Una Asamblea de la vergüenza
Los bolivianos y bolivianas elegimos una Asamblea Legislativa como el espacio donde, salvando diferencias, se construye el bien común. Aspiramos a un órgano donde, a través de la exposición y debate de ideas, se deliberen las distintas visiones de país y se procesen los disensos de la que somos portadores todos y todas las bolivianas.
Actualmente ese espacio no existe. El bochornoso incidente que protagonizaron los honorables asambleístas la semana pasada demuestra que hoy prima una cultura política del irrespeto, la intolerancia y el uso de la violencia para imponer las ideas. ¿Les suena familiar esta descripción? Pues sí, son las características que las feministas utilizamos para describir una cultura patriarcal donde es legítimo el uso de la fuerza para “disciplinar” al otro e imponerle nuestra visión del mundo. Esa forma de hacer política es a quien debemos el mal nombre de nuestro sistema de representación.
Voy a ser más radical en mi afirmación. La Asamblea pasada (2015-2020) era liderada por mujeres que imprimieron a la cultura política una forma distinta de procesar las diferencias. Michelle Bachelet dijo: “Si una mujer entra a la política, cambia la mujer; si muchas mujeres entran a la política, cambia la política”. Hoy extrañamos el liderazgo de esa Asamblea donde el poder lo gestionaban Gabriela Montaño, Adriana Salvatierra, Susana Rivero y Sonia Brito; pero también extrañamos la oposición que ejercían Lourdes Millares, Jimena Costa, Norma Piérola y Fernanda San Martín. Y no es que estas contrincantes políticas fueran menos duras y radicales en su polarización (todavía recordamos las fuertes interpelaciones que han protagonizado), pero claramente se gestionaban las diferencias de manera distinta.
Por supuesto no se trata de que estas mujeres sean portadoras de virtudes biológicamente determinadas, pero entendemos que como ellas no necesitaban ejercer el despliegue viril de los caballeros, preferían prácticas políticas distintas.
Hoy tenemos una Asamblea que carece de liderazgos que generen respeto. Parece que nuestros asambleístas, del oficialismo y la oposición, no han comprendido dónde están y qué espera la población de su mandato. Hoy solo vemos el despliegue de una “moral viril” imperante, base del machismo, que perpetúa el poder vinculado al hombre dominador y violento. Quien es irrespetuoso no puede exigir ser respetado, pues el respeto debe ser recíproco y construido día a día, como también se construye la legitimidad política de un órgano de representación.
Solo hace unos meses, en el mismo hemiciclo, aplaudíamos emocionados el discurso del presidente de la Asamblea Legislativa cuando sostenía “Es obligación comunicarnos, obligación dialogar”, “los bolivianos nos miramos a todos iguales y sabemos que unidos valemos más” o “el cóndor levanta vuelo solo cuando su ala derecha está en perfecto equilibrio con su ala izquierda”. Es momento de llevar esas hermosas palabras a la práctica concreta, solo así la Asamblea Legislativa puede recuperar el respeto de sus votantes. Y para ello, se requiere de un liderazgo claro que desde todos los bandos transmita un estilo de hacer política distinta al que hoy observamos.
Los bolivianos y bolivianas que acudimos a las urnas para elegirlos no merecemos ser representados por esos pugilatos primitivos. En medio de una pandemia, con una crisis en la educación y en la economía, esperamos líderes de mayor talla. Tal vez vale la pena recordarles a nuestros asambleístas que no han sido elegidos de una vez para siempre y que deben construir su legitimidad en cada una de sus acciones.
Lourdes Montero es cientista social.