En el siglo XIX, la Reforma, segunda transformación de la vida pública de México, se vio interrumpida por la traición interna y la invasión externa. La generación encabezada por el presidente Benito Juárez logró resistir la embestida imperialista y restaurar la República. De esa resistencia da cuenta la heroica batalla del 5 de mayo de 1862 en la ciudad de Puebla, momento icónico de la construcción de nuestra patria y el lugar de México en el mundo. Aprovecho esta emblemática fecha para reflexionar sobre nuestra transformación actual, los intentos para interrumpirla y los asideros históricos que nos permitirán consolidarla.
México es su historia, sin adjetivos ni
eufemismos. Hoy nos encontramos al timón de un proceso que trabaja por
concretar un presente digno y sostenible para futuras generaciones. Cuando las
naciones llegan a encrucijadas de esta magnitud, tienen el enorme deber de
cobrar consciencia plena de su responsabilidad. Al hacerlo, se enfrentan a la
disyuntiva de cambiar o claudicar. México ha asumido con responsabilidad su
quiebre con la continuidad.
Cada transformación o cambio de era se ubica
dentro de un contexto internacional preciso, donde interactúan factores
internos y externos. Las transformaciones se nutren del acontecer mundial y, a
la vez, son parte de los cambios que suceden al interior de las naciones. El
hilo conductor es siempre la necesidad ingente de cambio, en todas sus
vertientes: social, política, económica y cultural. El cambio implica un
rompimiento con la arquitectura de símbolos que formaron nuestra visión
nacionalista en algún momento de la historia.
La primera transformación (guerra de
independencia, 1810-1821) estuvo marcada por las ideas liberales y la filosofía
de la Ilustración, pero también favorecida por las guerras napoleónicas que
rompieron el vínculo legal e ideológico que unía a los virreinatos con la
metrópoli, germinando la semilla del México independiente. La independencia fue
la lucha para asumir nuestra propia identidad y lograr nuestro propio lugar en
el orden mundial.
La segunda transformación (las leyes liberales
y la guerra de Reforma, 1857-1861) no puede comprenderse al margen del
resurgimiento de las pretensiones imperialistas europeas. La revolución
industrial, la guerra civil en Estados Unidos y la situación en Europa
influyeron en el debate entre ideas conservadoras y liberales en México. Ante
todo se buscaba romper con la herencia colonial que aún fragmentaba a una
sociedad profundamente desigual en estratos y castas, y mantenía a la Iglesia
católica prácticamente como un Estado dentro del Estado, con grandes posesiones
de tierras y un virtual monopolio de la educación. Se trataba, pues, de generar
una sociedad más igualitaria con un Estado soberano, separado de la Iglesia y
una sociedad laica y abierta a las filosofías del positivismo.
La tercera transformación (Revolución
mexicana, 1910-1917) fue uno de los grandes hitos de la historia mundial, como
el primer movimiento social de gran envergadura del siglo XX. Culminó
reafirmando el laicismo del Estado (sobre todo en la educación), la igualdad de
los ciudadanos y la garantía de sus derechos, el principio democrático de
sufragio efectivo y no reelección, el dominio nacionalista del Estado sobre los
recursos naturales y una justa repartición de las tierras y la propiedad.
Frente al exterior se consagraron los principios de solución pacífica de
controversias, no intervención y la doctrina Estrada.
En los años recientes se ha comenzado a
reconocer no solo el fin del esquema bipolar hegemónico en el mundo, sino
también el surgimiento de un mundo multipolar en todos los aspectos: económico,
militar, geopolítico y cultural. La crisis del multilateralismo, el resurgimiento
del chauvinismo, y la búsqueda de soluciones unilaterales y aisladas frente a
fenómenos globales dibujan un escenario complejo. La cuarta transformación en
México no se puede comprender desarticulada de estos grandes cambios
internacionales. En el contexto latinoamericano no se puede obviar la
polarización ideológica; reflejo de esas turbulencias mundiales de un orden
pasado que trata de aferrarse y de otro nuevo orden que pugna por abrirse paso.
En julio de 2018, México se adelantó al resto
de la región y de muchos otros países al sentar las bases para una transición
pacífica que respondiera a los nuevos tiempos y, sobre todo, a las demandas de
cambio y regeneración de su propia población. El liderazgo y visión del Movimiento
Regeneración Nacional (Morena) surge justamente como respuesta a estas demandas
y presiones internas y a las realidades externas.
Una transformación de gran calado como la que
sucede en México es, la más de las veces, un síntoma de lo que acontece a
escala mundial. Pues la necesidad de cambio y de regeneración se siente en
otras partes del mundo, en donde las poblaciones también exigen respuestas
contundentes a sus legítimas demandas. La cuarta transformación encuentra un
panorama internacional complejo, pero es posible encontrar su lugar en el mundo
para lograr que la cooperación internacional y la diplomacia sean unas
herramientas para lograr la transformación que se quiere para México.
México hace bien en posicionar en la agenda
nacional e internacional la erradicación de la corrupción, el combate a la
pobreza y la desigualdad, y la promoción del desarrollo socioeconómico. Y,
principalmente, la fundamentación en principios éticos del quehacer político.
Este empate de prioridades nacionales e internacionales no puede más que generar
beneficios y ayudar en la consecución de dichos objetivos.
