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La verdad de la mentira

Mi abuelita siempre decía que la mentira tiene las patas cortas. Eventualmente deja de andar, se le acaba la cuerda, se le vacía la batería y la verdad la sobrepasa para mostrarse en todos sus colores. El tiempo es, además, tamiz para las más evasivas falsedades. Sea por miedo, por arrepentimiento, por despecho o porque ya no les queda otra, los actores del golpe de Estado de 2019 están empezando a revelar sus cartas.

Ya el año pasado, en plena dictadura, María Galindo llamó sedición a la reunión en la que actores sin representación alguna decidieron el destino del país y de paso el de cada uno de nosotros. Ahora sabemos que no fue una reunión, sino varias a lo largo de tres días. Sabemos también que, con el pretexto de pacificar, sirvieron nada más que de pantalla para cubrir decisiones inconstitucionales tomadas por actores que no tenían mandato alguno para tomarlas. No debería sorprendernos: las reuniones de sedición en la Universidad Católica fueron el corolario de un proceso violento, en que se usaron los trucos más arteros para minar la democracia y acceder al poder sobre el odio, la división y la sangre de los bolivianos.

Los mismos señores que se reunieron para darle el poder a Jeanine Áñez a horas de la renuncia del Presidente, se habían reunido sobre un escenario meses antes. Era el 10 de octubre, y en un cabildo público en la plaza San Francisco anunciaron que si perdían no aceptarían los resultados de las elecciones. Carlos Mesa, Luis Fernando Camacho, Samuel Doria Medina, Tuto Quiroga, Waldo Albarracín, entre otros, ya habían decidido por el Plan B —es decir, la vía del golpe— mucho antes de que una sola papeleta entre a un ánfora el 20 de octubre.

Gritar fraude y descalificar al tribunal de elecciones es una estrategia muy útil en caso de salir perdedores. No solo pretende deslegitimar al ganador, sino que crea un argumento para soliviantar a tus seguidores hasta llevarlos a la violencia. Cuando Donald Trump lo hizo en Estados Unidos, generó la toma del Capitolio. En el caso nuestro, se logró una muy conveniente quema de los tribunales electorales, y con ellos de las actas que podían desvirtuar el fraude. Si no hay cadáver no hay crimen, dicen siempre los criminales.

Para sostener la violencia el tiempo suficiente, a la histeria de fraude debe sumarse la exacerbación de fisuras sociales pre-existentes. Lo hemos visto en Perú esta semana y lo vivimos nosotros dolorosamente. Para eso se genera noticias falsas, se crean miles de cuentas fantasmas en Facebook y cadenas en WhatsApp y se alienta el odio para que ayude a difundirlas.

No fue sencillo ni barato lograr que renuncie el Presidente y llegar a las famosas reuniones. Se sostuvo un paro por varias semanas. Se pagó transporte, viáticos y estadía a nutridos grupos de jóvenes para que se trasladen de Santa Cruz a otras ciudades y asesoren militarmente a cada punto de bloqueo. Se hizo acuerdos secretos con la Policía y compromisos turbios con el Ejército. Se cabildeó con la OEA, con las embajadas de países afines, con la Iglesia… Es mucho esfuerzo, mucho tiempo y mucha inversión para dejar que un “detalle” como la Constitución impida que se logre el objetivo. Si hubieran sido otros tiempos, se derrumbaba la puerta de Palacio con un tanque y asunto resuelto. Pero había que guardar las formas, cuidar el “qué dirán” y por eso se buscó la salida “más constitucional posible”. Como si la ley no fuera tan absoluta como el embarazo: o estás embarazada o no estás, o es constitucional o no lo es. No hay grados intermedios.

Mi abuelita también decía que el pez muere por la propia boca. Y así, en sus propias palabras, escritos, memorias y declaraciones, los protagonistas van echando luz sobre las sombras del golpe que organizaron, cometieron o propiciaron. ¿Habría que agradecerles?

Verónica Córdova es cineasta.