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Nostalgias por una novela

Evoco una novela que hace 15 años me cautivó: Bolivia Construcciones. La compré en Buenos Aires en una de tantas visitas y la leí dos veces en pleno viaje seducido por el asombro. Sigo tentado en releerla pero ya no tengo ese libro en mis manos. Se perdió, y no era un unicornio azul —para citar una muletilla. Por cierto, se puede descargar la versión digital de la página web de una cooperativa de periodistas denominada lavaca pero no es igual; extraño mi ejemplar, doblado y rajado. Lo perdí, presté, regalé, quién sabe, a pocos días de mi regreso. Y nunca pude comprar uno nuevo debido a ciertas vicisitudes que cuento más adelante. En fin, como consuelo, en otro viaje a Buenos Aires, allá por 2010, encontré otra novela del mismo autor: Grandeza boliviana, que sigue contando similares historias con estilo único y talento especial.

Bolivia Construcciones es una novela escrita por Bruno Morales, seudónimo de Sergio Di Nucci, ganador del premio La Nación Sudamericana 2006 y que en cinco meses tuvo más de cuatro ediciones. Un éxito merecido, pero este libro vivió una curiosa historia porque el premio fue revocado por el jurado que advirtió —gracias a la “denuncia” de un lector de 19 años— una similitud entre un par de párrafos de la obra galardonada y Nada, una novela escrita por Carmen Laforet en 1944. “No es nada”, dijo Di Nucci, como si fuera Bruno Morales, pero el jurado revirtió su decisión y el autor se quedó con las ganas de donar su premio a la comunidad boliviana que inspiró sus relatos. El jurado estaba conformado por Carlos Fuentes y Tomás Eloy Martínez, nada menos, y habían aprobado por unanimidad la concesión del premio pero dieron vuelta atrás en medio de un intenso debate sobre la creación literaria: texto ajeno y propio, copia y originalidad, con Borges y Derrida de por medio.

Ese hecho no resta méritos a Bolivia Construcciones, es más, me importan un comino las vicisitudes del premio porque ese pedazo plagiado es mínimo y pasa desapercibido en la novela, un relato que seduce con una serie de fragmentos que provocan gozo y carcajadas al relatar las historias de unos migrantes bolivianos en Argentina y provoca una sonrisa cómplice con sus personajes. Lejos del acostumbrado “lamento boliviano” —apodo de una personaje, además— el sentido que emerge de las circunstancias en las que se ven envueltos y se desenvuelven los Quispe —un sabio aymara, y su sobrino, aprendiz de albañil y cada vez más débil frente a sus ganas de beber cerveza— es de un constante juego ante las circunstancias adversas que enfrentan sin mayor drama. Es más, con cierta ironía cuando se trata de retratar a argentinos, paraguayos, cochabambinos y, sobre todo, a peruanos y cruceños. Y en esas interacciones queda retratada una suerte de socio/psicología colla-chola que parece un espejito de nuestras manías.

No cometeré el error de contar su trama. Simplemente invito a recorrer las páginas de Bolivia Construcciones, y como anzuelo/consuelo copio un pedazo de Grandeza Boliviana, donde habla un personaje, Pacheco:

“Permítanme dirigirles la palabra… y Pedro Murillo, quien pasó a la historia con la célebre frase ‘La tea que dejo encendida, nadie podrá apagar, viva la libertad’. Muchas gracias. Hubo muchos aplausos, y se entonó el himno nacional, que acaba: ‘Morir antes que esclavos vivir’. René Torres, que es un socio histórico, pidió la palabra: ‘Sin verdad ni justicia, no hay autoridad, por lo tanto no hay autoridad’. La gente lo aplaudió.

Después comimos ají de fideo. Y toda la noche le anduvieron preguntando a Pacheco qué era una tea. ‘¡No dejes encendida la tea, Pacheco!’

Fernando Mayorga es sociólogo.