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Keiko, la combinación entre Áñez y Mesa

Se ha dicho reiteradas veces que el feminismo no es una guarida de proyectos conservadores, racistas o de derecha así éstos vengan de mujeres. Ciertamente, algunos malos intérpretes de la posmodernidad han intentado consolidar el feminismo como un sinónimo de la condición biológica “femenina”. Las comillas refieren a la variabilidad y relatividad de lo femenino, mismo concepto que varía entre épocas, lugares y relaciones de poder. El mantra feminista es, pues, una verdad: el género es una construcción social. Keiko Fujimori, la perdedora en la reciente segunda vuelta electoral en Perú, es la representación perfecta de cómo una mujer persigue un proyecto nacional en defensa del statu quo y, por tanto, del patriarcado.

Hay quienes sostienen que lo políticamente correcto para el siglo XXI es apostar por los liderazgos femeninos, lo cual es correcto en tanto ese liderazgo represente la instalación de un paradigma revolucionario para las sociedades. Es incorrecto, en cambio, si la apuesta no incluye una propuesta de desmoronamiento del sistema imperante, sistema explotador, injusto y en contra de la vida. La sola posibilidad de que Keiko Fujimori, heredera del fujimorato —que es la forma de política más sangrienta de la historia republicana peruana— acceda a la silla presidencial del vecino país era una amenaza para cualquier propuesta revolucionaria y feminista.

Lo anterior, como planteamiento teórico, se comprobó hace poco en Bolivia, durante el gobierno de facto de Jeanine Áñez, una mujer con más de 10 años en la vereda conservadora de la política, exactamente igual que Keiko Fujimori. La segunda mujer en ejercer la presidencia en la historia del país —llegada tras un golpe de Estado— representó un pleno retroceso para los avances cualitativos que habían alcanzado las mujeres políticas en el territorio nacional. Pero, dejando de lado esto que no es poca cosa, no puede dejar de mencionarse que el gobierno de Áñez dejó en su haber decenas de muertes, de heridos, perseguidos y procesados injustamente. Basta mencionar aquello para anular cualquier reclamo de quienes a nombre de feminismo pretendan defender esa gestión de gobierno, solo porque los decretos los firmaba una mujer.

Los proyectos políticos no están determinados por el sexo biológico de las o los líderes. Que valga la redundancia. De hecho, es por demás interesante ver la similitud de la reacción de Keiko Fujimori y la de Carlos Mesa ante una elección perdida. Se vio arguyendo una un “sistemático” y otro un “monumental” fraude electoral, ambos persiguiendo el mismo objetivo: patear el tablero democrático y hacerse del poder a toda costa. Un hombre y una mujer contemporáneos, con tradiciones políticas similares, aunque no idénticas, demuestran de esta forma que comparten patrones de operación política y que ella, aún siendo mujer, está exactamente alineada con la política conservadora, misma que es en esencia patriarcal y, bajo la teoría feminista, machista.

Por otro lado, es importante mencionar que la opción partidaria feminista peruana ha militado la campaña del hoy presidente electo del Perú, Pedro Castillo. En efecto, Juntos por el Perú, liderado por la sureña Verónica Mendoza —reconocida política progresista y feminista— puso a disposición de Castillo a su bancada electa, a sus bases y a su estructura en general. De igual manera, plurales colectivos y organizaciones feministas decidieron enfrentar la campaña de Fujimori, aunque no compartieran con Castillo ciertos debates, por quien terminaron votando en busca de un futuro mejor para su país. La avanzada y la claridad feministas fueron autoras de la campaña “de Warmi a Warmi”, justamente en respuesta al “mujer a mujer” que el fujimorismo lanzó para sumar mujeres a su electorado.

“Te conocemos Keiko. Tu ‘mujer a mujer’ es otra artimaña para engañarnos a elegirte presidenta. Pero nosotras sabemos qué hicieron, como fujimoristas, tu padre, tu bancada y tú contra las mujeres: Sabemos de las esterilizaciones forzadas a miles de mujeres campesinas quechua-hablantes, que llamas ahora ‘planificación familiar’”.

El balotaje peruano significa hoy un importante avance progresista para la región. Asimismo, la derrota de Fujimori significa una bocanada de oxígeno para la irradiación feminista en la política partidaria. Queda claro que cada vez que una mujer declarada y deliberadamente machista se hace del poder, los derechos conquistados entran en amenaza, tal y como sucedería en el caso de un hombre. Pero queda también claro que cada vez que una o un político conservador adquiere fuerza electoral, la unidad del campo popular mejora significativamente sus condiciones.

Valeria Silva Guzmán es analista política feminista. Twitter: @ValeQinaya