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Los ‘malos’ ejemplos

Las descoloridas levitas de principios del siglo XIX, descoloridas y apolilladas, sucumben ante los nuevos vientos que azotan y abren sus ventanales señoriales herméticamente cerrados durante siglos.

Jeanne Kirkpatrick ya nos advirtió sobre esta posibilidad: “Cuando olvidamos u optamos deliberadamente por ignorar lo inextricable que es el comportamiento humano, la complejidad de las instituciones humanas y la probabilidad de que obtengamos consecuencias imprevistas, nos sometemos a un enorme riesgo y, en muchos casos, a un inmenso coste en vidas humanas”.

Lo últimos sucesos históricos en Colombia, Chile y lo que se puede venir en Perú, han removido las aguas estancadas de los viejos políticos que siempre vivieron de espaldas al movimiento indígena, a las minorías y a las fracturas tectónicas entre las clases sociales. Los grupos hegemónicos nunca fueron capaces de tender puentes de convivencia, porque se aferraron a su orden simbólico establecido desde la colonia.

Así, aunque parezca insólito, el papa Pío IX, en 1870, intentó canonizar a Cristóbal Colón en el Concilio Vaticano con un postulatum para su beatificación con muchas firmas de cardenales, obispos, prelados y religiosos de todos los países. Esta historia está relatada en un pequeño opúsculo publicado en Génova en 1880 por Giuseppe Baldi, según el exateo y luego monaguillo ilustrado Giovanni Papini. Esta beatificación no fue posible porque apareció un hijo natural del navegante que imposibilitó tal afrenta a los millones de seres humanos que fueron pasto de la codicia, a nombre de “la cristianización de los salvajes sin alma”.

Muchos religiosos todavía tienen simpatía por esta visión del “descubrimiento” como de una misión profética por el nombre de Cristóbal y consideran que su misión de llevar solo especias a Europa no tiene sustento histórico, sino más bien que su tarea principal era llevar a Cristo a otros hemisferios para otorgar nuevas almas a Dios y nuevos reinos a la Iglesia.

Esta visión del mundo conquistado estableció un orden que en cada crisis se rearticula a través de la sedimentación de un discurso logocéntrico que desconoció y excluyó otras visiones de proyectos de Estado, por eso que Estado e Iglesia, formalmente, nunca se separaron. Ante el inevitable torrente de las clases populares e indígenas, surgieron voces discordantes con la Teología de la Liberación (1968) duramente atacada por el papa Juan Pablo II (1985) para obligar a los disidentes volver al viejo camino iniciado por los conquistadores y, desde entonces, las iglesias de Sudamérica y África han vuelto a posiciones conservadoras coaligadas en torno a las clases hegemónicas y a sus aparatos represivos. Basados en el miedo y el dogma depositados durante cuatro siglos en estos territorios devastados por la injusticia, la pobreza y la exclusión, continúan gozando de espacios importantes de influencia en las decisiones políticas.

Su silencio cómplice por los sucesos en Colombia, Chile, Bolivia y Perú no sorprende, así la sociedad chilena, a costa de decenas de muertos y centenares de heridos, puso fin a la Constitución del dictador Pinochet (1980) que reguló la vida de sus habitantes generando abismales diferencias entre las clases sociales y con un nuevo componente humano antes excluido, los siete grupos indígenas sobrevivientes de la conquista: mapuches, aymaras, diaguitas, quechuas, atacameños, collas, yagánes, kawéscar changos y rapanui, y ellos consideran que su incorporación efectiva será a través de un Estado plurinacional.

En Cali, Colombia, un grupo indígena del Consejo Regional del Cauca fue agredido por un sector de las clases altas, con un saldo de 10 indígenas heridos, asimismo la Central Unitaria de Trabajadores de Colombia confirma que más de 500 municipios han mantenido marchas de protesta y el conflicto hasta ahora ha producido al menos 42 muertes, más de 1.700 heridos y miles de detenciones arbitrarias.

A estos estallidos sociales, los gobiernos conservadores los califican como desobediencia civil, sedición, terrorismo y no aceptan que son conflictos sociales producto de sus propias políticas que arrastran las viejas recetas neocoloniales inspiradas en la discriminación, la acumulación de capital en manos de pocas familias y por ignorar deliberadamente la caducidad de instituciones anquilosadas en el pasado. Escuché comentar a un político conservador su preocupación por lo que ocurre en Chile, Colombia y Perú y es, ¡cuándo no!, culpa de Evo Morales y el MAS, por el mal ejemplo.

Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.