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COVID-19: seis noticias y una batalla

Uno. Luego de varias semanas de incertidumbre, la vacunación masiva comenzó, aunque con muy poca afluencia de los llamados Gen-X. Soy suficientemente mayor como para ser fan de Iron Maiden y, por lo tanto, fui rápidamente a Cota Cota al punto de vacunación. No puedo expresar la emoción que sentí al ingresar al campus y detallar la enorme calidad profesional y humana del equipo a cargo de todo el proceso; la fila fue corta, la atención impecable y todo el tiempo que pasé ahí tuve la sensación de la acción de una política de salud que funciona.

Lamentablemente, una serie de prejuicios — religiosos y de otra índole— hacen que mis contemporáneos y contemporáneas presten demasiada atención a teorías conspiranoicas de You- Tube y de WhatsApp. La esperanza —me dije— está en las generaciones más jóvenes. De hecho, debido a la escasa afluencia de gente, uno de los puntos de vacunación habilitó a menores de 50 años y fue una bomba… que duró un par de horas, porque los guardianes de las normas fueron más celosos con los horarios y los cronogramas, que con las dosis que caducan en cuestión de horas. Felizmente, hace unos días las autoridades decidieron habilitar a la Sub-50 para la vacunación masiva y la buena noticia es que ya tenemos más de un millón de primeras dosis y más de 300.000 segundas dosis ya aplicadas.

Dos. Pero la realidad no da respiro, y por cada buena noticia, tenemos al menos dos malas. Además de las ya temibles variantes sudafricana, india y brasileña, tenemos la amenaza del misterioso hongo negro, detectado inicialmente en la India, que está afectando y poniendo en riesgo la vida de los sobrevivientes del COVID- 19. Lamentablemente parece que el hongo llegó a Sudamérica. Solo queda confiar en que tengamos criterio suficiente como para contener este problema más.

Tres. Ya vamos en la tercera ola de la pandemia en nuestro país. Evidentemente, los esfuerzos de vacunación están ahí, pero la velocidad de contagio en las últimas semanas ha escalado exponencialmente, los últimos datos al momento de escribir esta columna nos situaban en más de 3.000 contagios diarios. Lamentablemente los datos de ocupación de UTI y de disponibilidad de camas no están disponibles, pues nos darían una panorámica más completa de la situación real y obligarían a las autoridades sectoriales a dar respuestas más completas en términos de comunicación pública.

Cuatro. La respuesta de algunas autoridades subnacionales no se dejó esperar y en estos momentos tenemos al menos cinco regiones que están imponiendo nuevamente restricciones a la circulación, incluyendo encapsulamientos los fines de semana. A pesar del desorden al que estamos habituados, como por ejemplo, las aglomeraciones de población en el transporte público al filo de la hora de la restricción, la imposición de horarios puede ser eficaz no tanto porque el virus tenga horarios, sino porque la gente sí.

Cinco. De manera que los bien comportados ciudadanos que de día usan barbijo, se lavan las manos y toman distancia social, en la noche se convierten en felices parroquianos de bares y alegres convidados de reuniones y ágapes privados. Luego del tercer trago (y para algunos, ya en el segundo) el alcohol ya hace su efecto y se desinhiben las convenciones sociales, la distancia y el contacto personal tiene rienda suelta. Personalmente, yo atribuyo a esta causa el motivo por el cual en esta tercera ola la mayor parte de la gente que se interna es joven.

Seis. Entonces vienen las restricciones que, por su propia naturaleza, interrumpen el circuito económico (no solo el del trago) y además, son impopulares. No hay forma de competir con la diversión de los tragos. No en Bolivia. Pero lamentablemente, parte del problema está en manos de la población.

La batalla inmediata… es la batalla de los medicamentos esenciales. Sabemos que la cadena de abastecimiento es compleja y que en nuestro país —cual debe ser— los actores de cada eslabón están obligados a cumplir regulaciones. El problema del desabastecimiento y la especulación de precios con los medicamentos esenciales contra el COVID-19 son un problema social ahora y se pueden convertir en un problema político. Todo está en los tiempos de reacción.

Pablo Rossell Arce es economista.