos nosotros menos sensatos que nuestro enemigo invisible?

Verónica Córdova es cineasta.