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El fútbol no es la vida

El fútbol/negocio de hoy en día ha sido secuestrado/prostituido por el gran capital. Y solo los hinchas resisten, como Astérix y Obélix, contra los “romanos” del siglo XXI, contra esta deriva imparable. La Copa América, más conocida como “Cepa América”, tiene que jugarse sí o sí, según la patética Conmebol. No importa que ningún país sudamericano esté en condiciones de organizar el torneo, no importa que los contagios y las variantes del virus se extiendan, junto a las muertes, como reguero de pólvora por toda la patria grande. El fútbol moderno ha sido cooptado por bastardos intereses, por personajes ajenos, por países antidemocráticos como las monarquías absolutistas del Golfo Pérsico que usan la pelota para lavar su sucia imagen de vulneración de derechos humanos. Me puedes decir nostálgico, radical y cosas peores pero es necesario recuperar la esencia del deporte más hermoso del mundo, sepultada ahora bajo una montaña gigantesca de petro-dólares/euros. Estas son cinco razones (o más) para aborrecer el fútbol de hoy en día:

Uno: el “show” debe continuar siempre. Se han jugado en las últimas semanas partidos con gases lacrimógenos en la cancha. La represión salvaje del uribista presidente de Colombia, mister Duque, ha provocado decenas de asesinados. Mientras eso acontecía, el fútbol seguía a contracorriente del sentido común. Se han jugado partidos con más de 20 contagiados en un mismo equipo y con un futbolista de campo haciendo de arquero. El presidente de Brasil, acorralado por el enojo popular en las calles, quiere albergar una Copa América con el único fin de levantar en las encuestas. Si hoy se votara en el gigante brasileño, el nuevo mandatario sería Lula da Silva. A falta de dos semanas para el inicio del torneo de selecciones más antiguo del planeta, no sabemos si la Copa se va a celebrar (hay más de 300 millones de dólares en juego) y si arranca, no sabemos si va a poder finalizar.

Dos: el “show” debe dar más plata para los mismos; el proceso de concentración y especulación capitalista no tiene fin. El intento de organizar una Súper Liga cerrada en Europa únicamente con los equipos más adinerados (eliminando la meritocracia) ha sido de momento aparcado. Las marchas, especialmente de las hinchadas inglesas “custodias” de la idiosincrasia popular del fútbol, han detenido esta última idea clasista/demencial. La avaricia de los grandes clubes —en manos de gobiernos/dictaduras (como Qatar, próximo organizador del Mundial gracias a las coimas) o personajes millonarios producto de corrupciones y privatizaciones— está matando el fútbol.

Tres: nos hemos acostumbrado —sin casi protestar— a situaciones surrealistas. No sabemos qué día/hora juegan nuestros equipos. ¿Importamos los y las hinchas? No. La pandemia ha llegado para demostrar que se puede jugar sin público. Si la mafia/rosca pudiese prescindir de los mismísimos futbolistas (trabajadores privilegiados pero trabajadores al fin y al cabo), lo haría sin dudar. Nos hemos habituado a camisetas ensuciadas con docena de publicidades, a camisetas originales que se venden en Europa por 100 euros cada una, a dorsales exóticos con el 99 en la espalda, a botines/peinados/tatuajes estrafalarios, a segundas equipaciones insultantes.

Vemos hinchas apasionados por jugadores (y no equipos), vemos programas deportivos/ televisivos donde casi nunca se habla de fútbol, donde tener al abogado más pendejo es más importante que fichar a un futbolista/técnico diferente que eleve el nivel.

Cuatro: nos hemos olvidado de la pelota. Y nos quieren largar perversamente de las canchas donde estábamos juntos para sentarnos a todos en el sofá, solitos. Ni siquiera nos hace ruido cuando el último fichaje sin sentido besa el escudo de tu club, después de haber pasado por 12 equipos diferentes. En este camino al precipicio, también hemos enterrado el sentido de pertenencia/fidelidad.

Cinco: el fútbol que amamos, que nos enamoró, murió en los años 90 con la llegada de la televisión y la publicidad. Hemos llegado a tolerar que se hable de una final de Copa del Mundo entre Nike y Adidas; hemos aguantado que se mate la identidad, la secreta pócima que nos vuelve locos y locas por nuestros colores porque creemos que los jugadores son uno más de los nuestros. Hemos permitido que al deporte del pueblo lleguen paracaidistas que buscan/ olfatean la plata fácil/rápida. Sabemos que nunca les gustó la pelota. El fútbol no es la vida pero los hinchas la daríamos por recuperar aquella autenticidad/paraíso perdido.

Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.