Cuando llora mi guitarra
Una excedida comparación me permite recordar los cambios en los paradigmas artísticos que, hace décadas, perturban la historiografía occidental del arte y la historia de la cultura en general. Como es un tema de múltiples aristas, trataré de no hundirme en un fango epistémico.
En los años 60 del siglo pasado dos genios de la música compusieron unas canciones, como joyas universales, que llevan por título Cuando llora mi guitarra. Un autor vivía en las islas británicas, Georges Harrison, y el otro aquí cerca, el peruano Augusto Polo Campos. Ambos con su genio y desde sus raíces cantaron a ese instrumento que les dio fama eterna. Pero, entre ellos existen diferencias. Harrison se acopló a la vigencia universal (muy colonial por cierto) del rock, y Polo Campos, en el encapsulado género del vals peruano. Los rockeros de todo el mundo estamos de acuerdo, por nuestra aculturación, que lo de Harrison es una obra del arte universal. Un acuerdo que los innumerables fanáticos de Polo Campos, que pululan en las fiestas populares de la América morena, no lo pueden manifestar siendo también otra obra maestra.
Por razones atribuibles al orden mundial, una canción es de la alta cultura y la otra de la baja. Y así, por la historia del arte occidental, “sabemos” que hay lágrimas de primera y de segunda. Una catalogación descalificadora que todavía se sigue enseñando. Pero, a mediados del siglo XX, en la academia del norte comenzaron a desarrollarse líneas transgresoras a ese pensamiento, los llamados “estudios culturales” o “estudios poscoloniales”, que ensancharon la base de aceptación y ampliaron la óptica de los registros de las producciones artísticas y culturales recuperando las experiencias creativas del mundo olvidado del sur. Son estudios que alimentan el acervo e interpelan la discriminación artística establecida por una visión clasista de la historia. Desde entonces, se construyen nuevos paradigmas del arte y la cultura universales donde no caben las visiones binarias de esto sobre aquello, o si esto es arte y aquello es artesanía.
Mi excedida comparación no es un tema menor. Permite recordar que, en este nuevo milenio, la democratización y la aceptación de todas las expresiones del planeta se están consolidando. Y, lo siento por los seres binarios de la rancia cultura: esta apertura es irreversible; solo falta alterar las leyes del mercado que por el momento dictan la cotización y la diferencia. Algo difícil de entender por qué experimentamos momentos de intenso goce estético tanto con Harrison o con Polo Campos, pues todo depende del momento y de la respuesta pasional ante los desengaños.
Carlos Villagómez es arquitecto.