Icono del sitio La Razón

Gaza: martirio y resistencia

En la primavera de 1961, llegué — mochila al hombro— al kibbutz Givat Haim, la innovadora forma organizativa para aglutinar en comunidades agrícolas a los judíos de la diáspora que acudían entusiasmados a vivir y trabajar en el nuevo Estado de Israel, instaurado años antes, en 1948. Durante seis meses recorrí el primigenio territorio israelí que, en guerras sucesivas dobló su tamaño, a expensas de tierras palestinas usurpadas sin escrúpulo alguno, ocasionando miles de refugiados, causa básica de los actuales conflictos. En aquella época, recién construía esa sociedad, una generación que abominaba los horrores de la guerra, privilegiando la paz y la democracia, contraria a todo tipo de discriminación. Los nativos acogían a los inmigrantes con sincero candor y tanto en Jerusalén como en el resto del país cohabitaban en cautelosa armonía judíos, cristianos y musulmanes, todos ellos píos de la Tierra Santa. Lamentablemente estallaron las contiendas de los seis días (1967) y de Yom Kippur (1973) que envenenaron para siempre el ambiente. Los subsiguientes acuerdos de paz no fructificaron y los israelíes presas de nefaria paranoia defensiva fortalecieron progresivamente al Tsahal, un aparato militar omnipotente que condenó a la sumisión a la población palestina de Cisjordania y de la franja de Gaza, dirigida por la Autoridad Palestina desde Ramallah y por el Hamas, respectivamente. Gaza, en 365 km2, contiene hacinados a 2 millones de habitantes, entre ellos 750.000 refugiados, rebalse de una operación de limpieza étnica. Víctima de los repetidos bombardeos, esos pobladores al presente soportan agua contaminada, servicios de salud deplorables, cortes de electricidad repentinos, pobreza extrema y desempleo abismal.

Como precedente importante del actual conflicto, recordemos que el anterior pleito se remonta a 2014, cuando el ataque israelí a Gaza duró 51 días, dejando 2.200 palestinos muertos, de los cuales 551 fueron niños. Es, pues, una pugna asimétrica, en la que Israel goza de la ayuda anual americana en material militar ultramoderno avaluado en más de $us 3.000 millones, aparte del apoyo logístico y diplomático en el Consejo de Seguridad, donde el veto de los Estados Unidos impide la aprobación de cualquier decisión contraria a los intereses sionistas.

Ante un enemigo tan poderoso, Gaza solamente recibe el auxilio de Irán en transferencia tecnológica militar centrada en la capacitación de ingenieros habilitados para la fabricación de misiles caseros, los mismos que en el enfrentamiento de mayo, posibilitaron el lanzamiento de más de 3.000 cohetes contra objetivos israelíes. Fue obra de las brigadas Ezzedine al Qassam, el ala militar de Hamas que se desplaza a través de una red de túneles apodada el “metro”.

Al alto el fuego fue acordado el 21 de mayo bajo presión del presidente Biden sobre el intransigente primer ministro Bibi Netanyahu, el balance de 11 días de bombardeos en Gaza fue de 248 civiles muertos, de los cuales 66 eran niños y 38 mujeres, además de 1.300 heridos. Israel sufrió 12 víctimas fatales, entre ellas un niño.

Entre los efectos colaterales, este último choque en el Medio Oriente ha roto el tradicional apoyo bipartidista en el Congreso americano a la causa de Israel. También la pax americana laboriosamente lograda por Trump, al estimular las alianzas pactadas entre Tel Aviv y Arabia Saudita, pasando por los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán, quedarán resquebrajadas. También, a la luz de una opinión pública mundial mayoritariamente adversa a la incursión israelí, Egipto, que bloquea a Gaza, en tándem con Israel, podría revisar su posición.

Al interior de Israel, Benjamín Netanyahu que, con la lluvia de bombas sobre Gaza creía salir triunfante para asegurar la formación de un gobierno de coalición, resultó estropeado por la tenaz resistencia de Hamas que, pese a las bajas sufridas, aumentó su popularidad tanto en Gaza como entre los palestinos de la Cisjordania y al interior de Israel.

Finalmente, Estados Unidos revertirá posiblemente su tolerancia hacia Israel, para insistir en la única solución factible al sempiterno problema: volver a la tesis de dos Estados vecinos dentro del territorio en disputa con Jerusalén como capital judía y el este de la ciudad como capital de una nueva Palestina, negociando la unidad territorial de la Cisjordania con Gaza.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.