Icono del sitio La Razón

Futbolistas de izquierda, una rareza

“Si la gente no tiene el poder de decir las cosas, entonces yo las digo por ellos” (Sócrates de Souza, el Doctor)

Uno: los dictadores no se meten en política y les va bien. Solo mandan a matar y regalan impunidad a las bestias pardas. ¿Por qué los futbolistas deberían hacer política? ¿Por qué (casi) no hay jugadores que levanten el puño? ¿Por qué los players no dicen lo que piensan? Sostiene El Gran Woming en el prólogo del libro de Quique Peinado, Futbolistas de izquierdas que “la mayoría silenciosa de jugadores siempre recurre al resorte de supervivencia que los lleva a camuflarse con el entorno para aprovechar el privilegio de esa opción llamada apolítica. Si uno es apolítico, es de derechas. Si se define de derechas, es de derechas. Si cree que todos los políticos son iguales, es de derechas. Si reniega de la política, es de derechas. Si no es de nada, es de derechas. Como verán ustedes, ser de derechas es fácil, solo hay que dejarse llevar”.

Dos: media docena de jugadores de la selección peruana pidieron el voto para Keiko Fujimori, que hizo toda la campaña —fallida— con la camiseta de la “franja roja” puesta. Los millonarios futbolistas del hermano país “querían un Perú sin comunismo, libre”. Por eso votaron por “la democracia” y perdieron, como lo hacen casi siempre en la cancha. Ellos fueron: Pedro Gallese, Carlos Zambrano, Jeferson Farfán, André Carrillo, Paolo Hurtado, Raúl Ruidíaz, Wilmer Cartagena, Manuel Trauco, Aldo Corzo, Sergio Peña y Luis Advíncula (del Rayo Vallecano). Solo tres de sus cracks: Paolo Guerrero, Yoshimar Yotún y Renato Tapia se callaron en mil idiomas. El presidente electo, Pedro Castillo, de profesión maestro, respondió a lo Maradona: “Por respeto a este país, y por honor a esta patria, quisiera decirles que la blanquirroja no se mancha”.

Los que nos dicen que no hay que mezclar fútbol y política, también callan cuando los jugadores adinerados se alejan/olvidan sus pueblos/orígenes humildes y piden el voto con la camiseta puesta en favor de políticos corruptos y asesinos. Su entrenador, el argentino Ricardo Tigre Gareca, se hizo al loco: “Los jugadores se pueden expresar libremente”. ¡Qué lejos quedó mi tocayo del gran Marcelo Bielsa cuando se negó a saludar a Piñera tras lograr la Copa América para Chile! Cuando la “china” vaya presa, nadie se acordará de ella. Será una Jeanine más. Es más fácil dejarse llevar.

Tres: hace un año el delantero del Real Betis Balompié de Sevilla, Borja Iglesias, se pintó la uñas de negro para solidarizarse con la lucha antirracista en Estados Unidos y el movimiento “Black Lives Matter”. La cascada de insultos homófobos que recibió provocaron una respuesta filosófica de parte del jugador gallego: “Te das cuenta con esto que no estamos bien”. Cuando hace dos semanas, le preguntaron en televisión si había más futbolistas de izquierdas que de derechas, dijo: “El jugador medio tiende a ir hacia una derecha no muy extrema porque valoran mucho el tema económico”. Los jugadores no entienden que se juega, no para ganar sino para que no te olviden. Tienen miedo a la crítica y al paredón de las redes sociales. Es difícil salir del armario, por eso no tenemos jugadores ni rojos, ni maricones. Hay pavor a la estigmatización, a exponerse, a que no te perdonen por tu rebeldía. Los players son vendidos como cromos, como esclavos modernos. Y muchos no se dan cuenta, como decía Sócrates, que “los futbolistas son artistas y por tanto son los únicos trabajadores que tienen más poder que los jefes”.

Cuatro: varios jugadores de equipos de primera en Bolivia —cuyos nombres prefiero olvidar— participaron activamente de la “(contra)revolución de los pititas”. Postearon fotos sonrientes en los bloqueos y por primera vez manifestaron sus simpatías políticas, saliendo de su zona de confort. Otros, sin embargo, sufrieron represalias, agresiones callejeras y amenazas por internet por haber expresado sintonía con el expresidente Evo Morales. Así le pasó a Luis Héctor Cristaldo, argentino naturalizado boliviano e integrante de la selección que clasificó al Mundial Estados Unidos 1994, cuando fue a comprar gaseosa a la caserita de la esquina de su barrio en Santa Cruz. Hace miles de años, los jugadores iban caminando a la cancha, agarraban transporte colectivo y se mezclaban con la hinchada. Era una fiesta popular. Ahora llegan en sus vagonetas con vidrios polarizados y patean en defensa propia contra el “comunismo”. Es una fiesta para unos pocos. ¿Por qué (casi) no hay futbolistas de izquierdas en Bolivia? Por una cuestión de clase. O simplemente por esa manía nuestra de dejarnos llevar, de no tomar partido.

Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.