Es difícil encontrar en la historia un
filósofo que no haya establecido el vínculo ineludible entre ética y política,
entre el poder y el valor, preocupación fundamental de Luis Villoro, y título
de una de sus obras. Como nos recuerda atinadamente el filósofo e investigador
mexicano Alberto Saladino: “El quehacer filosófico mexicano está posicionado
históricamente como instrumento teórico (óptimo) para atender los retos que
impone la cuarta transformación”. El término mismo de cuarta transformación ha
cautivado el imaginario colectivo de México y del mundo, lo que Alfred Fouillée
denomina una idée-force (idea de
fuerza o idea social) que se hace realidad por la acción colectiva.
Desde los planteamientos de su campaña, el
presidente Andrés Manuel López Obrador prometió una transformación equiparable
en su impacto histórico, social, ético, político y económico a esos ya
referidos tres grandes momentos de nuestra historia (Independencia, Reforma y
Revolución). Pero como recuerda el investigador y filósofo Guillermo Hurtado,
esos movimientos fueron también revoluciones sangrientas y costosas, y por ello
“López Obrador fue cuidadoso en la elección de su vocabulario (…) cuando
anunció una transformación en vez de una revolución (…) prometió un cambio que
fuera tan hondo (…) pero que no se hiciera con violencia”.
Luis Cabrera advirtió efectivamente que toda
revolución tiene dos momentos: uno destructivo (violento) y otro constructivo.
Sin embargo, una trasformación, nos aclara Hurtado, tiene que ser tan profunda
como una revolución, pero evitando la violencia sin quedarse en la forma
superficial y que llegue a toda la sociedad.
El historiador Lorenzo Meyer también resalta
la distinción con una revolución, ya que la llegada de la cuarta transformación
debía entenderse como “un gozne histórico” que permitió el arribo al poder de
“una oposición real, sin violencia, a través de las instituciones”. El
politólogo José Antonio Crespo la definió como “la primera alternancia pacífica
hacia la izquierda” (en México) que permitió “abrir una válvula de escape
(política e institucional) al descontento acumulado por la corrupción (…)”.
En los últimos 40 años México enfrentó dos
procesos de reformas: uno político, que sentó las bases de la alternancia
pacífica, por la vía democrática; y otro económico, que nos llevó de una
economía mixta proteccionista a otra neoliberal y globalizada. Ninguno de los
dos fue concluyente. El primero terminó con cuestionamientos de fraude
electoral en todos los niveles, y el segundo, con una corrupción tan extendida
que prácticamente acabó contaminando todos los segmentos del Gobierno y de la
sociedad.
De ahí la noción de una “transformación
social” profunda, definida como “regeneración nacional” en todos los ámbitos de
la vida del país, la base misma de la filosofía del movimiento que encabezó López
Obrador. A esto se refiere el Presidente al hablar de una “revolución de las
conciencias” que va más allá del cambio ideológico, y toca la ética y la moral
en el ejercicio del poder y de la administración.
Nuevamente, Guillermo Hurtado define la
regeneración como “un proceso por medio del cual se restablece algo dañado” que
se aplica desde un tejido orgánico hasta el plano moral de la persona, cuando
deja “las malas prácticas, recuperando salud, libertad e integridad (…)”.
Cuando se habla de la necesidad de una regeneración social, se asume que el
colectivo se encuentra en un estado de decadencia, corrupción, abatimiento.
Regenerar significa permitir que las fuerzas positivas de una sociedad puedan
resurgir. En cambio, cuando se habla de “transformación social” se implica
dejar la situación anterior para construir algo totalmente nuevo.
La pregunta del filósofo es legítima, y al
igual que él muchos se preguntan: “¿qué requiere México hoy?”. La respuesta
parece secuencial y sus pasos fundamentales están delineados en el Plan
Nacional de Desarrollo y esbozados en la Cartilla Moral de Alfonso Reyes. Se
requiere primero reconstruir el tejido moral y social, regenerar y aprovechar
las raíces de lo que el país ha construido a lo largo de dos siglos. Y sobre
esas nuevas bases lograr una verdadera transformación que ha sido interrumpida
o truncada en esos tres momentos claves de nuestra historia: en 1821,
comprometido por las intervenciones e invasiones extranjeras que le siguieron; en
1861, interrumpido por la dictadura; y en 1917, desnaturalizado y corrompido
por una revolución que pretendió hacerse “institucional” y que fue devorada por
la corrupción y por un sistema económico rapaz, deshumanizado que ha rasgado
profundamente nuestro tejido social.
La Real Academia Española define la
“regeneración” como “la reconstrucción que hace un organismo vivo por sí mismo
de sus partes perdidas o dañadas”. Regenerar supone entonces un complejo
tránsito, y no solo romper con prácticas del pasado. Significa recuperar el
rumbo perdido y las oportunidades truncadas; restaurar el tejido social a
través de los valores humanos y culturales que nos definen, y el equilibrio
entre política y ética, entre poder y valor como diría Luis Villoro.
Reconstruir sobre nuevas bases para eliminar los cánceres que carcomen a la
sociedad mexicana: corrupción, crimen organizado, impunidad y disfuncionalidad
de las leyes y de la aplicación de la Justicia.
Nuestro imperativo histórico es recuperar también las instituciones democráticas del Estado y reformar nuestra economía con una visión inclusiva y equilibrada, que permita la mejor distribución de la riqueza. El país requiere restablecer los equilibrios entre los grandes retos de regeneración nacional y las amenazas y oportunidades del ámbito externo. El proteccionismo comercial y la autarquía no son opciones, y pretender aislarnos de las grandes problemáticas mundiales tampoco es viable ni realista. Por todo ello, si la primera transformación del país fue la Independencia; la segunda, la Reforma; la tercera, la Revolución, la cuarta transformación de México es y debe entenderse como la Regeneración.
Maximiliano Reyes Zuñiga, vicecanciller de México para América Latina.